“Me han llamado payaso, bruja y satanás”
Rechazos, maltratos y burlas son solo la punta del iceberg de lo que ha tenido que soportar esta mujer por su amor a las intervenciones corporales. Así es la vida de Michelle: motivaciones y pensamientos de una persona que no quiere ser igual al resto de ‘zombis’ que habitan esta ciudad y que contempla, incluso, tatuarse los ojos.
“¿Muy machita o qué?”, fue lo que le gritó una mujer con la cabeza rapada antes de acercársele con todo su grupo a insultarla. Pero solo fue el comienzo: luego la empujaron contra la pared y le rayaron la cara con un objeto; también le golpearon la boca y le dejaron un ojo hinchado. Sucedió el año pasado.
Aunque pareciera que Michelle Gil (27 años) ya no quisiera recordarlo, explica que por culpa de la golpiza casi muere cerca de la Estación Ricaurte de TransMilenio.
Pero solo es una de muchas situaciones que ha tenido que afrontar por querer ser distinta a los demás. Michelle o ‘Lisbeth’, como prefiere que la llamen, tiene la cara tatuada, y sus ganas de estar alejada de las personas y de no ser otro ‘zombi’ (como denomina al resto de la humanidad) hicieron que a los 21 años comenzara a tatuarse, ya no el cuerpo, sino la frente, los pómulos y los contornos de sus ojos.
Tener el rostro y el cuerpo con estrellas de colores, murciélagos, puntos, triángulos, letras, palabras (“bendita” y “perdón”) y un helado no ha ocultado para nada su belleza. De hecho, no son pocos los hombres que se sienten atraídos por lo que ella es.
— Pero también hay personas que se han querido meter conmigo solo por el fetiche de ‘comerse a la vieja de los tatuajes’. Jovencitos recién tatuados y hasta directores de cine se han enloquecido al verme así.
La moneda de la intoleracia se ha dejado ver en el rechazo, el juicio y la agresión. Tristemente, su historia deja claro el poco respeto en una sociedad que margina a quienes piensen, actúen o luzcan diferente.
— Una vez estaba sentada en un bus escuchando música y cantando. El man que estaba a mi lado de repente me lanzó tres puños y dijo que le estaba invocando al diablo en otro idioma. También me han llamado payaso, bruja y hasta satanás.
"Hay personas que se han querido meter conmigo solo por el fetiche de ‘comerse a la vieja de los tatuajes’"
Buscar trabajo también ha sido un problema. Pero ella no se rinde: estampa, diseña y vende ropa por internet, negocio que, asegura, le da lo suficiente para sobrevivir. También pinta y hace exposiciones de vez en cuando y ya ha vendido varias de sus obras. Por si fuera poco, da clases de arte.
— Para mí las personas en Bogotá no son ellas, usan máscaras con el pretexto de encajar dentro de la sociedad. No me siento cómoda con el hecho de imaginarme siendo uno más de ellos, no aguantaría eso. Mi vida es perfecta cuando cierro las puertas de mi casa, cuando me encierro a escuchar o a dibujar a mi ídolo, Kurt Cobain.
Y contrario a lo que podría pensarse, no está de acuerdo con que la gente se tatúe el rostro.
—Se debe tener la estabilidad mental y financiera para hacerlo. Tiene que tener las ‘bolas’ para enfrentarse a las personas en la calle con la cara así, aguantarse los insultos y las burlas de los demás, que casi siempre son jóvenes.
Su gusto por las intervenciones corporales le han llevado a contemplar la posibilidad de hacerse tatuajes en los ojos, “pero acá eso es una ceguera segura”, explica.
Ya no le importa lo que los ‘zombis’ opinen de su rostro y de los tatuajes en su cuerpo. Esta hermosa admiradora de las artes y la música ahora piensa en el próximo tatuaje: algo relacionado con su banda favorita (Nirvana) en su cara y su mano derecha. Todo con tal de seguir siendo ese personaje que se muestra tal y como se siente. La diseñadora que prefiere mostrar una tristeza verdadera que una sonrisa falsa; que cree, como diría Kurt, que “es mejor quemarse que apagarse lentamente”.