El craftivismo de Sarah Corbett, otra manera de tejer la protesta social
La visita de la activista británica a Colombia durante el Hay Festival 2019 fue una oportunidad para repensar las formas en que hacemos activismo. La apuesta por una acción pacífica, intimista y de trabajo lento, resulta una propuesta novedosa en un país que sigue sufriendo la violencia contra la protesta social. Pero, ¿qué tan efectiva puede ser?
Las movilizaciones que tuvieron lugar el año pasado pusieron en boca de todos los aciertos y desaciertos de la protesta social en Colombia. Las marchas que se dieron en el marco del paro de las IES públicas o los plantones contra el Fiscal General Néstor Humberto Martínez dejaron en claro el descontento de la ciudadanía, pero también la falta de concordancia entre las agendas y las exigencias de cada sector. Mientras, por un lado, el Estado no ofrecía garantías para la educación y parecía no querer escuchar a los estudiantes, y mientras los plantones contra el fiscal se vieron opacados por la imagen favorable que éste alcanzó tras el atentado en la escuela General Santander, las marchas y plantones fueron bajando su fuerza y al final se convirtieron en jornadas repetitivas donde no se llegaba al cambio pedido, sembrando dudas entre miembros del movimiento estudiantil y la ciudadanía sobre cómo hacer un activismo que condujera verdaderamente a un cambio.
¿Qué pasa entonces con la protesta social en Colombia? ¿Son todavía efectivas formas de activismo como las marchas? El escenario no es el mejor: el día del atentado contra la escuela de cadetes General Santander, se tenía planeada una marcha en contra del ESMAD a raíz de los abusos y violaciones a los derechos humanos durante las protestas del año pasado. Sin embargo, la empatía con las víctimas militares y el miedo a represalias de la policía si se realizaba la marcha, obligó a cancelar la jornada y nunca más se hablo del tema. Escenarios como el del Fiscal o el ESMAD, donde ambos salieron bien librados de las denuncias en su contra, son prueba de que ni el Estado provee las condiciones óptimas para la protesta social, ni todas las movilizaciones responden a la misma agenda, lo que hace que muchas veces se pierda el horizonte.
Foto de Lukas Jaramillo.
Quizá por esto fue tan conveniente la presencia de la activista británica Sarah Corbett el pasado 3 de febrero durante el Hay Festival 2019 en Cartagena. Con dos libros publicados (A Little Book of Craftivism en 2013 y How To Be A Craftivist en 2017) y su trabajo en diferentes coyunturas europeas, esta activista ha puesto en boca de muchos las manualidades como una apuesta pacífica de diálogo entre partes. El cambio climático, la industria de la moda y los salarios justos, son algunos de los temas en los que Sarah y el Colectivo Craftivista han intervenido en el Reino Unido.
Criada en Liverpool, Sarah estuvo cerca del activismo desde pequeña. Siendo su madre consejera local y su padre vicario, viajaron a Sudáfrica cuando Nelson Mandela acababa de ser liberado y asistieron al ascenso de un país, en apariencia, libre de los estragos del Apartheid. Su trabajo en la universidad y su gestión como activista en escenarios como campañas de solidaridad social o trabajos de base con comunidad influenciada por el trabajo del activista sudafricano Steve Biko, la llevaron a fundar en 2009 el Colectivo Craftivista, una organización que adelanta campañas de activismo a través de manualidades como bordado y tejido.
Y es que, aunque parezca difícil de creer, las manualidades han incentivado cambios en materia política y de inclusión sobre toda expectativa. Casos como la participación del Colectivo Craftivista en la lucha por salarios justos en la minorista multinacional Mark & Spencer, son prueba de que acciones como está pueden generar un cambio ante la inconformidad. Según cuenta Sarah, para el caso de M&S notaron que la empresa y la gente no respondían favorablemente a las protestas agresivas, por lo que escribieron cartas a los miembros del concejo y se las enviaron en cajas como un regalo. Este activismo íntimo, cuenta, sirvió para establecer una relación directa con los funcionarios que les permitió tener varias reuniones con ellos y que al final accedieran a sus propuestas.
Acciones como ésta han puesto al activismo con manualidades en el terreno de la efectividad y han abierto la puerta para pensar formas de activismo y protesta más allá de las multitudes y la presión mediática. Pañuelos bordados con frases como “No lo arruines” o “No pierdas la oportunidad de hacer un cambio”, son algunos de los regalos con que Sarah y su colectivo han buscado apelar a los miembros de poderosas organizaciones o del gobierno que no habrían respondido favorablemente a manifestaciones agresivas. “Hay muchas formas de actuar. El activismo con manualidades es justamente una manualidad y por lo mismo hay que saber cuándo utilizarlo”, dice Sarah.
La actividad de Sarah no es ingenua. Si bien estos mensajes bordados podrían pensarse como regalos infantiles al lado de la actitud de los poderosos, Sarah y el colectivo tienen muy claro el público y el objetivo de sus manualidades. Como ella misma cuenta, cuando realizan este tipo de campañas, no buscan hablar con el gerente o con la persona en el cargo más alto, pues es probable que este no quiera escuchar; al contrario, se valen de miembros de menor rango para minar desde ahí y hacer que así lleguen las reflexiones hasta las esferas más altas. Casos como el de la lucha por el cambio climático, por ejemplo, muestran que la apuesta de estos craftivistas no es sólo la demanda a los grandes líderes, sino también el generar discusión en aquellos ciudadanos que siempre se han mantenido al margen de esas reivindicaciones.
(No deje de leer ‘Por la pública publico’, un fanzine colectivo por la lucha estudiantil)
Según cuenta Sarah, para una marcha por el cambio climático que se realiza anualmente a la llegada del verano en el Reino Unido, ella trabajaba en una campaña para llevar a la marcha a personas que nunca antes se habían interesado en el tema. Para eso hicieron una campaña con quinientas personas en las que cada una hizo una pieza pequeña bordada con algo que quisieran y lo que iban a hacer para protegerlo del cambio climático. El resultado de la campaña, en la que las personas que bordaron interactuaron con transeúntes y desentendidos, fue un aumento en el fuero de la marcha gracias al convencimiento que se logró con conversaciones armadas a partir de los bordados. “Fue muy interesante no sólo porque llevamos más gente a la marcha, gente que nunca había estado, sino porque le mostramos a los líderes que no era la típica marcha en la que aparecían los rostros que uno esperaría que lucharan por el cambio climático, sino que había gente de la que uno diría que no tendría interés en marchar por un tema como ese”, recuerda.
Influenciada por personajes como Mahatma Gandhi, Nelson Mandela o Martin Luther King Jr. –este último su activista favorito a causa de lo tranquilo y estratégico que era para llevar a cabo sus intereses y los de su gente–, Sarah ha sabido consolidar un modelo de activismo que, entre otras cosas, es una puerta a la acción para las personas introvertidas que, como ella, se cansan de las manifestaciones y de las grandes multitudes. A diferencia de otras formas de activismo donde se busca generar una respuesta inmediata a las necesidades de los demandantes, el craftivismo es una propuesta de trabajo lenta en la que las personas involucradas no sólo se toman el tiempo para elaborar sus productos, sino también para discutir alrededor de éste.
Pero a pesar de que el activismo de Sarah se centra en el craftivismo y en formas pacíficas de comunicación entre partes en disputa, su participación no está restringida al campo de las manualidades y, como ella misma afirma, es necesario saber cuándo es pertinente valerse de una apuesta como esta. “El activismo con manualidades es solo un utensilio en la caja de herramientas del activismo y como con cualquier otra herramienta, debemos trabajar estratégicamente para saber cómo podemos generar el mayor impacto. Hay que saber mirar con qué audiencias, en qué contexto, con qué causas, en qué momento podemos usar esas herramientas”, dice.
Aunque no rechaza formas de manifestación como las marchas, para Sarah es importante reconocer cuándo estas son efectivas y cuándo han perdido el horizonte. Así como afirma que asiste a marchas cuando estas tienen una estrategia clara, saben a quiénes se va a apelar y tienen peticiones realistas que no solo se enfoquen en el problema, sino que ofrezcan soluciones, tiene claro que no asiste a las marchas que no tienen claro para qué están hechas o que sus peticiones no son realistas y que se enfocan en satanizar a otros causando más división. Esta diferenciación, agrega, es importante hacerla con el craftivismo.
La visita de Sarah al país nos permite cuestionarnos sobre las formas en que se lleva a cabo la protesta social y el activismo en el país, el cual, muchas veces reducido a marchas y movilizaciones, pierde de vista no sólo la necesidad de la empatía ciudadana, sino también sus horizontes. Su apuesta por un activismo pacífico e íntimo con los territorios, las prácticas y los personajes, intriga en un entorno hostil para la movilización social como Colombia y abre la puerta a pensar nuevas posibilidades para, no solo lograr ser escuchados, sino también para no ser silenciados.
“Cuando hay algún político abusando de su poder, es mejor buscar una estrategia que no lo satanice, sino tener una actitud más dialogal con ellos. En lugar de decirle que es una mala persona o que es un asco, es mejor decir: no estoy bravo, solo estoy decepcionado, puse mis esperanzas en usted y no ha cumplido. Al final uno descubre que eso puede ser más efectivo”, señala. Valdría la pena preguntarnos si la propuesta de Sarah puede funcionar en un país donde abundan escándalos de corrupción, fraudes y asesinatos selectivos muchas veces encubiertos por la misma clase dirigente; pero también valdría la pena preguntarnos hacia qué público se le está apuntando durante las protestas, pues minar la base de las prácticas llamando a aquellos que aún son indiferentes, podría ser más efectivo que cambiar de golpe la voluntad de los políticos.
En Colombia las iniciativas de este estilo sobran. Proyectos como Clase a la calle, son ejemplos de movilización alternativa que demuestran que, a pesar de los logros de las marchas, la gente responde mejor con acciones pacíficas que busquen su empatía. Aunque muchas veces las acciones pacíficas y el activismo amable pareciera no ser una alternativa viable en un contexto tan hostil como el colombiano, lo cierto es que este tipo de actividades han logrado convencer a las personas de pensar más allá de la inmediatez de la manifestación y a no ser indiferente a lo que ocurre a su alrededor. Basta echar una mirada a la caja de herramientas del activismo nacional y probar nuevas estrategias para que las luchas y reivindicaciones urgentes no mueran.
La presencia de Sarah Corbett en el Hay Festival 2019 se dio gracias al British Council.