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Internet, la red con la que Marciano multiplicó sus ganancias

Esta es la historia de cómo el acceso a Internet cambió la vida de Marciano Ipuana, un humilde pescador wayuu de la vereda Bocas de Camarones en la Guajira. Navegando por la red adquirió conocimientos que le ayudaron a mejorar su pesca y las ganancias que recibe.

Rafael Caro Suárez

A sus 45 años, Marciano Ipuana sabe que su trabajo de pescador depende de los caprichos de la naturaleza: si la marea sube tendrá jornadas de pescas abundantes; pero si baja, entonces llegará la escasez. Sin embargo, desde que aprendió a consultar internet desde su vereda ha desafiado hasta las más intrincadas leyes del mar con ayuda de la tecnología.

“Me enseñaron a navegar por Internet y conocí el GPS que es una herramientas con las coordenadas de cualquier lugar del mundo”, explica este wayuu de complexión robusta, buena estatura, piel cobriza y templada como un tambor.

Ipuana se refiere así a la forma en la que cambió su vida desde que el Ministerio de las Comunicaciones instaló en su vereda un computador con internet (proyecto Kiosco Vive Digital) donde aprendió a encontrar información relacionada con la pesca, dónde comprar insumos en Riohacha o Santa Marta y cómo consultar el estado del clima de los días venideros. Así también logró conjurar la mala suerte a la que antes achacaba sus jornadas inciertas: “Ahora pesco hasta 30 kilos de sierra, y 40 de pargo”, asegura.

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Igualmente, fue con las herramientas de esa otra red (la informática mundial) que aprendió que los peces que frecuentan las aguas de sus playas; como la sierra, el pargo, la mojarra, el bagre o la carita, salen en cardumen por las madrugadas. Por eso cambió de estrategia, y en vez de tostarse la piel bajo la canícula ardiente del mediodía; ahora prefiere la penumbra del amanecer, con la suave y fresca brisa del alba.

Con Genaro Ipuana, su hermano, recorre las rutas que previamente identificaron en Internet como las mejores para pescar. Si es diciembre, los vientos lo llevarán por senderos afortunados. Pero en enero, o entre julio y septiembre, el mar se pone picado y navegar se convierte en una acción suicida; recuerda la vez en que su nave se desvió por rumbos peligrosos a causa del oleaje impertinente que casi los hunde. Marciano pensó que terminaría anclado en las profundidades infinitas de las aguas que lo vieron nacer. “Afortunadamente no pasó nada. Pero ahora prefiero consultar antes en el Kiosco el estado del clima, así uno sabe a qué atenerse”, señala.

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 Con la estrategia ‘El Campo se conecta’, el Ministerio de Comunicaciones viene instalando cientos de kioscos como el de Bocas de Camarones en diferentes veredas de departamentos. La meta es tener en zonas rurales un total de 7.621 kioscos para que campesinos, niños y mujeres accedan a la tecnología.

El pescador digital

Marciano es pescador desde los ocho años de edad, cuando el viejo Marcelo Ipuana (su padre, hoy con 85 años) le enseñó los secretos del oficio: cómo utilizar las velas de la embarcación para aprovechar la brisa marina, la mejor manera de agarrar el remo para darle velocidad a la nave y cómo, cuándo y dónde echar la red para emprender una pesca generosa. Aunque las exiguas ganancias de Don Marcelo en sus años de labores no le permitieron ofrecer a sus hijos lujos ni abundancia, Marciano agradecerá siempre a su padre haberle enseñado a pescar para conseguirse el sustento.

“Porque si eres de la Guajira -exclama Marciano- tienes dos opciones: los de la zona árida se dedicarán al pastoreo de animales; pero si eres del mar, entonces te convertirás en pescador”. Bocas de Camarones es un camino intermedio; la vereda está ubicada a 15 kilómetros de Riohacha y tiene el litoral a tan sólo 200 metros de distancia, por eso sus 500 habitantes se reparten entre los oficios del campo, la crianza de chivos, la fabricación de tejidos artesanales y, los más osados, viven del mar.

Son hombres recios que se encargan de llevar a sus hogares el pescado para que sus mujeres lo sazonen y acompañen con ñame y agua de panela. Como producto de alta demanda, se vende como si fuera pan caliente: “Puedo vender hasta 70 kilos de pescado en tan sólo media hora. El kilo de pargo está a $10.000, y el de sierra a $14.000”, relata Ipuana, que en sus mejores días se gana entre 120 y 500 mil pesos. Antes, sin tecnología, se hacía entre 70 y 90 mil pesos.

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La tecnología y la experiencia le han permitido organizar un plan B por si llega la mala hora: si el clima le impide zarpar, entonces se desplaza medio kilómetro hacia la ciénaga Navío Quebrado, un paraíso donde los flamencos de rosados plumajes conquistan un paisaje de ensueño generalmente coronado en las mañanas por un sol anaranjado. Allí, unas veces pesca lisas, otras lebranches e incluso camarones.

Marciano está seguro de que viviendo en Bocas de Camarones no le faltará nada. Tiene al frente el mar donde pesca su alimento y consigue el sustento; además, allí encontró el amor: Sujelis Iguarán, su esposa y la madre de sus cuatro hijos. Como pesca temprano y se desocupa antes del mediodía, juega al dominó y al fútbol; luego apacigua el bochorno con unas cervezas heladas, y hasta le queda tiempo para escuchar vallenato tendido en una hamaca. Por eso dice que nunca cambiaría el rumor de las olas ni el cantar de los pájaros descomunales que sobrevuelan su caserío, por el modernismo ensordecedor de la metrópoli . “Eso sí –aclara- seguiré visitando el kiosco para seguir conociendo lo que sucede allá, en el otro lado del mundo”.

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