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Bogotá en bici según cinco chicas amantes de las dos ruedas

Tania carga gas pimienta mientras va en la bicicleta y Laura prefiere no montar sola por la ciudad, pues siente que la gente la ve más indefensa. Ellas, como cada una de estas cinco mujeres, usan a diario su cicla para ir del trabajo o universidad hasta la casa y, a pesar de las experiencias de acoso, accidentes y falta de solidaridad, no están dispuestas a dejar de rodar. 

Catalina Vanegas Maya

Por placer o por necesidad, el uso diario de la bicicleta aumenta cada día en la capital, que no en vano es la ciudad de Latinoamérica con más kilometros de ciclorutas con 392. Para muchos la experiencia es positiva, para otros puede llegar a ser traumática. Estos son cinco testimonios, de cinco bogotanas que, por nada en el mundo, están dispuestas a bajarse de sus ciclas.

“A las mujeres en este momento no nos da miedo salir a montar en bicicleta”.

Paula Viviana Camacho, 17 años
 

Mi bicicleta se llama Aang como el personaje de Avatar, porque resiste los cuatro elementos: el agua, el aire, el fuego y la tierra. Desde hace dos años empecé a montar en bicicleta porque el Transmilenio me aburría.

Compré una cicla con frenos por mi falta de experiencia. Después empecé a usar bicicletas sin frenos -piñón fijo- y a las dos semanas de estar practicando, un colectivo que incentiva el uso de la bici, Viejos Zorros, me contactó para que hiciera parte de su equipo.

Mi primera competencia fue en Bogo Cat y quedé en el puesto 27. Entendí que hay que ser muy disciplinada para empezar a ganar. Volví y gané el primer lugar en el reto La Dama de la Muerte, en la categoría fija. También participé en Alley Cats, pero esa vez no gané, me tuve que consolar con el segundo puesto y con 20 mil... También he competido en Cali en el Criterium y en Velociraptor. La última vez que estuve en el Track or Die me gané un marco para armar mi nueva bici.

Movilizarme en cicla es uno de mis mayores placeres. No importa si es de día o de noche. Todos los días atravieso el puente de la Avenida Suba hasta la 127 con Autopista, donde trabajo en un call center. También pedaleo hasta la casa de mi novio, en la carrera 50 con calle 3 sur.

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Aunque no todo ha sido color rosa: me he caído muchas veces y me han atropellado. Eso genera temor pero también me lo generó otra experiencia, en la que un desconocido me empezó a escribir por Facebook.

El tipo me preguntaba que si iba a ir a rodar con el colectivo, o me decía que ese día me había visto por la Avenida Suba. Los días siguieron y el tipo no dejaba de mandarme mensajes. Me dio mucho miedo, nunca le contestaba las conversaciones. Él me estaba espiando y yo nunca en mi vida le había visto la cara. Sin pensarlo lo bloqueé.

A las mujeres en este momento no nos da miedo salir a montar en bicicleta a la calle. Todas decimos: si puedo y si quiero. Creo que hemos entendido que no tenemos ningún impedimento por nuestro género. Ver una joven en bici es lo máximo.

“El golpe más duro que tuve fue la vez que un hombre que iba en otra cicla abusó de mí”.

Tania Rodríguez, 22 años

Yo tengo gas pimienta por si algo pasa.

El golpe más duro que tuve fue la vez que un hombre que iba en otra cicla abusó de mí. Era un domingo en la noche, como a las seis de la tarde. Yo iba en la cicloruta con mi perro. Él venía detrás mío y me tocó la cola. Al hacer eso, mi reacción fue lanzarle un puño con todas mis fuerzas, pero perdí el equilibrio y me caí, no alcancé a poner las manos en el piso y me fracturé la muñeca.

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Quedé aturdida durante 10 minutos en el piso. El señor me miró, no dijo nada y siguió su camino. Me tocó coger la bici como pude e irme a la casa. Me fracturé la muñeca, y me pusieron un dispositivo para recuperar la movilidad. La recuperación fue muy dolorosa… todavía me sigue doliendo, cuando toco la guitarra se me dificulta mucho.

Hace dos años, cuando entré a Pedagogía en Ciencias Sociales en la Universidad Pedagógica, me contagié de la pasión por la bicicleta. Cogí la cicla de mi hermana que estaba prácticamente inservible. Con la ayuda de otros amigos le cambié los frenos y las llantas.

Todos los días y noches me muevo en bicicleta. Vivo en Molinos, en el sur, en la localidad Rafael Uribe Uribe, y la universidad queda en la calle 72 con Avenida Caracas. Me demoro 40 minutos en cada trayecto.

Mi cicla se llama Putita porque desde que la empecé a arreglar me ha sacado plata. Hace conmigo lo que quiere: me rompe las medias y cuando se le pincha una llanta me deja botada.

“En las ciudades tendemos a ser sedentarios, la vida citadina nos lleva a no movernos”.

Jessica Andrea Castiblanco, 24 años

Cuando joven, mi papá fue ciclista profesional y siempre me ha ayudado a engallar la bici. Hace dos meses, en la calle 13 con Avenida Caracas, compré una cicla azul vintage, marca GW, que recrea los diseños clásicos.

Todo empezó porque me fui durante un año de mi casa y me compré la bicicleta para ahorrar. En ese entonces vivía en Chapinero y trabajaba en la calle 72 con carrera 30. Después de un tiempo, esta actividad se volvió parte de mi cotidianidad, aunque nunca la uso de noche porque me dan miedo los ladrones.

Ahora vivo cerca al Centro Comercial Hayuelos y sigo trabajando en la 72 con 30, todos los días me voy en cicla al trabajo sin ningún problema. A mi mamá le da un poco de miedo que este sea mi medio de transporte porque he tenido accidentes, pero no muy graves.

Un día iba por la calle 26 muy tranquila. De repente, salió una moto que iba muy rápido y se adelantó. Me tocó frenar y por el repentino cambio en la velocidad la bici se levantó del piso: mi cara cayó en contra del pavimento. Fue brutal. El motociclista, indignado, protestó que la culpa era mía y se fue.

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El uso de la bicicleta es eficiente desde todos los puntos de vista. Yo monto bici hace seis años y pienso seguir usándola esté viviendo donde sea. En las ciudades tendemos a ser sedentarios, la vida citadina nos lleva a no movernos.

“La mujer no tiene el hábito de usar la bici libremente por el acoso callejero”.

“Donoso”, 22 años

Tengo una monareta que se llama Chica y una bicicleta, Burra, que está llena de stickers personalizados. La bici es una extensión de mi cuerpo.

Andar en cicla es una forma de vida, que permite interactuar con el mundo de una manera diferente. Cuando uno va en un carro o una moto, la percepción cambia. Para mi la bici es una forma de reivindicar el ser humano porque a partir de otros medios de transporte se han perdido muchos valores, como la solidaridad con el otro.

La mujer no tiene el hábito de usar la bici de una forma libre por el acoso callejero, es una de las constantes para que no la usen.

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Ando en bicicleta porque me ahorra tiempo de mi vida. Yo aprendí a montar sola, a los 14 años, y dejé de usarla durante cinco años por una caída. Ahora es mi único medio de transporte. La uso para ir de mi casa, que queda en Molinos hasta la calle 72 con Avenida Caracas.

Estoy haciendo una tesis sobre la bici como un objeto mediador de transformación social en Bogotá, y he evidenciado cómo el uso de la bicicleta ha generado cambios dentro de la humanidad. Cuando la mujer empezó a utilizar la cicla fue una forma de liberarse del marido, de la sociedad, porque empezó a moverse sin la necesidad de otros.

“Intento no salir sola, porque por ser vieja, la gente me ve más indefensa”.

Laura Pérez, 27 años

Casi siempre salgo los miércoles y viernes en la noche a montar bicicleta. Intento ir a Chía y vuelvo a Chapinero, donde vivo.

Si voy rápido no me pasa nada, a menos que me tiren un palo...Intento no salir sola, porque por ser vieja, la gente me ve más indefensa, así uno no lo crea. Detesto el transporte público bogotano: el bus es horrible, los taxistas son groseros y morbosos. Prefiero hacer ejercicio y sentir el viento, que es lo más me gusta.

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A veces me voy con los Skullriders o con los Gonoriders. De día sólo la utilizo para ir a la oficina, en Creative Group, una agencia de diseño en la calle  63 con carrera 20. El último viaje largo que hice fue hasta el Neusa con unos amigos.

Tengo la bici hace seis años, su nombre es La Hacedora de Viudas porque estuve casada, me separé y después de eso compré la bicicleta. 

Mi parcero, Juan Pablo Pardo, que trabaja en Panteras –una tienda de bicicletas  antiguas- fue el que me hizo la bici. Me tomaron las medidas del marco, los rines, elegí los colores negro mate y blanco. Después de un accidente que tuve le cambié el piñón fijo por unos frenos.

Estaba bajando por la calle 64 hacia mi casa. Un taxi iba adelante mío y frenó. Como estaba de día, no vi las luces traseras y me choqué de lado. Con la cabeza le rompí el vidrio de atrás.   El impacto fue tan fuerte que terminé dentro del taxi. El hombre se bajó, me sacó, me preguntó si estaba bien.

Empecé a sangrar debajo del mentón, me volé un diente, pero de milagro no quedaron vidrios en la cara. Cuando el señor se dio cuenta que no estaba muerta, se fue. La gente que había alrededor tampoco hizo nada, se quedaron mirando sorprendidos, como haciendo cara de “esta vieja está viva…”

Lo peor de todo no es eso. En las ciclorutas, en cualquier momento, los peatones u otros ciclistas se la pasan cogiendo las nalgas de las chicas. Creo que nosotras ya estamos acostumbradas a eso. De todas maneras, esas situaciones no son un impedimento para seguir usando la bicicleta. En un futuro me veo viejita, tatuada con arrugas y en esta misma bici.

 

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