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‘Tiny houses’ en Colombia: ¿cabe una gran vida en una casa muy pequeña?

Motivados por una iniciativa que le está dando la vuelta al mundo y que propone la simplificación del espacio y del estilo de vida, esta pareja se instaló a poco más de una hora de Bogotá y construyó su propia tiny house. Así conviven, coordinando movimientos, en 18 metros cuadrados. 

Diana Carolina Martínez

 

Los números parecen imposibles hasta que uno tiene la casa de tres plantas en frente. 18 metros cuadrados en los que se distribuyeron la cocina, el baño, un clóset, un comedor, una habitación donde duermen cómodamente dos personas y hasta un cuarto de huéspedes en el que se ingresa agachado y cuyo techo se separa solo un metro del piso. 

Suena apretado, pero para Tatiana y Santiago este es el espacio necesario con el que una casa debe contar para ser habitable, un pensamiento al que se opone un estudio de la Universidad Javeriana según el cual en un sitio donde habitan cuatro personas cada uno necesita 14 metros cuadrados para vivir. Él de Popayán y ella de Tunja, decidieron hace cuatro años dejar Bogotá e irse a vivir a una finca a tres kilómetros de Guasca, donde además de su casita han instalado un negocio de hospedajes. 

Tatiana Medina es una comunicadora social de 30 años y se conoció con Santiago Cajiao, un publicista de 37, cuando trabajaban juntos en un hangar que compartían varias empresas de publicidad. Se enamoraron en 2012  y tan solo un mes después decidieron renunciar a su trabajo y abandonar el caos corporativo y capitalino para tener su casa, una pequeñita, en el campo.

Pero ellos se opusieron al típico sueño de tener una mansión para que los niños corran a sus anchas y construyeron una tiny house —casa pequeña en español— que no tiene ni la mitad del tamaño que la Secretaría Distrital de Planeación propuso a través de un informe en 2012, en el cual se promedia el tamaño de una casa en 73 metros cuadrados. 

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Esta es la tiny de Tatiana y Santiago. Él está sentado en la puerta del cuarto de huéspedes. En el segundo piso está la cocina, el comedor y el baño. El tercer piso, o altillo, es la habitación principal.

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La habitación mide 4 metros cuadrados aproximadamente y está equipada con todo lo que la pareja dice necesitar

En el año 2005 el huracán Katrina causó graves daños en la costa del golfo de Mississipi, al sureste de Estados Unidos. Como un plan de contingencia para los damnificados por la catástrofe, la diseñadora Marianne Cusato decidió construir casas provisionales de 28 metros cuadrados que, en principio, fueron destinadas para ayudar a los afectados, pero que con el paso del tiempo empezaron a ser vistas por muchos como una opción llamativa de vivienda, lo que dio como resultado el nacimiento del Tiny House Movement (THM), una iniciativa que le está dando la vuelta al mundo con su premisa de simplificación del espacio y del estilo de vida.

“Cuando empecé a hacer la investigación acerca de estas casas me gustó mucho que todo fuera pequeño, porque es muy funcional —cuenta Santiago—. Nos dimos cuenta de que lo que nosotros queríamos era una cosa funcional que no ocupara mucho espacio. No la queríamos hacer chiquita porque sí o por moda. Ya llevamos cuatro años acá y no nos ha sobrado ni faltado nada”. Este publicista asegura haber descubierto que los lujos no le mueven ni media fibra y que los espacios pequeños se convierten en algo propio con mayor facilidad. 

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Sin el menor conocimiento de arquitectura empezaron a diseñar los planos de su casa, que después de unos meses de ensayo y error finalmente lograron levantar. Esta tiny está construida con madera de pino y eucalipto y su estructura cuenta con paneles anclados a un esqueleto de madera. La casa de estos chicos cuenta además con dos cualidades excepcionales: es degradable y portátil. Santiago afirma que un proyecto como este es una conclusión de la perspectiva personal de sus habitantes. 

“La gente nos pregunta que si somos arquitectos. No, respondemos, somos un publicista y una comunicadora social haciendo una casa —cuenta Tatiana—. Y ahí está lo chévere porque uno realmente puede hacer lo que quiere y romper con la idea de que uno tiene que estudiar algo específico para hacer cualquier cosa. Yo creo que se trata de irse más por la vocación y hacer lo que uno realmente quiere; para eso no se necesita estudiar. Nosotros soñamos con una casa así y es lo que tenemos ahora”.

Según este par de innovadores los beneficios de vivir en una tiny house en el campo son principalmente tres: el tiempo, la funcionalidad y la economía

Los dos están de acuerdo en que el precio del tiempo calculado por hora de trabajo —como se mide en una oficina la famosa “hora/hombre”— es vano si se compara con el valor del tiempo que se ocupa haciendo lo que uno quiere. Lejos de la ciudad y con el modelo de vida y el negocio que actualmente tienen, pueden dedicar todas las horas a cultivar habilidades y desarrollar actividades que en la ciudad son inviables o improductivas para el ritmo citadino acelerado, como la escritura. Además, levantarse sin la alarma del despertador todos los días a la misma hora y no verse en la obligación de demostrarle nada a un jefe encorbatado ofrece un privilegio único de verdadera calidad de vida. También, claro, acarrea responsabilidades personales de disciplina y autoregulación muy serias.  

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Esta es una de las casas en alquiler. Cuenta con un solo piso dónde está la habitación, el baño y la cocina.

 

“El espacio y los recursos que se necesitan para que una tiny funcione son pocos y básicos —asegura Santiago—. Por ejemplo en una casa normal se usan entre cinco y nueve bombillos; en una casa como la nuestra solo necesitamos uno o dos. Por otro lado, en este espacio hay cosas que tienen múltiples funciones: nuestra cocina puede ser al mismo tiempo comedor o el cuarto donde nos cambiamos la ropa porque no hay separación de zonas”.

En una tiny hay que optimizar todo al máximo, pero sobre todo hay que simplificar la vida porque aquí no hay espacio para tener un mueble grandísimo o donde guardar kilos de ropa y zapatos. De hecho, en la casa de Tatiana y Santiago las escaleras son, al mismo tiempo, clóset. Y ni qué decir de la comida: si usted quiere vivir de esta manera debe evitar el desperdicio de alimentos y comprar solo lo que quepa en una nevera de 50 centímetros de ancho por 60 de alto, como la de ellos. Al parecer, todo se vuelve práctico y prescindible, el consumo desenfrenado creado en las grandes ciudades por el capitalismo empieza a desaparecer.

Como quien dice: lo que no cabe no se compra y no hace falta.

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La cocina, por ejemplo, está equipada principalmente con una estufa a gas de un solo fogón, la neverita de bar, una cafetera que es sartén al mismo tiempo, y una olla arrocera que no mide más de 10 centímetros de alto. “Nos dimos cuenta de que no necesitamos tantas cosas —explica Tatiana—. A veces a uno le imponen un estilo de vida con necesidades que realmente no existen y aquí uno se va soltando de todo eso”. 

A veces, los lugares grandes se quedan sin descubrirse del todo, incluso se llegan a sentir lejanos. “Uno se da cuenta de que las cosas no son tan complicadas como parecen ser en la ciudad —dice Santiago—. Aquí se sabe realmente cómo funciona la electricidad de la casa y el acueducto, se adquiere un conocimiento más básico de las cosas porque están ahí, cerca”.

Tal vez uno de los grandes beneficios de este estilo de vida es la economía. En un apartamento de clase media en Bogotá se pueden pagar, en promedio, 60.000 pesos de luz al mes y ni se diga cuánto de agua. En esta tiny el servicio de luz mensualmente vale 5.000 y el de agua 10.000.  

Pero, claro, esta vida no es para todos. La mayoría de las personas que lo intentan desiste al poco tiempo pues las expectativas no se cumplen. Las personas terminan regresando a la ciudad, decepcionados. “La gente viene buscando cosas y se da cuenta de que esas cosas no están acá —dice Santiago—. El campo no ofrece nada [material], uno es el que se ofrece a sí mismo la oportunidad de cambiar”.

<<A solas o en presencia de pocos, sin testigos>> es una de las definiciones que la RAE da a la pablara <<privado>>, un concepto que, podría pensarse, se pierde entre dos personas que comparten apenas 18 metros cuadrados. Tatiana y Santiago afirman tener una empatía poderosa que va más allá de los hábitos; se sienten bien compartiendo todo el tiempo y eso para ellos no se traduce en una invasión del espacio privado. Además, cuentan con más de 1.000 metros de campo afuera de la casa para no verse las caras si lo creen necesario. No obstante, hay algo que se hace obvio al verlos moverse dentro de su tiny: casi bailan. Todos los movimientos deben ser organizados y pensados para no intervenir en el espacio del otro porque, aseguran, “el espacio es tan pequeño que hay que hacer coreografías que se aprenden naturalmente”.

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El movimiento de las tiny houses, además del componente decididamente sociológico y filosófico, quiere poner su granito de arena contra la problemática medioambiental que desde hace varias décadas resulta insostenible. Los seres humanos han sido feroces invasores y explotadores de la Tierra por lo cual este modelo de vida incentiva a ocupar e intervenir de la menor manera posible el entorno.

“Una de nuestras premisas cuando llegamos —cuenta Tatiana— fue ocupar el menor espacio posible para no alterar el curso de la naturaleza. Nos concentramos en usar elementos que no afectaran el medioambiente. Por ejemplo, la madera de nuestra casa va a desparecer en 20 años”.

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Esta es otra de las tiny que alquilan los fines de semana. La planta superior es la habitación. En el primer piso hay una cocina, la sala y el baño.

 

Si se busca información en Internet sobre tiny houses destinadas a viviendas permanentes en Colombia, es poco o nada lo que se encuentra. Pareciera que nadie las hace. Sin embargo Santiago supone que debe haber mucha gente con un estilo de vida similar, solo que por diferentes razones no han podido o no quieren compartir su experiencia con el mundo. Tal vez se convirtieron en ermitaños, algo que a esta pareja no le interesa y razón por la cual construyeron dos casas más en la finca y pusieron a andar el negocio de hospedajes.

“Esto en cierto modo es como una especie de show room de un estilo de vida mucho más sencillo —afirma—, entonces la gente se inspira. Las cabañas las hicimos así precisamente para poder compartir nuestra experiencia, para inspirar a otros”.

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Pero las ganas de mostrar lo que han aprendido al mundo no se quedan solo en alquilar las cabañas los fines de semana, Santiago y Tatiana tienen un sitio web llamado Aldeanos Digítales: una guía para vivir y trabajar fuera de la ciudad, que busca inspirar a las personas a llevar a cabo el proyecto de vida que siempre han querido y que fue creada en oposición a esos blogs de estilo de vida en el campo que como ellos afirman, pareciera que solo quieren provocar envidia. “Nosotros queremos que la gente sepa que puede hacer esto. Nosotros no somos nada raro, somos personas normales viviendo en una casa pequeña”, afirman. 

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