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“Rave y underground son las palabras más difíciles de entender en esta escena”: Sónico

25 años de cabeza en la escena electrónica. Sónico ha apalancado desde distintos frentes la movida subterránea: produciendo y lanzando música nacional a través de Techsound, craneando espacios como Klan club, participando en la consolidación de experiencias contraculturales como Bogotrax o el Radikal Styles. En esta entrevista reflexiona sobre la violencia nacional y la hostilidad urbana como espejos para la música, sobre su carrera Dj y la influencia que el pensamiento de Jeff Mills ha tenido en él.  

Ángel Carrillo Cárdenas

Alguien tiraba cables sobre el pavimento como quien pone arroz a las palomas. Dos mujeres movían de un lado a otro una cúpula poliédrica ensamblada con varas de bambú. Instalaban luces, los demás; hablaban con policías, sacaban y mostraban papeles, los otros. Conectaban y desconectaban aquí y allí. Debajo del puente de la carrera veintiséis con sesenta y ocho, poco más de una docena de personas preparaba con la abnegación de una cofradía brujeril el regreso, después de siete años de ausencia, de esa red de experiencias contraculturales y sonoras llamada Bogotrax. Con el traqueteo industrial de las busetas y el aire contaminado como telón de fondo llegó Sónico acompañado de Audio, su perro. Supongo que escogió aquel sitio para nuestra primera cita porque él ha estado involucrado desde hace más de dos décadas en la creación de ese tipo de espacios, era un buen momento para ver en acción a una persona galardonada tres veces como mejor productor y Dj de techno del país, alguien que ha puesto música en medio mundo —de Detroit a Lituania, de Nemocón a Shanghái—, al primer colombiano que tocó en el mítico club berlinés Tresor, a un tipo que incluso ha mezclado dentro de un círculo de la muerte mientras las motos giran alrededor suyo. 

Nos echamos a la sombra de un árbol flaco mientras, más allá, seguían los preparativos. 

—No la vimos venir —me dice Sónico en una videollamada más de seis meses después—. ¿Qué íbamos a pensar que esa sería una de las últimas rumbas?

Sónico se hace llamar Sonicore cuando toca hard core digital; hay quienes le dicen Luis Vargas. Tiene un currículum vitae holgado en la que destacan su participación como gestor del Radikal Styles Fest, fundar el extinto Klan club, crear Techsound y Hardcodelia, ser artista del sello portugués Naked Lunch y el humano a cargo de Takki y Panda, dos gatas de dieciocho y diecinueve años. La última vez que lo vi tocar en vivo fue el trece de marzo en el Acid Resistance. Días después se declaró la cuarentena en Colombia, una de las más largas del mundo. A las siete y media de la mañana, sentado sobre un bafle, aruñando los últimos instantes de la fiesta, yo tampoco lo imaginé. 

—No la vimos venir.

* * *

Hay una escena recurrente en las entrevistas que te han hecho: tu mamá enseñándote a poner una aguja sobre un vinilo. Es una imagen que es además una puerta de entrada, el legado y la herencia. Siempre he creído que los amigos y la calle son fundamentales para algunas carreras musicales. ¿Qué otros vínculos te empujaron hacia la música?

Que mi mamá me haya acercado al mundo del vinilo fue una revelación que tuve muchos años después de haber empezado. Nunca le di el crédito que merecía a mi familia por lo que yo hacía, fue algo de lo que me vine a dar cuenta con el tiempo. Quizás después de quince años pude dar ese crédito y es precisamente por lo que acabas de mencionar. En una entrevista me hicieron esta pregunta: ¿cuándo fue la primera vez que viste un vinilo? Yo esa pregunta nunca me la había hecho, así que me puse a escudriñar en mi cabeza y me acordé de mi mamá en una época en la que solo había vinilos, yo tenía siete años y ella iba a los almacenes de discos en Cali (luego sucedió lo mismo acá en Bogotá) a comprar música. Ella era una buena cliente, tanto era así que cuando cerraba la tienda, a las siete, ocho de la noche, mi mamá estaba aún dentro escuchando música y alguien se quedaba ahí mientras ella estaba en eso, porque sabían que iba a comprar. Y como ella me llevaba para todo lado, yo me dedicaba a correr por la tienda, jodía de un lado para otro, y un día ella me dijo: ven para acá, mira, esto es un disco. Lo sacó de la caja, luego me dijo: esto es una tornamesa y tú lo pones acá, le pones la aguja aquí encima. Luego me puso los audífonos y voilà. Fue la primera vez que tuve puestos unos audífonos, grandotes. Desde ese momento, cuando íbamos, y para que yo no molestara, me decía: escoge un disco. Entonces yo empezaba a mirar carátulas; escogía las más vistosas. Recuerdo cuando me compró el Thriller, de Michael Jackson, o cuando encontré uno de Kiss. Yo veía a todos estos tipos ahí pintados y pensaba: yo quiero este disco. Mi papá, a su vez, escuchaba mucho tango en vinilo y mi hermano mayor, por su parte, era muy rockero. 

Pero todas esas influencias, como te digo, vine a entenderlas después de muchísimo tiempo.

La historia paralela con mis amigos empezó porque en el año noventa yo me fui a vivir a Nueva York un año, con mi mamá. Ya había Cds y yo seguí comprando música. Antes de ser Dj de mezclas yo ya era melómano; compro y colecciono música desde muy pequeño. En Estados Unidos conocí a Technotronic con el ‘Pump up the jam’, a Depeche Mode con el Violator recién salido. Cuando volví a Colombia traía mucha música, empecé a ponerla en movimiento en el barrio. En mi casa había un altillo y ahí se hacían las fiestas, yo ponía la música. Esa fue mi primera aproximación a ser un Dj, sin mezcla, sin nada, solo mostrando y compartiéndole la música a mis amigos. Y claro, seguí consiguiendo música, lo primero que llegó acá [a Colombia] fue house y trance y empecé a comprar mucho de eso. 

Empecé a salir muy chiquito, con catorce o quince años me iba a los bares, en esa época existía Music Factory y allá ponían música muy exclusiva, me iba con amigos más grandes que yo a escuchar música… siempre encontraba la forma de entrar a los lugares, yo era como la mascota del parche. Justo ahí empecé a definir mi gusto musical y un amigo me dijo: lo voy a llevar a un bar que se va a cagar, le va a encantar. Esto fue en el noventa y tres. Y me llevó a Cinema. Yo para esa época ya había ido a un par de after hours clandestinos, en Chapinero, en casas, pero la primera vez que fui a un club de solo música electrónica fue esa. Allá tocaba Gerardo y Nicolás Pachón y para nosotros en esa época Gerardo era dios, lo máximo… aún lo es. 

Luego mi mamá se fue y yo me quedé viviendo solo acá, entonces conocí a un amigo que acababa de hacer su curso de Dj en Europa, en Barcelona, él se llama Dj Plastik, pero él tenía un problema porque vivía con la abuelita y no podía poner música porque hacía mucho ruido. Cuando él me contó esa historia, ese problema que tenía, yo ya estaba viviendo solo y le dije: no pues llévate los equipos para mi casa. Y los dejó allá un mes. Fue la primera vez que vi a alguien mezclando en directo. Esto fue como en el año noventa y cuatro o noventa y cinco. Yo solo vi cómo mezclaba, él realmente no me enseñó. Yo ya tenía vinilos de techno y en algunas presentaciones que él hacía yo le decía: mira, pon esta canción, pon esta otra. Y así hasta que yo dije: no, yo tengo que aprender esta vaina. Luego él se llevó las cosas de la casa y decidí que yo tenía que comprar una tornamesa y un mixer. Empecé muy empíricamente, tenía una unidad casera sin pitch, sin nada, no se podía mezclar, pero yo anotaba los tiempos de la caída y metía el disco y encontraba la forma de que cuando una [canción] se acabara la otra arrancara, que más o menos sonara con algo de sentido. En esa época todo era nuevo, todos en el barrio estábamos viviendo el mismo proceso y así uno no supiera mezclar pues todo el mundo aplaudía, los amigos le decían a uno: marica, usted es buenísimo, increíble. Pero la verdad era que yo estaba mezclando horrible, no sabía ciclar, no sabía empatar, era más hacer las cosas con el corazón.

Mi técnica la desarrollé prácticamente solo, escuchando música en la casa, escuchando a Jeff Mills en vivo; tenía un Cd del año noventa y cinco que se llamaba Jeff Mills live at the Liquid Room in Tokyo y me lo sabía de pe a pa, sabía en qué segundo entraba cada canción, en qué momento salía la otra. Lo escuchaba y lo escuchaba y trataba de emular lo mismo con mis equipos.  

¿Cómo era una fiesta en la época en la que empezaste a salir? ¿Cómo esto podría considerarse el germen de lo que ahora sucede acá?

Hablemos de Cinema, que para mí fue revelador, impactante, trascendió mucho en mi vida. Para entrar había un filtro, pero no era el económico, sino que, poniéndolo de alguna manera, tú tenías que ser alternativo, más chocoloco para entrar porque precisamente era un lugar donde había tolerancia con ciertas cosas que eran muy mal vistas en ciertos ámbitos. Ahí había una pequeña familia en la que había respeto por la libre individualidad. Al entrar te sentías realmente privilegiado; además, Cinema siempre tuvo unos soundsystems increíbles y la música, como la escuchabas ahí, no la escuchabas en ningún lugar, luego el tipo de música y las canciones que ponía Gerardo ahí solo las ponía él y si querías oírlas no podías prender la radio o ir a Youtube, entonces era como: jueputa, esa canción, esa canción, ¿qué hago para oírla de nuevo? Pues ir de nuevo a Cinema. 

Yo llegaba antes de que abrieran, que era por ahí a las diez de la noche. Nicolás Pachón ponía música un rato y luego llegaba Gerardo, tipo media noche. Nosotros nos sentábamos en el andén con mis amigos del barrio a esperar… y él llegaba con su maleta llena de vinilos y nosotros: wooowww. Nos íbamos detrás de él a pateárnosle todo el set. En Cinema fue la primera vez que vi una tarima al piso —porque siempre había tarimas altas—, quedaba casi en la mitad de la pista y a la altura de la gente, y podías ver qué hacía él ahí. Yo me empecé a enamorar de la mezcla viéndolo tocar. El contacto era directo y no el Dj endiosado por allá en una tarima inalcanzable; esa, por ejemplo, es de las cosas que yo hago en mis fiestas porque no me gustan las tarimas y si tengo una tarima intento que no sea muy alta; Klan 31 era así. A mí me gusta estar cerca de la gente porque ahí hay algo de ritual y chamaneo entre la música y la gente. 

Personas con las que aún hoy me hablo las conocí en Cinema, bailando, hace veinticinco años. A Bluekim, a Zyko. Éramos ravers antes de ser Djs. Yo he hecho unas publicaciones sobre lo que Techsound generó más allá de Techsound: Jairo Vargas, de Re.Set, fue parte de Techsound; antes de que existiera Acid Resistance, Zyko fue parte de Techsound; antes de que existiera Complejo industrial, Bluekim fue parte de Techsound; antes de que Julián Gómez tuviera Video Club, él fue parte de Techsound. Lo mismo Statik, el residente de Octava

Parte de que sea tan trascendental el impacto que causó en mí conocer la música electrónica e ir a un club como Cinema, es el hecho de que nada se parecía a eso. Como menor de edad yo me la pasaba en tiendas (acá les decían tiendas, como Aguapanelas), íbamos a esos lugares porque éramos menores de edad y eran los únicos sitios donde nos dejaban entrar a beber. Lo más parecido a eso antes fueron los bares alternativos, como Kaliman, Tvg, Astrolabios, los bares de punk, Vértigo Campo Elías, Transilvania.

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Sonico y Statik, Marco Bailey, Bima 2001. Todas las fotos cortesía de Sónico.

Hay muchas personas que te atribuyen el hecho de que exista una escena electrónica subterránea en Bogotá. ¿Cómo defines lo under? ¿Por qué crees que se te otorga este título?

Empiezo por decir que no soy solo yo. Me alegra que haya gente que piense eso y que me den esa posición dentro de la escena. Yo sí me siento parte, soy consciente de que he contribuido muchísimo a este movimiento, pero no lo he hecho yo solo, lo hemos hecho un pocotón de personas que pensamos muy parecido. Y no solo la escena underground, creo que nosotros ayudamos, en general, a montar una escena acá, una escena que se ramificó y que se fue por diferentes lados, una por el lado comercial, más clubsera, otra más under

Es una buena pregunta lo del término porque acá hay una mala asociación. Las nuevas generaciones piensan que se trata de lo chirri, si dicen “es que está muy underground la fiesta”, es porque no hay baños, es barata y no hay hielo en la barra. Lo underground es la vanguardia, es precisamente por definición lo que está debajo del suelo, está ahí pero no se ha descubierto por alguna razón, porque hay otras músicas que están predominando. El underground siempre ha sido el inicio de una escena. 

A finales de los ochenta y principios de los noventa, cuando nadie estaba pensando en el techno y lo que venía era toda la onda disco —que es la gran diferencia entre el techno y el house: el house tiene su corazón en el disco de los setenta mientras que el techno es música, como dicen, straigth forward, de aquí hacia adelante, no hacia atrás; el único requisito de la música techno es la experimentación— y salieron con esto, con el Undergroung Resistance, Juan Atkins y los tres de Belleville, sucedió lo que nadie esperaba, lo que nadie conocía. En Europa empezaron a ver que llegaba esta música y la empezaron a tocar y fue creciendo y creciendo; en ese momento había dos o tres personas haciendo una música que antes no existía y que a nadie le gustaba, que no tenía escena. Luego se consolidan y crecen esas escenas y cuando eso sucede, cuando esto estalla, el underground ya está en otro lugar, debajo de la tierra de nuevo, buscando qué sigue. Al underground no le importa si hay mil personas que van a la fiesta o van cien, el underground no persigue como objetivo masificar la música, pero sí puede ser una consecuencia de haberla creado. Zyko empezó con Acid Resistance y la escena del acid techno era muy pequeña acá, pero se fue encontrando con adeptos y adeptos, con personas que se identifican con ese género; y a él no le importa, él produce la música que le gusta. Ahora hay muchas escenas under porque hay mucha independencia, entonces hay grupos de gente que dice: a mí me gusta tal Dj, hagamos vaca y lo traemos. Lo traen porque quieren conocerlo, oír su música, aprender de él y ahí pasa algo muy bonito porque tiene otras motivaciones más allá del querer encajar. 

Nosotros [desde Techsound] siempre hemos apoyado esas escenas y creo que por eso mucha gente piensa eso de mí, supongo que dicen: bueno, Sónico estuvo en el origen de la escena techno, del hardcore. Nosotros estuvimos ahí cuando esos géneros no gustaban. Acá había un par de Djs de hardcore pero no había escena y cuando empezamos a mostrarla más, a dar talleres, a involucrar gente, a recomendar que armaran colectivos… fue ahí que se empezó a crear esa escena: esas escenas. 

 

¿A esto se refería Jeff Mills cuando dijo que toda la música que no hayamos escuchado es techno?

Creo que él también decía: Es como si encierras a George Clinton de Afrika Bambaataa con Derrick May en un ascensor y solo tienen un sintetizador para hacer algo. Al decir que todo lo que no hayas oído es techno, está haciendo hincapié en que es música basada en la experimentación. 

 

Alguna vez dijiste que te volviste Dj por Jeff Mills. Tú lo trajiste a él por primera vez a Colombia en 2017 y supongo que para ti fue algo grandioso. 

Yo me volví Dj por ese Cd del que hablaba ahorita (Jeff Mills live at the Liquid Room in Tokyo). Fue la primera vez que oí a un Dj hacer las cosas que él hacía; me dije: uy, cómo así, ¿uno puede hacer esto? Bajo el concepto purista de los clubes hoy, el tipo de mezcla, como el tipo de música que se produce, está muy industrializada y hay una referencia estándar del mercado, de lo que debe ser: tu música debe sonar duro, debe sonar perfecto porque hay los medios y las herramientas para hacerlo. Si te descachas en una mezcla en un club tú eres malo. Te juzgan como Dj a partir de “las empata o no las empata bien”. Y el ser Dj es muchísimo más que eso. Cuando uno veía a Jeff Mills tocando con tres tornamesas tan rápido como lo hacía, claro, en esa cabalgata en la que iba, con esa inercia, poseído y haciéndolo, se le iba una y ¡fun!, le daba un back spin y la sacaba y vale huevo, ponía otro disco, y era tan grande lo que hacía en el contexto general que si se le iba o no, eso valía huevo. Es como ver a Steve Vai tocando la guitarra y que se le vaya una mal: vale mierda. Luego me puse a investigar sobre Mills y quedé totalmente hipnotizado con la ideología que él tenía del techno. 

Yo me volví Dj para poner la música que me gusta a mí, no a la gente. Hoy hay Djs que se vuelven Djs para poner la música que le gusta a la gente, para mí eso no tiene sentido. Puede sonar egoísta, porque hay gente que va a la fiesta y quiere oír la canción que le gusta y de pronto uno puede complacerlos, pero esa complacencia tiene que venir de lo que has creado con la música que tú pones. Es muy diferente que me digan: oye tú siempre pones una canción que tal. Y yo sé que soy el que la pone, quien la dio a conocer, y me están pidiendo algo de lo que yo toco. Y Jeff Mills también dice eso, que toca la música que a él le gusta. Luego empecé a ver los proyectos que él tenía con sus sellos, toda su fascinación con el espacio, y me tocó, dije: wow, qué inspirado está y qué inspirador para mí. 

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Sónico @ Jeff Mills, septiembre 16 de 2017.

Yo duré quince años detrás de la contratación de Jeff Mills hasta que por fin se dio, después de competir con empresas grandísimas que estaban detrás de él. Él es especial, él no va a cualquier fiesta. Dicen que jode mucho y a mí no me parece: él pide un set up técnico muy bien cuadrado y listo. Hay Djs de Djs, yo he tenido unos que me piden champaña, bufet, guarda espaldas, un montón de cosas, y cuando a mí me dicen que Jeff Mills es recansón y miro el rider técnico del man, lo que estaba pidiendo era: dos Coca colas y dos aguas. Ya. Y su set up, sus equipos. Y pues es Jeff Mills, hay que ponérselos, es lo mínimo. 

Cuando finalmente se da la cosa yo no podía creer que me lo hubieran otorgado a mí. Obviamente me tuve que conseguir un inversionista para que pusiera la luca porque yo no tenía todo ese dinero que costaba traer al man —apenas el año pasado, dos años después, terminé de pagar deudas de esa fiesta—. Entonces [el día del concierto] le dije a un amigo: su misión es recoger a Jeff Mills en el aeropuerto porque yo voy a estar produciendo el evento en La Calera y no puedo ir, tiene que llegar puntual. Estoy allá montando y me llama la manager: oye, estamos acá en el aeropuerto y nadie nos ha recogido. Llamo a mi amigo y le digo: marica, era la única cosa que tenía que hacer bien en su vida. Hubo una confusión porque llegó de tocar en Medellín al Puente aéreo, no a El dorado, donde estaba mi amigo, sin embargo, ella me dijo: Luis, you know, the first impression is what counts… Cuando llegaron al sitio [del evento] yo tenía veinte vinilos que quería que me firmara, y la manager ni siquiera me lo presentó. Ella preguntaba si ya estaba listo esto y aquello y el man allá, atrás, no dejaban ni que le hablaran. Yo solo quería que me lo presentara, los veinte mil euros que pagamos fueron, al menos de mi parte, para darle la mano a ese man. Cuando él subió a mirar los equipos yo fui y le dije: mira esta es la 909. La miró. Perfecto. Pero la manager no le dijo ni siquiera: mira, él es el promotor del evento, él fue quien te trajo a Colombia. Nada. Luego él se subió a tocar y después de él tocaba yo, entonces no pudimos ni hablar cinco minutos, porque él se bajó y yo me puse los audífonos y empecé a tocar indispuesto, no me sentí bien en mi toque. 

Otro amigo mío estaba encargado de llevarlo al hotel y luego al aeropuerto, al día siguiente. Jeff Mills pidió que solo hubiera una persona en el carro que lo transportara. Entonces me llamó ese amigo: marica, me chuzaron en el Transmilenio, estoy en la clínica, estoy bien pero le toca a usted ir a recogerlo. Yo estaba destrozado, tres días sin dormir, pero pensé: esto es el destino. Llegué al hotel, pagué la cuenta y él bajó. Ahí pude hablar con él diez minutos. DIEZ MINUTOS. Me presenté. Le llevé una camiseta, una bolsa de café, unas maricadas. Le dije: ¿qué tal México? Dijo: más o menos. ¿Medellín? Dijo: bien, bien. ¿Y Bogotá? Dijo: lo máximo. Y es que fue una fiesta muy especial, él rara vez sonríe y hubo un punto, cuando acabó, en que la gente aplaudía tanto y la ovación era tanta que el man se cogió la cabeza, dio una vuelta en el escenario y empezó a tocar otra vez con su máquina. Incluso la manager me dijo: ¿lo vez?, está sonriendo, él nunca sonríe.

 

Uno ve en los textos que publicas en tus redes una preocupación por asuntos sociales, de hecho la música electrónica históricamente ha estado relacionada con modos contestatarios. ¿De dónde viene esta preocupación tuya? ¿Hay algún hecho concreto que te haya hecho consciente de las injusticias sociales? 

La verdad a mí nunca me interesó la política o las luchas sociales… hasta que mataron a mi papá. Él fue sindicalista, político de centroizquierda, y fue asesinado como muchos de los líderes sociales que asesinan hoy acá en Colombia. Yo tenía unos dieciocho años en ese entonces; a partir de ahí quise entender qué era la izquierda, qué era la derecha, por qué sucedían esas cosas. Fue algo bien difícil de asimilar en su momento. Viene entonces ese interés, una vez más, de familia. No fue que mi papá quisiera que yo fuera político ni mi mamá que yo fuera Dj, esto fue un carambolazo que como te digo vine a reconocer después de quince años. La formación que yo tenía en mi casa estuvo enfocada en la preocupación por el entorno social.

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Sonicore tocando en la Plaza de Bolívar. Cacerolazo en apoyo a los campesinos, agosto 29 de 2013.

Después de que lo matan a mí me empiezan a interesar asuntos políticos y al tiempo estoy desarrollando mi carrera “diyeisística” y me doy cuenta de que la música y el movimiento que estábamos creando era un arma para luchar contra todas esas cosas. Ahí diferimos con muchos amigos artistas que piensan que el arte no debe mezclarse con la política, yo pienso que si uno tiene un poder debe usarlo para cosas buenas. Esto le ha dado un sentido a mi vida y a lo que hago musicalmente, porque para mí un concepto artístico sin un fundamento no tiene sentido. No es lo único en lo que nos basamos para hacer lo que hacemos, pero como dices tú, sí tiene una gran influencia en mi trabajo. 

 

¿Y cómo se desarrolla ese poder?

La convocatoria es una manera. La comunicación también, la forma de comunicarse con el entorno, en nuestro caso con el lenguaje. Cuando empezamos a hacer esto, a hacer fiestas, y vemos que van cien personas, doscientas, trescientas, que hay una reunión de gente a la que podemos contarles cosas, exponer ideas para que sean digeridas y se tengan libres interpretaciones, pues yo creo que el poder radica ahí: convocar y comunicar. Si haces un flyer la parte gráfica y cómo tú invitas a la gente, cuánto cobras o si es de entrada gratuita, todos esos planteamientos tienen una resonancia y una apreciación de lo que quieres expresar. Si hay un grupo de gente con el que estamos de acuerdo a nivel político, ecológico, artístico, pues queremos sumar. Trato de que nuestras fiestas sean incluyentes socialmente, del estrato, porque la música es para todos. En todos los proyectos que hemos tenido, llámese Klan club, Techsound o Bogotrax, queremos ser incluyentes y a través de esa convocatoria generar un cambio social. 

 

Hay un profesor del Externado que creó un curso de música extrema y geopolítica en el que se plantea, entre otros asuntos, que el black metal en Colombia está relacionado con esa zona montañosa que genera sociedades aisladas, y con las cordilleras… 

¡Yo sabía! Sabía que alguien ya había pensado en eso. Pero sigue con la pregunta.

 

Creo que la música en este país es atravesada no solo por la zona geográfica sino por sus contextos sociopolíticos. ¿De qué forma uno puede relacionar la violencia y la hostilidad de las ciudades con géneros pesados dentro de la música electrónica? 

Estoy totalmente de acuerdo con el planteamiento de ese profesor. Lo que sucede aquí con la música electrónica no sucede en ningún lugar de Latinoamérica. Cuando empecé a viajar y a darme cuenta de lo que pasaba afuera [en perspectiva] con lo que pasa acá, empecé a valorar mucho más lo que hemos construido. La gente me dice, por ejemplo: oye, vas para Nueva York, wow, la escena techno allá debe ser la locura. La ciudad es la locura, sí, pero la escena, concretamente la del techno, es mucho mejor acá que en Nueva York, allá es casi nula y la poca gente que había se ha ido a Europa precisamente porque no sucede nada. El techno por definición y en su origen, como resistencia, ha cambiado mucho su significado de lo que era en un inicio. Manteniéndonos fieles a ese significado original del techno, a ese manifiesto sonoro, a través del Underground Resistance y de la independencia, se han generado unas escenas en Colombia y el techno ahora, acá, es muy grande. Techsound está cumpliendo veinte años. Cuando yo empecé a tocar casi no había Djs de techno, por no decir que no había. Se tocaba house, trance, Gerardo tocaba algo de techno, pero era una escena muy reducida. Ahora eso se masificó y tenemos desde las escenas techno más under hasta las más comerciales y festivales grandes. Y ahí está, por ejemplo, el hard core, el hard techno, el acid techno, el d&b. Antes Colombia era un pueblito por allá olvidado en el circuito y ahora si un artista de d&b viene a Latinoamérica tiene que tocar en Colombia y en especial en Bogotá. Y lo mismo pasa con los Djs de hard core. Y uno se pregunta: ¿pero por qué? Hay gente que dice: no, pero en Argentina la escena es grandísima; en Argentina hacen Creamfields, en Chile hacen o hacían Loveparade, en Brasil había una escena muy grande… y todo eso decayó un poco. Yo siempre digo: sí, en Argentina hay mucho techno, pero no hay nada más… hay house, tech house, en ese rango más enfocado a los clubes y festivales. Acá Bogotrax ha sido un influenciador inmenso en lo que pasó con el DIY, con el hazlo tú mismo, con pensar: no tenemos plata, pero lo podemos hacer. No necesitas del Estado, no necesitas un gran inversionista, tú lo puedes hacer. Es la enseñanza de Bogotrax al hacerse libre, un colectivo de colectivos que se activan. Hoy, después de años, digo: hemos creado un monstruo. A nivel comercial yo hago una fiesta ahora y tengo que competir con cien colectivos de techno que hacen fiestas cada fin de semana, cuando antes éramos solo dos o tres. Y eso está bien, eso era lo que queríamos. Y pienso que ahí radica la gran diferencia con lo que sucede en otros países. Acá hay más colectivos que clubes y esos colectivos no tienen que gustarle a todo el mundo sino a su nicho, que ellos mismos crean a su alrededor, en su entorno. 

Colombia es especial. Cuando llegan los Andes, o cuando empieza de aquí para allá, y se dividen esas tres cordilleras y tenemos todos los climas, se pone uno a analizar dónde pegan más los géneros pesados o más oscuros, como se les quiera llamar, como el d&b pesado o el hard core o el hard techno, y pues se da cuenta uno de que normalmente pegan más en Bogotá y en el altiplano cundiboyacense y creo que tiene que ver mucho con la geografía. Si te pones a ver, los blackeros, los metaleros, la escena más grande de metal está en la península escandinava: Noruega, Suecia, Dinamarca. Si tú te la pasas bajo cero necesitas más para moverte, tu cuerpo pide más calor, más movimiento, más extremo, y tiene todo el sentido: si tú estás congelado y de pronto te ponen una música pues un poco suave no va a hacer que te muevas tanto para calentarte, no solo el cuerpo sino el alma, porque uno se va volviendo frío, cuando ponen metal y sonidos extremos y tienes que batir la cabeza y poguear, piensas “hey, esta vaina me levantó porque estaba congelado”. Ahora, si te vas a la playa, palmeras y mar, tranquilidad, entonces el house entra muy acorde al entorno. No es tan común ver festivales de metal en la playa. La música extrema acá en Bogotá creo que ha cuajado por su posición geográfica, pero también por todo ese movimiento de DIY y por el contexto sociopolítico en el que vivimos. Hay gente que me dice: uy, Bogotá es hardcore. Sí, lo es, y no es solo por la violencia, por los asesinatos, es por lo hostil que es la ciudad. Uno acá sale y llega a la casa de milagro, y uno se acostumbra a eso. Cuando viajo a Europa, a Berlín, yo me doy cuenta de que caminando en la noche uno siempre mira hacia atrás, se vive con miedo. Allá [en Berlín] dejo mi bolsa en la cabina del Dj y la estoy mirando cada cinco minutos y la gente es como: hey, relax, todo bien. Y digo: pues yo vengo de Bogotá, allá usted se voltea a fumarse un cigarro y ya se le robaron el computador. Le cuesta a uno quitarse eso de encima. Es triste darse cuenta de eso, que hay lugares del mundo donde uno puede caminar tranquilo en la calle y simplemente contemplar el panorama… y que eso no pasa acá. Eso tiene que tener una implicación en las personas y en sus gustos. La gente llega a su casa llena de ira, de rabia por la injusticia social, de ver tantos inmigrantes, tanta gente viviendo en la calle, niños trabajando, todo eso hace mella. 

Yo nunca me he querido ir de acá, estoy acá por gusto y podría estar en otro lugar hace muchísimo tiempo, pero acá me gusta. Me gusta lo urbano de esta ciudad, me gusta su hostilidad, me gusta la gente rola a pesar de que en el resto del país digan que son los más fríos.   

 

Alguien en la fiesta de Chris Liberator del año pasado, cuando tú estabas tocando, me dijo: Él toca así porque era metalero. ¿Hay características similares entre algunas escenas del metal y del techno?

Yo escuché mucha música y tuve transiciones, fui punkero, fui metalero, pero realmente vine a encontrar mi nicho en el techno y después en el hardcore y el hard techno porque era esa adaptación emocional a la música lo que a mí me entraba y que tenía sentido para mí. Primero porque el techno no empezó en una pista de baile. Hay mucha gente que está haciendo música [electrónica] sin pensar en la pista de baile, y ahí hay un origen que vale la pena que todas las personas que estamos en la escena escudriñemos un poco. Hoy la escena se masificó y una de esas ramificaciones es la del club, la moda, el festival, lo cual también vale, está ahí, es una realidad social, pero ese es un abordaje más superficial que el que nosotros, los que somos más puristas, tenemos sobre la música. A mí me encanta la música, antes de Dj soy melómano, pero después de pasar por todas esas transiciones me di cuenta de que tenía una inclinación hacia la música pesada, lo enérgico, la música más sicodélica también, y empecé a hacer mi carrera por ahí. Luego me encontraría con el hard techno y luego me aburrí de eso y empecé a indagar en el hard core digital que, para mí, es el nuevo punk porque el corazón y el principio de esa escena es el mismo: hazlo tú mismo, un poco de rebeldía y de anarquía (a veces, no necesariamente) frente al día a día, frente al sistema, frente al Estado, frente a la estigmatización y por eso está salida de los parámetros y se vuelve extrema. Lo bonito de la escena radical es eso: o te subes en el bus o chao, no hay puntos intermedios. Eso es lo que a mí siempre me ha hecho estar cerca a ese lado de la escena.

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Sonicore @ Radikal Styles 2014.

A pesar de eso yo siempre he tenido mucha diversidad, por la forma en la que me crie, por dónde he vivido, dónde he estudiado, por las cosas que he vivido he tenido que tratar con gente de todo tipo y eso ha sido una fortuna, algo que me permite entender muchas otras escenas y personas. Gran influencia de lo que toco hoy en día viene de mi background musical y hay está el punk, el metal, claro, pero también cabe la salsa. Para mí la salsa es hardcore —bueno, si estamos hablando de salsa old school y no salsa motelera—, el sentimiento es el mismo. La salsa tiene ese ingrediente de la calle, de las cosas malas que suceden, de esa oscuridad. La salsa estuvo muy ligada a la rumba pesada de los setenta y los ochenta. Yo también toco salsa y hay gente que me ha escuchado tocar en Klan y luego me ve en eso y me dice: ¿pero a usted qué le pasa? Para mí es todo un reto explicar esto, que la salsa es hard core. 

 

Muchos coinciden en que antes no se necesitaban Djs extranjeros para llenar una fiesta…

Es real y aún sucede, no en Bogotá, pero sí en ciudades más pequeñas, en pueblos. Ahora hay todo un fenómeno del techno en el oriente de Medellín —en Guarne, Rionegro, Marinilla—, en el norte del valle —Cartago, Toro, La Unión, Roldanillo—, en Boyacá, en la Sabana de Bogotá —Chía, Cajicá, Zipaquirá—. A esos lugares va un Dj una vez al mes, entonces la gente ahorra, como hacía uno antes, y quiere ir a esa fiesta porque es la única que hay. Acá en Bogotá eso no pasa porque llegaba el fin de semana y había jijuemil fiestas, ni siquiera tanto de clubes sino de colectivos, y alquilan bodegas en Paloquemao o allí o a las afueras y traen el Dj que les gusta y montan su fiesta. Y sí: hay una determinante, sobre todo en el público joven, y es que el Dj internacional jala. Entonces dicen: Sónico va a tocar, pero Sónico toca cada ocho días y este fin de semana viene fulanito y prefiero ir a la fiesta de fulanito. Y aunque eso es así, hay personas que han luchado mucho para que la escena local se mantenga y eso viene en línea con la pregunta que me hacías del underground. Por ejemplo, una de las políticas de Klan era que no teníamos que tener un Dj internacional cada ocho días para que la gente fuera, y la gente iba y muchas veces se llenaba, pero con la sobreoferta que había [antes de la pandemia] y la lejanía del lugar [que quedaba en La Calera] pues terminamos cerrando el club. Así era: llevamos a Liberator, tetiado, llevamos a D.A.V.E. The Drummer, tetiado, pero al otro día [con Djs locales], flojísimo. Lo que hacíamos el viernes lo perdíamos el sábado. Creo que pasa que hay mucha gente joven descubriendo la escena y quieren escuchar el Dj nuevo, al extranjero. También tengo mi hipótesis de que el colombiano es muy tirado a lo de afuera, es muy amable, entregado y devoto al extranjero. No sé si el conflicto social interno nos ha hecho demostrar, cada vez que viene un extranjero, que no somos así: no todos somos narcotraficantes, no todos somos matones. Y no es un secreto que el extranjero ama venir a Colombia; hace quince años cuando quise traer a Jeff Mills no querían venir por la inseguridad, por la violencia, les daba miedo, pero ahora no les da miedo, el miedo es que se queden porque encuentran buena rumba, buenas drogas y todo barato, este es un paraíso de la rumba para ellos. También hay que ver lo que sucedía en los festivales grandes de la costa, allá no hacían nada de techno en todo el año y de pronto salían con un Summer dance festival o un Ultramar y traían a Richie Hawtin o a Carl Cox, qué sé yo, y los Djs nacionales ni siquiera salían en el flyer, eso es culpa de los organizadores porque la gente empieza a percibirlo con el mismo irrespeto. 

 

La pandemia puso en jaque a festivales —Techsound entre esos— y fiestas en general, no solo por la mera cancelación de las fechas de 2020 sino porque, como se proyectan las cosas, la crisis financiera durará un buen tiempo. Esto afecta definitivamente la importación de Djs. Personalmente creo que toda esta coyuntura debería llevarnos al fortalecimiento de la escena local, a reflexionar, desde una óptica ecologista, sobre la verdadera necesidad de los viajes transatlánticos y, finalmente, a repensarnos la prioridad que se le da a los Djs extranjeros. Desde Techsound, ¿qué han reflexionado sobre la música nacional con respecto a esta crisis?

Tienes razón al decir que esto nos pone a mirar más hacia dentro. Todo esto tiene un aspecto muy positivo y es precisamente el fortalecimiento de la escena y desvirtuar el hecho de que la fiesta funcione solo cuando hay artistas internacionales. También hace que las personas entiendan más el trabajo local y que lo valoren. Para nosotros en un imaginario medio utópico, óptimo, somos ciudadanos del mundo —nos hemos querido sentir sin fronteras, sin países, unidos por a música— y la familia de Techsound se extiende hacia muchos países del mundo. Siempre hemos tenido un foco puesto en fortalecer y catapultar lo local y en apalancarnos en los artistas internacionales para hacer conocer nuestro trabajo, pero ahora, con todo lo que acabas de mencionar, esto se replantea. 

Yo he tenido mi momento de producción más activo, he hecho más música en cuarentena de la que he hecho en años anteriores y que tal vez no estaría haciendo si no estuviera en esta situación porque los eventos me comían todo el tiempo. Esto me ha llevado a un reencuentro con Sónico, con mi música, a un recuentro como artista y no tanto como promotor de festivales. Lancé otro sello disquero este año, empecé a hacer radio. Toda esa parte musical está más vigente y activa este año. Me parece bonito que de una u otra forma miremos más hacia dentro. 

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Izquierda: Techno Parade, París, septiembre 23 de 2017; derecha: Bogotrax, Ciudad Bolívar, Bogotá, 2011.

No queremos dejar de contar con nuestra familia Techsound en el exterior, pero las condiciones serán diferentes: si volvemos a hacer un festival y a traer un Dj internacional, a nivel económico el planteamiento tiene que cambiar, no podemos seguir pagando lo que estábamos pagando. Tenemos que buscar soluciones viables para que las cosas se vuelvan a dar; comprar tiquetes super costosos y pagar fees a los artistas como si no hubiera pasado nada —más estando en Latinoamérica, donde la crisis se ha sentido tan fuerte— no tiene sentido. Hay gente preguntando, ¿qué va a pasar con Techsound Fest? Hasta el momento nosotros seguimos firmes, lo queremos hacer, lo vamos a hacer, pero no podemos hacer un comunicado hasta que exista un piso legal para hacerlo porque salir en falso otra vez no es una opción. Cuando empezó la pandemia dijimos: hagámoslo en septiembre. Luego dijimos: hagámoslo en diciembre. Luego: no, esperemos al otro año; y fue lo mejor que pudimos hacer.

 

Me parece que hay —o había antes de la pandemia— un resurgimiento de cierta idea de rave y una apuesta por las fiestas en bodegas. Hay personas que opinan que esto tiende a menguar la comodidad y la seguridad de una experiencia por la que se pueden pagar entre cuarenta y noventa mil pesos. Creo que hay un choque incluso semántico y conceptual en el uso del término. Puede esta ser una pregunta muy primaria, pero, ¿qué es una rave en realidad?

Rave y underground son las palabras más difíciles de entender en esta escena. Todo el mundo las usa a diestra y siniestra. La rave no la hace la bodega ni el potrero, la rave, por concepción, es ilegal o al margen de la ley y ahí sí hay un ingrediente político. Las raves empezaron como una respuesta a las inconformidades de un sistema, gente que se reunía a escuchar música se dio cuenta de que a través de esa convocatoria podían reunirse personas que estaban inconformes con situaciones que pasaban en sus países, en sus ciudades. Si alquilas una bodega, traes un Dj, vendes boletas, haces difusión como en cualquier otro evento, eso simplemente es una fiesta. 

Hace días me preguntaron, para unas fichas técnicas, que cuál era mi mejor rave. Yo dije: Bogotrax. Y es así porque primero no hay plata de por medio, y eso ya cambia todo; no estoy diciendo que todas las raves tengan que ser gratis, pero normalmente la rave apenas pide para solventar el sonido, el camión, la planta, no hay un interés primariamente económico detrás. Hoy hay gente que contrata bodegas y hace fiestas para hacer plata o solamente porque quieren hacer una buena fiesta, quieren tocar, les gusta la música y apoyan la escena, y es válido desde cierta construcción, pero no es una rave. Casi todas esas fiestas son ilegales acá porque amanecemos y acá la rumba [legal] es hasta las tres de la mañana. Acá, entonces, hay como un híbrido, es mitad ilegal, es una semirave. Pero creo que todo radica en el corazón del asunto, ¿cuál es el espíritu con el que se hace? ¿Es solo el dinero el fin o hay algo más? Y con Bogotrax hay esa consciencia de que lo estamos haciendo para compartir saberes y articular redes. Sino un componente político, sí tiene que haber un componente ideológico detrás de la rave.

 

Para ti, que estudiaste Ingeniería de sonido y eres productor, ¿qué supone ese enfrentamiento o comunión entre lo emocional —muchas veces adjudicado en exclusividad al arte y no a la ciencia— y lo técnico? 

Esas dos cosas no deben estar enfrentadas. Debe haber un equilibrio, una armonía para todo artista. Casualmente en estos días publiqué un artículo de Jeff Mills, algo como “los diez mandamientos del Dj”, y uno de esos diez mandamientos es: mezclar música no convierte a nadie en Dj, empatar canciones no te hace Dj. Y en un sentido puede ser el aspecto más técnico del asunto, porque en un plano general si tú empatas canciones estás mezclando, pero eso no te hace Dj. Dice también —y en esto estoy completamente de acuerdo con él—: saber cómo manejar a las personas requiere una habilidad especial que implica la percepción atmosférica, la gestión del tiempo, el buen juicio y, lo más importante, la realidad de que nunca harás felices a todos. 

He tenido la experiencia desde hace quince años de hacer un concurso que se llama Clandestino que ha escarbado el semillero acá y le ha dado el espaldarazo a mucha gente de la escena. Nosotros no queríamos juzgar porque “Sónico dijo que ganó”. Eso se vuelve muy subjetivo. Entonces dijimos: vamos a desarrollar una mecánica con la que yo pueda mostrar una hoja de calificación, porque me reclamaban, muchas veces se sentían conmigo y me decían: oye ¿por qué no pasé si toqué super bien? Entonces yo tenía que sacar esa hoja, que no estaba diligenciada solo por mí sino por otros Djs de vieja guardia y una persona del público que tuviera una percepción diferente a la nuestra. 

Todo se califica de uno a cinco con una máxima calificación de veinticinco. Son cinco aspectos los que están en esa hoja, uno de ellos es la técnica, qué tan bien mezcla alguien, ahí nos encontrábamos con Djs que no se pelan una, que no tienen un caballeo. Luego estaba el concepto musical, que para mí es lo que más pesa: en el caso de Clandestino nosotros no estábamos buscando música comercial, era más buscar cosas que no hubiéramos escuchado antes, que nos descrestara. Alguien podía sacar cinco en técnica porque mezcla muy bien, pero en concepto musical uno, porque yo prendo la radio y escucho esa música; hay personas que han concursado dos, tres, cuatro veces seguidas porque se empeñan, me parece a mí, en demostrarse algo a ellas mismas. El tercer aspecto que calificábamos era la originalidad. ¿Originalidad cómo? Como la entienda. Puede ser incluso su propia apariencia. Si alguien hace un live con circuitos que él mismo construye, ya ese tiene cinco en originalidad. Lady Zunga participó en un Clandestino y lo ganó, sus performaces eran muy originales. La puesta en escena es el cuarto aspecto y es, para mí, nada más que la actitud. Me acuerdo mucho de un chico que participó una vez y que mezclaba muy bien, pero lo hacía con una mano en el bolsillo, nunca se me va a olvidar, para mí fue traumático verlo mezclar así. Yo le dije: ¿te das cuenta de lo que trasmites? Trasmites aburrimiento, es que parece que estuvieras aburrido. Se trata de actitud, hay gente que con solo pararse en la tarima, antes de poner la primera canción, ya genera algo en la atmósfera. Hay un elemento visual, porque si te están calificando solo escuchándote y no pueden verte, todo cambia, es diferente cuando escuchaba los sets —porque me los mandaban al correo antes y yo los escuchaba en la casa; ahí se hacía el primer filtro, nos mandaban cien demos, escogíamos treinta— y no veía qué hacían, solo escuchaba la música, luego era como: oye, está chévere tu set, muy bonito, ahora tócalo en vivo. Es muy diferente, tienes la presión del público, estás manejando otro sonido, tienes que controlar una atmósfera, tienes que medir a la gente. Es lo que llaman el fogueo, ¿no? El set te lo pueden grabar en Traktor sincronizando los bpm en record box, en Ableton live… hoy en día tú no sabes cómo lo grabaron, no sabes si de verdad esa persona lo mezcló o simplemente lo editó. El quinto aspecto es la respuesta del público porque todo no puede ser lo que nosotros decimos, tiene que existir una visión externa para que sea justo; había gente que yo oía y decía “horrible, no me gusta”, pero la gente estaba enrumbadísima. Esos fueron los primeros años, nos funcionó muy bien, pero yo aprendí que hay cosas detrás de bambalinas que son tácitas, que no se ven pero que yo analizo, por ejemplo, estar en control de lo que estás haciendo; o por otro lado la capacidad de reacción, porque tú la puedes cagar tocando, puedes tener un caballo, pero no te quedas ahí sino que la organizas.  

 

Te cito: “Si complaces mucho a la gente dejas de ser tú y te conviertes en la gente”. Ahora, viendo que desde tu óptica la experiencia de Dj es circular, multidireccional, no va solo en el sentido Dj-público sino que se compone incluso de la retroalimentación, ¿en función de qué diseñas la experiencia de una fiesta? 

Principalmente en función de mi bienestar, pero está claro que no puedo ser yo solo. Entre el público y el Dj está la música; nosotros estamos presentándola de cierta forma, con cierto orden y con ciertos adornos. No me gusta preparar mis sets cien por ciento, me gusta dejar un ingrediente de improvisación o de destino; es como esa pregunta clásica de si se hace uno su destino o está destinado a, y yo creo que es como decían en Forrest Gump, tiene que ser un poquito de las dos. Hay que dejar algo a la imaginación y la razón es la siguiente: tú puedes diseñar todo un set en tu casa pensando en algo, en cualquier cosa, pero llegas al sitio y te encuentras con el factor humano con el que tienes que lidiar y eso afecta lo que sea que tengas preparado. Me ha pasado muchas veces con el primer track, pienso, dependiendo de la fiesta, voy a abrir con este track, esto puede funcionar… pero hay dos formas de recibirle a un Dj, una es pegándosele, mezclando sobre la última canción y seguir, no apagar la rumba —a mí me gusta resto hacer eso—; la otra es parar y empezar con el primer track [que se tenía pensado], que es mucho más fácil. Y es que pegarse y meter un track y que la gente entienda que empezaste tú, sin parar, es para mí no un reto sino algo que me da mucha alegría, cuando la gente me dice: marica, yo estaba afuera en la fila y usted empezó a tocar hace ocho minutos, yo sabía que era usted.

Solo un minuto antes de subirme a tocar sé cómo puedo empezar, porque todo puede cambiar. Pasaba mucho con los vinilos, que uno iba preparado con el primer vinilo y terminaba el último Dj muy arriba, o se bajaba un montón, y yo decía: no, este vinilo para arrancar está muy aleta, no aguanta, no me siento bien haciéndolo. 

 

Estar en control…

Exacto. Una cosa es trasgredir, hacerlo en un sentido irreverente y rebelde frente a la situación de la fiesta o musical, y otra es pasar por encima de la gente y que le valga a uno verga el público. Vuelvo a citar a Jeff con lo que él dice sobre tener una habilidad especial de la percepción atmosférica. Él habla de la atmósfera de la fiesta porque tú llegas y más o menos lo puedes percibir; por eso hablan del Dj como una especie de chamán, porque uno tiene que chamanear a la gente, pilotearla en su trance, en su viaje musical. Él [Jeff Mills] habla también de la gestión del tiempo y eso me causa mucha curiosidad, ¿cómo usar el tiempo que tienes? Es distinto si tienes una hora o si haces un extended de cinco horas. Él habla también del buen juicio, lo que tú crees que está bien en ese momento: está ese ingrediente de la gente haciéndote pensar. Estaría mal decir que se trata solo de lo que yo quiera tocar porque está esa presencia, la gente. Pero es un juicio dentro de lo que uno hace, no es que uno llegó y ah, esto es puro público guarachero entonces toquemos guaracha —que yo no toco— sino es pensar: de pronto les gusta esto de lo que yo toco. 

Y lo más importante, dice Jeff Mills (y es que lo hablo ahora contigo y le encuentro más sentido), la realidad de que nunca harás felices a todos. Cualquier artista debe partir de esa realidad porque si se convierte en un gol, en un objetivo impresionar a todo el mundo, tal vez te termines frustrando porque puede que nunca acapares a todo el mundo. Es tener un poco de humildad también: voy a hacer lo mejor que pueda hacer. 

 

Ahora que hablas del set como una experiencia multisensorial y del trance, ¿relacionas previamente de alguna manera la música que vas a tocar con la percepción alterada a partir del consumo de sustancias? 

Las drogas en la escena rave es un hecho, es una realidad. Las alteraciones de conciencia, con o sin música, cambian la percepción de lo que estás sintiendo y pensando. Cada viaje es muy personal. Puedes consumir lsd en una playa, con el mar y buena compañía —siempre lo he dicho: la mitad de una buena experiencia con el lsd y ese tipo de drogas, radica en con quién estás— y tener una experiencia de revelaciones, de trascender mucho en el pensamiento. Puedes consumir esa misma sustancia en una fiesta y estar tan abierto perceptivamente, que te rayes. Está tan abierta esa puerta y estás recibiendo tanta energía de todo tu entorno que si no tienes experiencia en el consumo te puedes malviajar. ¿A qué voy con esto? No sabes en qué viaje puede estar una persona ni qué sustancia ha consumido; puede haber gente bajo el efecto del lsd, del éxtasis, de la ketamina, de la cocaína y todas generan una alteración diferente, todas tienen caídas diferentes. Ahora, desde afuera, ponerle tanta atención a eso te vuelve loco, es como pensar si tu música le está gustando a todos y en qué viaje estará cada uno. Puedes asegurar que la experiencia que tú estás brindando, por lo menos desde tu alma o desde donde la estés dando, desde tu corazón o tu cabeza, venga de cierta forma: venga con buena onda, con toda la emoción del caso, que no siempre son —y no sé si sea el término— emociones positivas. A mí me pasa cuando toco hard core que a veces tengo rabia, y no es que esté tocando con rabia, pero sí estoy desfogando mi ira. Y lo disfruto. Es como coger una bolsa de boxeo a golpes, no le estás haciendo daño a nadie sino al contrario, estás canalizando tu energía; no todos lo saben hacer y no todos lo pueden hacer y ahí es importante que si tu mamá se acaba de morir, si te acaban de robar o tu novia te dejó, pero te tienes que montar, en ese momento todo tiene que cambiar y por difícil que suene hay que intentar hacerlo porque la gente puede terminar chupándose todas esas cosas. Lo que yo hago es dar las cosas con total transparencia, con toda mi humanidad, mi benevolencia, con la emoción que debe llevar. No es algo que yo premedito porque tocar tiene que ser como respirar: no tiene que costar trabajo.

Esto es en el ámbito de la fiesta. Diferente es en una cosa más íntima, en una fiesta de casa en la que estoy con diez amigos y estamos tocando y unos están borrachos, unos trabados, unos embalados y de pronto estoy poniendo hard core a doscientos bpm y el que está en cocaína me dice: parce, me vas a matar, se me va a salir el corazón. Si tengo esa información directa, sé cómo actuar, pero si estoy en una fiesta de hard core y pienso que hay gente que está muy embalada en el dance floor y se le va a salir el corazón, pues… ¿quién los manda? Es una fiesta de hard core y a eso fui, a que se nos salga el corazón. Creo que todos debemos estar contextualizados, tanto el público como el Dj. Si vez un flyer en el que hay una calavera con satanás al lado, no me pidas que toque house.

Ahora, ¿si me influye a mí el viaje de las personas? Claro, se siente en el ambiente. No siempre es positivo, no siempre es negativo, a veces simplemente es. Para mí la mejor forma de tocar es en sano juicio, si consumo drogas recreativas prefiero no hacerlo cuando estoy tocando en público; lo he hecho, lo puedo hacer, puede ser chévere, lo piloteo bien, pero si la cagas te vas a dar unos latigazos durísimos. 

 

¿Qué responsabilidad frente a la escena tiene estar veinte años detrás de un sello que ha producido y publicado artistas como Magdalena, Aleja Sánchez o Agent Orange? 

En estos días estaba hablando con Sebass de Re.Set —él tiene su proyecto de hard core en Hardcoledia conmigo, hacemos parte del mismo colectivo— y él me decía cuál iba a ser el norte de Hardcoldelia y me preguntaba que cuál iba a ser el de Techsound. Yo le dije que yo nunca me había propuesto algo más allá de publicar la música de la gente de acá. Yo empecé Techsound porque vi que había gente haciendo música. Ese se convirtió en nuestro norte sin decir “es que nuestro sonido va a ser el más vanguardista” o “nos vamos a proponer llevar a otro nivel el sonido del minimal o el dark techno”. Todos estos artistas que tenemos en el sello, como Agent Orange, nos han servido como un apalancamiento para que la gente conozca lo que nosotros hacemos, pero el foco ha sido sacar música que se está haciendo acá. Eso es lo que en últimas nos da un sonido local. ¿Cuál es el sonido local, cuál es el sonido del techno en Colombia? No lo sé, escuchen, por ejemplo, la música que hace Techsound, nosotros somos de acá. Yo conozco sellos colombianos que no publican música de gente de acá. Mi responsabilidad, más allá de pescar en río revuelto, no es ninguna. Yo quiero seguir publicando lo que se hace acá pero tampoco quiero sentirme con una gran responsabilidad frente a la escena. Yo tengo mi sello porque me gusta hacer música y sacar música y seguiré haciéndolo mientras aguantemos. 

Pero sí creo que la gente espera más. Nosotros de alguna forma llevamos una batuta que va para algún lado así realmente yo no me haya propuesto llegar a algún sitio. Yo diría que hay que mantener esa expectativa de qué viene para la música acá, cuando nosotros empezamos había muy pocos sellos y muchos se quedaron en el camino, no había mucha producción, ahora es otra escena la que hay: muchos productores, muchos Djs, muchos sellos, muchas escuelas. Cuando yo empecé no había universidades para estudiar Ingeniería de sonido en Colombia, ahora está la Sor, la Javeriana, la de San Buenaventura, esta y la otra. Estamos frente a un público que a los dieciocho años saben lo que yo sé ahora, por lo menos técnicamente. Es interesante que la gente espere tanto de uno y es una responsabilidad si uno se la quiere poner. Yo seguiré publicando y si eso sirve para seguir apoyando esta escena, bueno. La gente tendrá sus percepciones, para algunos será “no, es que estos manes van a la vanguardia” y para otros será “se quedaron en el techno de los noventa”. Pero, bueno, los noventa volvieron, ¿no?     

 

Incluso al recordar las tarimas de Klan 31 a ras de piso, en nuestro primer encuentro para esta entrevista antes de la era Covid, te referías con mucho entusiasmo al contacto con la gente, a estar sumergido en la fiesta y no rodeado o por encima de ella: el ritual. La fiesta ahora está mutando… 

Las fiestas van a seguir sucediendo. Ahora hay un momento de abstinencia, estamos en pico de pandemia y es el momento de más pánico y más contagio, pero esa abstinencia no va a ser perpetua. Ya se ve el retorno de la fiesta underground; ya me he enterado de fiestas de este tipo que se han hecho a campo abierto en un círculo cerrado. Es inevitable que suceda. Las fiestas clandestinas ya volvieron. 

Esto ha servido para filtrar la escena, la música. Creo que hay una purga y la calidad de los contenidos que se están transmitiendo ahora ha mejorado y puede mejorar más. Eso es un aspecto muy positivo de esta situación. Tal vez ahora hay menos eventos, pero hay más producción musical. Hay más producto creativo en el ambiente. La fiesta es deliciosa y llamativa, es el punto de encuentro donde la gente quiere estar, la fiesta es ese restaurante donde se sirve esa comida que se cocina, pero detrás está la música, las visuales que hacen Vjs, que a veces no se vislumbra de la manera en la que se debería y ahora queda más expuesto. Así sea por obligación, la gente empieza a consumir más música y menos fiesta y eso me parece importante. No puedes salir de fiesta, pero si de verdad te gusta esto vas a acudir a la música y a las visuales y a lo que sea que se geste alrededor de esto. A esto me refiero con la purga artística que está sucediendo: muchas personas se pueden ahora preguntar si lo que les gustaba era las drogas en las fiestas, el momento de esparcimiento, la música o todo en conjunto. 

La ausencia del contacto a mí personalmente me toca mucho porque el tema ritualista se fue para la mierda. Aún me encuentro con mis amigos y me dan ganas de darles un abrazo porque no los veía hace mucho, pero está esa cosa ahí dentro fea que te hace apartarte, como pesarlo al hacerlo, te cohíbe. Cuando estabas tocando y te daban la mano todos y pasabas puños y te abrazabas con la gente y bailaban juntos y saltaban juntos… es algo que se vuelve ahora nostálgico e incluso romántico. Como promotor pienso que tenemos un gran reto en la logística para brindar las condiciones de seguridad para que las personas vuelvan al entorno de la celebración. Ganas no faltan, pero creo que hay quienes se van a abstener porque, claro, hay ganas, pero hay más miedo. Ahora hay que equiparar en la balanza hasta donde nos van las ganas y hasta donde el miedo. 

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Aquí puede escuchar el más reciente compilado de Techsound, Create for survival y lo último de Hardcodelia, Mayhem for survival.

Sígale la pista a Sónico en su cuenta de Mixcloud.

 

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