Así trabajan cinco ambientalistas que protegen los humedales bogotanos
Con tierra en las uñas, esta gente adelanta talleres ambientales o caminatas ecológicas para concientizar a la comunidad sobre la importancia de estos cuerpos hídricos, que en nuestra ciudad ocupan más de 700 hectáreas.
Durante la Expedición Botánica encabezada por José Celestino Mutis, la sabana de Bogotá fue escogida como uno de los centros de estudio y exploración. En aquella época abundaban las especies de flora y fauna pero las migraciones, la modernización y el crecimiento acelerado durante la segunda mitad del siglo XX, supusieron la expansión de la ciudad de manera no planificada sobre los cerros y los humedales, que sustentaban la rica biodiversidad capitalina.
Humedal El Burro
Según el Instituto Humboldt, Bogotá tiene la mayor concentración de áreas húmedas en contextos urbanos y es por eso que se hace vital conocer estos espacios, una tarea en la que nos pusimos al contarles del estado de los humedales bogotanos. El deterioro que padecen o han padecido muchos de estos ecosistemas, ha hecho necesario que personas que geográficamente cohabitan con los humedales se pongan ‘la 10’ y los cuiden, contribuyendo al mejoramiento de la calidad del agua y el aire de la ciudad, además de trabajar en la preservación de las especies que habitan allí.
Aunque a los líderes políticos poco parece importarles la conservación –en el último debate de candidatos presidenciales, organizado por Canal Capital para hablar de Bogotá, solo Humberto de la Calle y Gustavo Petro hablaron del cuidado ambiental de la van der Hammen, y el del Partido Liberal fue el único que se refirió puntualmente a los humedales-, hay personas como Jorge Escobar, un activista de la Fundación Humedales de Bogotá, que le ponen el pecho a la protección de estos ecosistemas. Junto a un equipo de voluntarios, adelanta talleres ambientales y caminatas ecológicas guiadas para que que la ciudadanía conozca y se involucre con los humedales de la capital.
Humedal Córdoba
Muchos de esos voluntarios se vinculan hasta el punto de convertirse en figuras reconocidas por la comunidad aledaña a los humedales, y cuya labor bien les vale el ser catalogados como guardianes de estos cuerpos hídricos. Los que les presentamos aquí son cinco guardianes que cuidan de algunos de los quince humedales que tenemos en Bogotá:
Dora Villalobos
Humedal La Vaca
Las primeras peleas de Dora por proteger el humedal comenzaron en 1995, cuando Antanas Mockus era alcalde y ella recién llegaba de Pauna, Boyacá, desplazada por la violencia. Al llegar a la capital, sin saberlo, compró junto a su familia un lote que unos urbanizadores ‘piratas’ le ofrecieron en una zona cercana a La Vaca. Como ellos, otras 160 familias se asentaron en el lugar en condición de invasión de predios del humedal, lo cual llevó a que el Distrito pensara en reubicarlas, pero sin definir cuál era la verdadera situación de estas personas.
Entre esas familias, que se instalaron en el sector por la facilidad de tener un trabajo informal en Corabastos, esta mujer de 50 años emergió como una lideresa social, movilizando a la gente en defensa de sus terrenos y logrando, dos años después, la expedición de la personería jurídica del barrio El Amparo, que se había construido años antes y había dividido en dos este humedal: un sector norte, de 5,73 hectáreas, y un sector sur, de 2,2 hectáreas.
Desde esos líos –incluida una reubicación de las familias y una ‘retoma’ de predios del humedal por más de 200 familias- Dora se echó al hombro la gestión del humedal y lucha día a día con los problemas de inseguridad que afectan este espacio, ubicado en la localidad de Kennedy. La mayoría de los días, desde temprano llega con su esposo al ecosistema y se dispone a hacer lo necesario para que nada falte en el lugar, el cuidado de las especies y la afinidad que siente por las mismas dan cuenta del trabajo de esta mujer en medio del humedal.
Gracias a la protección de ella, y otras medidas como un cercamiento de la actual administración y una reforestación, el humedal hoy en día se ve más verde que nunca, convirtiéndose en ecosistema para aves como la tingua de pico rojo.
Alejandro Torres
Humedal El Burro
“Llegué al humedal persiguiendo el vuelo de un gavilán coliblanco”, recuerda Alejandro, un tipo que desde hace 25 años visita casi a diario este espacio que forma parte de la subcuenca El Tintal y tiene una extensión de 18,8 hectáreas. Este abogado egresado de la Universidad Católica, en Bogotá, conoce a qué especie pertenece cualquier ave que se postre en los árboles o que navegue sobre el espejo de agua del humedal.
La gestión de Alejandro empezó adelantando jornadas de aseo que, con el tiempo, se convirtieron en ejercicios pedagógicos con alumnos de 17 colegios de la localidad de Kennedy. Además de caminatas guiadas y siembra de árboles, este tipo de 37 años promueve el taller ‘Lectura, naturaleza y color’, el cual les enseña a los más jóvenes del sector sobre comportamientos lectores ligados a espacios ambientales y está siendo replicado en otros países de Latinoamérica. También realiza un trabajo en conjunto con la Biblioteca Pública El Tintal, donde se genera el programa de promoción de lectura, una acción ya reconocida por el programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente.
“El Burro” -como le dicen sus amigos no solo por su relación con el humedal sino por lo terco que es- considera que solo se defiende lo que se ama y, a su vez, solo se ama lo que se conoce. Por eso para él es clave que la pedagogía ambiental se fomente cada día más. “Todo el trabajo nos ha permitido construir audiovisuales, como el documental Memorias del humedal que se hizo con Bibliored, y estamos estrenando el documental Al final del río: memoria histórica del Río Bogotá, y con Señal Colombia trabajamos el tema de la ruta natural, que son piezas audiovisuales que se constituyen como herramientas pedagógicas para generar una sensibilidad con el cuidado de la naturaleza”, cuenta Alejandro, quien también fue edil de la localidad de Kennedy y valora la mejoría en cuanto al apoyo por parte de la instituciones.
Aunque, claro, todavía falta: “El humedal se puede ver muy bonito, pero uno respira los gases de metano, de vapores sulfhídricos y de benceno que están saliendo del agua de los humedales. Como lo humedales están recibiendo aguas residuales fecales, ya no hay oxígeno disuelto, ya no hay pez nativo (pez capitán o pez guapucha), ya no hay rana nativa (rana verde sabanera) y por el contrario se dispara la población de rata, zancudos y moscas, que genera un problema de salud pública para Bogotá”, explica este guardián.
El objetivo de Alejandro es seguir trabajando en el humedal y así preservar especies que se ven aquí como el pato turrio, pato canadiense, la monjitas, turpial de laguna, serpiente ciega de los Andes, serpiente sabanera y aves migratorias de Argentina, Perú o Ecuador.
Édgar Bermudez
Humedal Juan Amarillo o 'Tibabuyes'
En el 2000, este licenciado en biología llegó al humedal con la intención de trabajar en favor de la preservación del ecosistema. Como residente del sector, ubicado en la localidad de Engativa, Édgar enfoca su gestión en brindar educación ambiental para que la población conozca su propio territorio, que tiene el humedal más grande de Bogotá (224 hectáreas) y se conforma por la confluencia de los ríos Salitre y Negro, y en la actualidad se alimenta de aguas residuales, industriales y lluvias.
Para lograr sus objetivos, este man de 61 años fomenta recorridos de interpretación y contemplación, en los que se discute lo que pasa con el espacio ambiental y lo que se debe y no se debe hacer allí. “Lo primero es observar la fauna y la flora. Por ejemplo, ahora por el invierno están proliferando la lenteja de agua y el helecho acuático. Acá hay gente que viene a arrojar basuras y eso claramente daña el ecosistema”, explica Edgar.
En sus 18 años de gestión, Édgar asegura que cada una de las administraciones los ha apoyado, ya sea con talleres, charlas o diplomados y que incluso la Junta Administradora Local ha colaborado. “No podemos desconocer el apoyo hasta de la misma policía ambiental, que cuando se les ha solicitado el acompañamiento a los recorridos han estado. Aquí se ven mucha inseguridad y problemáticas relacionadas con el consumo de drogas y con bandas que prefiero no nombrar“, dice Edgar. Eso sí, algo que despierta temor en este guardián es la posiblidad de que Peñalosa ejecute la obra de la ALO pues eso, dice, dañaría el Juan Amarillo.
“El humedal ha mejorado bastante en los últimos 20 años. Sin embargo, el alcalde Peñalosa, por su manera de pensar urbanística, ha cometido errores como la base en roca que hizo alrededor del humedal, una obra netamente de ingeniería civil”, explica Édgar, quien además invita a los jóvenes a mantener una lucha constante y permanente para reconocer los humedales como espacios sagrados.
Mauricio Castaño
Humedal Córdoba
Junto a un grupo de amigos y vecinos de la zona, Mauricio comenzó a trabajar en el humedal de 40,5 hectáreas hace veinte años con la clara intención de generar conciencia acerca del cuidado de los espacios ambientales capitalinos. La gestión de este diseñador gráfico, y del grupo, ha sido principalmente el reconocimiento del territorio y sus más de 130 especies de aves y plantas.
El fuerte de su labor ha estado encaminada a verificar el cumplimiento de la acción popular que interpusieron en 1998, cuando la primera alcaldía de Enrique Peñalosa pretendía meter ciclorrutas, plazoletas y senderos en el humedal. “Con la acción popular logramos que el Tribunal de Cundinamarca y el Consejo de Estado nos dieran la razón. Ya hay un plan de concertación y de manejo ambiental y desde 2009 la empresa de acueducto ha estado destinando dinero para hacer las obras de recuperación”, explica Mauricio, quien observa un alto nivel de irresponsabilidad por parte de la alcaldia, en cuanto al cumplimiento de la Política de Humedales del Distrito Capital y del fallo de la acción popular.
“En este momento, el humedal Córdoba es el mejor conservado, es el que más obras de recuperación tiene, es el único que tiene un caudal ecológico. Aquí se trajo agua pura de la quebrada Santa Bárbara desde los Cerros Orientales y eso ha potenciado el humedal. Los otros humedales, a pesar de que la norma dice que lo deben tener, no lo tienen. Aquí lo hay gracias a la acción popular”, explica.
En este humedal tienen registrados más de 140 especies de aves, de las cuales 36 son migratorias de América del Norte y dos de Suramérica. Además hay pericos, búhos, aves rapaces, pájaro carpintero, reinitas migratorias, cucaracheros, tinguas, patos y garzas, todo un ecosistema que este tipo de 47 años ve como un pulmón vital para la ciudad y un espacio que tiene un microclima que genera aire limpio, controlando el impacto del cambio climático en la ciudad.
Tina Fresneda
Humedal Tibanica
Corría 1994 cuando Tina llegó a la localidad de Bosa con sus dos pequeñas hijas, buscando una vivienda propia. Así, se asentó cerca al Río Tunjuelo y conoció las problemáticas que lo afectaban, involucrándose en la labor comunitaria que buscaba proteger esta corriente de agua. “Para nosotros, en esa época, el río era una vergüenza porque olía feo. Hoy en día para mí es un recurso hídrico importante que toca cuidar”, asegura Tina. Un año después, Tina conoció el humedal y se animó a mejorar este ecosistema de 28,8 hectáreas. Gracias a la gestión de esta lideresa ambiental, no falta quien se refiere al humedal como el ‘Tinanica’.
Dos años después, empezaron a llevar a los estudiantes de diferentes colegios de Bosa al humedal para que conocieran el territorio y se apropiaran del mismo, y fue en esos ejercicios que Tina entendió lo relacionado con el ecosistema y saber lo que este significa desde adentro, además de descubrir la afinidad que tiene por el cuidado de la naturaleza. “Yo soy una de las mamás del humedal”, dice Tina, mientras reconoce que su conocimiento, completamente empírico, lo basa en estar en el lugar, pues después de recorrerlo muchas veces asegura que ha entendido realmente el contexto ecosistémico.
Dos años después, empezaron a llevar a los estudiantes de diferentes colegios de Bosa al humedal para que conocieran el territorio y se apropiaran del mismo, y fue en esos ejercicios que Tina entendió lo relacionado con el ecosistema y saber lo que este significa desde adentro, además de descubrir la afinidad que tiene por el cuidado de la naturaleza. “Yo soy una de las mamás del humedal”, dice Tina, mientras reconoce que su conocimiento, completamente empírico, lo basa en estar en el lugar, pues después de recorrerlo muchas veces asegura que ha entendido realmente el contexto ecosistémico.
Como anécdota recuerda que dentro del humedal, antes de que se implementara vigilancia en 2006, había una cancha de fútbol y tristemente les tocó sacar a los jóvenes de allí, lo que causó disgusto a tal punto de que Tina fuera amenazada con arma blanca. “Hoy en día, con algunos de esos chicos nos encontramos y nos reímos del cuento. Sí se puede empezar pero por las buenas, con cariñitos”, asegura entre risas esta ambientalista, que está dispuesta a seguir trabajando por ese espacio que regala oxígeno a la capital.
Si usted está interesado en hacer algo más por estos espacios, vitales en el sostenimiento de Bogotá, haga clic aquí y vincúlese activamente en el desarrollo de una cultura ambiental sana y coherente con la naturaleza.