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Fotos de Julieta Duque del Museo de Antioquia.

Acciones performáticas para incomodar al país del sagrado corazón

El señalamiento moral sobre dos performances ocurridas hace una semana ponen la lupa sobre los escenarios religiosos que difícilmente pueden ser cuestionados en Colombia. ¿Qué pasa cuando iglesia y performance se encuentran?

Julián Guerrero / @elfabety

Caminando a través de la nave central de una iglesia en Manizales, vestido solo con un abrigo, una máscara y tacones, un joven llegó hasta el Presbiterio y se desnudó delante de los feligreses que se encontraban en el templo a esa hora. En medio de un torpe forcejeo con el guardia de seguridad, una caída al suelo y el intento de huida por una de las puertas del templo hacia donde lo arrinconaron los fieles, las cámaras grababan sin pausa todos los ángulos de la acción.

La escena, que bien podría hacer parte de una película de Pedro Almodóvar, ocurrió el pasado sábado 9 de noviembre y hacía parte de una performance que el colectivo Tejiendo Tactos llevó a cabo en el marco del Cuarto Festival Nacional de Performance de Manizales, que se celebraba por esos días en la ciudad.

Mateo Hoyos Restrepo, de 23 años, estudiante de décimo semestre de la Licenciatura en Artes Escénicas en la Universidad de Caldas y quien se desnudó para la performance ‘Experiencia de un cuerpo profano’, fue protegido por la policía de las agresiones de los feligreses y multado por no haber pedido los permisos necesarios para realizar la acción performática.

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Un caso parecido ocurrió en Medellín, donde en el marco del proyecto de Acciones Abiertas, respaldado por el Museo de Antioquia, tuvo lugar una performance dirigida por la politóloga y artista visual bogotana Analú Laferal, con la que se denunciaban los homicidios y agresiones contra la comunidad LGBTI en la capital antioqueña. ‘La peregrinación de la bestia’, nombre de la performance de esta artista, involucraba a un grupo de personas vestidas con prendas BDSM que transitaron por diferentes calles del centro de Medellín, causando revuelo y curiosidad entre los transeúntes.

La performance, que causó indignación en personajes como José Felix Lafaurie (quien se encargó de malinterpretar la acción y desinformar al respecto), se ganó apelativos como el de <<rito satánico>> y terminó relacionado con el paro del 21 de noviembre, insinuación que llevó a los medios de comunicación a desmentir la relación entre una cosa y otra. Sin embargo, lo que muchos consideraron actos de provocación o irrespeto, para otros fueron acciones reivindicativas sobre una sociedad que ha demostrado su doble moral cuando defiende a la iglesia pero, por ejemplo, no condena las violencias de género.

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“Para algunos colombianos, cuando se tocan temas como la religión, el sexo, el derecho al aborto o las fuerzas militares, les resulta incómodo. Sin embargo, al mismo tiempo, para otro sector resulta muy empático. Podríamos decir que estamos en un país divido y para un sector de la población ciertas cosas son todavía tabú y no se pueden profanar, pero para otro sector, bastante amplio afortunadamente, la profanación o el tocar esos temas y cuestionarlas es importante y es un acto de resistencia”, dice la artista de performance Nadia Granados.

 

 

No es la primera vez que la performance se mete con la fe de los colombianos. En diciembre de 1994 el periodista Azury Chamah entrevistó a las representantes de la orden de las Hermanitas de la Perpetua Indulgencia en Colombia, quienes, según comentaban en un fax enviado a medios de comunicación y personalidades importantes, habían llegado al país “para defender los derechos de la comunidad homosexual y lésbica del país del sagrado corazón”. Sor Medusa de Drakul y Sor Lupus Gay (luego Sor Opus Gay) y Sor Raymunda Lubry Ano hablaron con el prestigioso periodista sobre la doble moral de la sociedad colombiana y lo transgresora que podía llegar a ser su actividad.

“Cuando fundamos las hermanitas en Colombia, en 1994, la reacción estuvo muy polarizada. En el medio del arte y la academia nunca tuvimos ningún problema. La comunidad gay nos miraba raro pero éramos entretenidos. Éramos unos extraterrestres por la manera como nos vestíamos y el maquillaje nos daba un anonimato bien importante. Podíamos hacer una performance, un happening, aparecíamos como hermanitas, nos íbamos rápido y nos cambiábamos y volvíamos al mismo evento y nadie lo reconocía. Ése anonimato nos dio muchas fuerzas”, cuenta Santiago Echeverry, quien personificaba a una de las hermanitas.

 

 

Según cuenta Santiago, a pesar de la aceptación que tuvieron en la comunidad homosexual, con el resto de la sociedad la cuestión fue diferente, pues eran un elemento disruptivo y debían cuidarse de las apariciones en lugares públicos, pues las reacciones de la gente podían ser bastante violentas. Aunque hoy en día el contexto político del país no es el mismo, las acusaciones sobre estos actos no dejan de hacerse presentes y alcanzan proporciones como la de Lafaurie.

“La iglesia católica en un país como éste, está relacionada fuertemente con una clase social y política que merece ser cuestionada. Y no estamos hablando de todas las iglesias, sino de esa que se escandaliza por unas cosas, pero por el otro lado le lava las manos a los masacradores de este país y que tienen rituales que pueden ser resignificados. Dentro del performance esa es una de las herramientas valiosas: jugar con rituales y hacer relecturas de los mismos. Sobre todo los que no están siendo cuestionados o que están siendo la norma por décadas y siglos sin que nadie diga nada”, dice Nadia. Agrega, además, que quienes rechazan estas performances no están acostumbrados a los actos de contra-representación a partir de sus rituales y ahí está la potencia del acto.

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Justamente, quienes han tomado en el país las banderas de la contra-representación de la experiencias religiosa son los artistas y sectores sociales que han luchado por los derechos de la comunidad LGBT y denunciado agresiones en su contra, algo que molesta aún más a los más conservadores de la iglesia católica. Desde las Hermanitas de la perpetua indulgencia hasta la performance de Analú Laferal, la reapropiación del ritual o de los símbolos ha sido una de las formas más poderosas de denuncia de las problemáticas, pues pone el dedo en la llaga sagrada del país.

Santiago también recuerda la obra de Julián Zapata, mejor conocido como Santa Putricia, quien se ha encargado de revolver la cultura religiosa paisa. Según cuenta Santiago, la feminidad de Santa Putricia no solo empodera a Julián, sino también a un grupo de mujeres que nunca han podido hablar de su rol ni de su sexualidad. Julián, quien fue curador de esta performance apoyada por el Museo de Antioquia, se pronunció en una publicación de Facebook [Jm3] sobre la manera en que se viralizó ‘La peregrinación de la bestia’.

<<Anoche se llevó a cabo La peregrinación de la bestia, de Analú Laferal, una acción muy potente. Hoy se ha puesto en boga en las redes sociales, “viralizada” por medios de “información” (Minuto 30 y TeleAntioquia) en los que hacen uso de la idea de un ritual satánico para atraer la atención. Lo que duele es que ni siquiera se viralizó por lo que significaba, sino porque apelaban al miedo de esta ciudad tan jodidamente conservadora, goda e hipócrita>>, se lee en la publicación de Julián, quien se refiere a las reivindicaciones que buscaban hacerse a través de la performance.

Como explica más adelante, la acción comenzó en el parque de Mon & Velarde, <<donde entre el 2015 y 2017 murieron alrededor de 23 mujeres Trans, según cifras aportadas por ellas mismas en proyectos realizados con el Bar Galería Las Divas>>. Agrega que los medios se preocuparon poco por profundizar en la acción llevada a cabo en la región antioqueña, siendo este uno de los departamentos donde se reportan más homicidios contra personas LGBTI, detalle sobre el que buscaban hacer memoria y un ritual de paso para las víctimas.

<<Sumemos a esto que esa asquerosa Basílica Metropolitana, el centro del podrido catolicismo de Medellín, es el lugar de operaciones del arzobispo de Medellín Monseñor Ricardo Tobón, encubridor de al menos 17 casos denuncias de pederastia>>, sentencia Julián

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Aunque si bien es cierto que la acción no alcanzó visibilidad por las razones que buscaba, para Nadia Granados la performance logró de alguna manera su objetivo de llamar la atención sobre las muertes y el dolor de la comunidad LGBTI, pues cuando llegan a replegarse en lo mediático las acciones logran más que cuando sucede en un lugar sin que nadie pueda comentar nada. Sin embargo, agrega Nadia, con el uso de estos registros y el ataque a la iglesia se puede correr el riesgo de generar menos empatía que odio.

“Los colombianos se han escudado en las doctrinas católicas en público, pero en privado siempre se han burlado de ellas, sin aplicarlas a sus vidas cotidianas. Todo en apariencias. Siempre criticaron a los curas, a las monjas, al papa, pero a puerta cerrada, generando las bases de la doble moral que caracteriza a todos los niveles de la colombianidad”, dice Santiago, agregando que una vez que se expresa una crítica pública y directa contra el molde religioso “los colombianos rehúsan afirmar lo que han hecho en privado y se vuelven agresivos e intolerantes, porque les sacude la base de su existencia, su modus vivendi”.

Cuestionar escenarios como la iglesia desde diferentes ángulos implica también cuestionar el orden de las cosas en el país y las opiniones más radicales. Apropiarse de los símbolos de una doctrina que ha sido usada para el rechazo de la diversidad es un paso que no sólo debe dar la perfomance o los artistas, sino también otras prácticas y otros sectores, no para acabar con la iglesia, sino para que cuando se denuncien asesinatos o agresiones en clave de la iglesia católica importen más las víctimas que los santos.

 

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