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Las tijeras del ´Egipcio´

En los noventa, una ola de delincuencia juvenil tomó fuerza en diferentes barrios de Bogotá, entre ellos Galerías. Cuadrillas de muchachos que no superaban los 18 años protagonizaron mortales peleas con cuchillo y botella. Esta es la historia de un ex pandillero que entre el punk, las navajas y la peluquería, logró sobrevivir.

Sebastián Aldana Romero

Dicen que no es un peluquero común y corriente. Tiene 43 años pero se viste como un jovencito de 20: camiseta ceñida al cuerpo, pantalones caídos y zapatos deportivos. Sus brazos están llenos de tatuajes y como buen peluquero siempre luce un corte impecable. Un mechón decolorado adorna el costado izquierdo de su cabeza. Es bastante delgado, lo que hace que su metro con noventa de estatura parezca un poco más. El Egipcio, como le dicen desde los años de pandillas y peleas callejeras a punta de botella, es moreno.

Y sí, realmente parece nacido en Egipto.

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—Yo era del Nico (Nicolás de Federmán), pero cuando tenía 14 años empecé a venir a Sears (hoy Galerías). Acá era otro voltaje. Los chinos eran más aletocitos. Entonces pensé: “uy, severo parche”.

Así comenzó todo para un pandillero que terminó de peluquero. En aquella época, dividió su tiempo en frecuentar pandillas de peligroso calibre y aprender a hacer champús en ‘Púrpura’, un salón de belleza de Galerías.

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—Los policías nos perseguían por el segundo piso del parqueadero del centro comercial, y cuando lograban atraparnos nos amarraban con cordones de zapatos. Como éramos menores de edad, sólo llamaban a los padres de familia. El asunto siguió y entonces nos empezaron a encanar días enteros.

El Egipcio, en sociedad con otros dos estilistas, fundó hace dos décadas su propia peluquería en una antigua casa de Galerías. La fachada está pintada de verde y morado, combinación a la que se une un letrero de neón con el nombre de la empresa: Hair Rock. En el primer piso trabajan los peluqueros, y en el segundo, claro, se realizan perforaciones y tatuajes.

—En este barrio hubo dos problemas graves: la llegada del basuco y la llegada de Miguel Ángel —dice exaltado—. Algunos se perdieron y otros se arreglaron. Entonces el barrio se empezó a dividir; unos cogimos para el centro comercial y otros para la calle y la delincuencia.

Otros se volvieron paracos.

El tal Miguel Ángel apareció en el barrio en 1990, y se encargó de torcer aún más el camino de la pandilla, ya que los invitó a salir a robar en carros y, por otro lado, les mostró el mundillo del microtráfico de drogas. Como era de esperarse, a Miguel Ángel lo mataron en el Unicentro de Cali hace seis años. 

Lufe, ex pandillero adoptado por las tijeras y la laca, asegura que el Egipcio no solo vivía entre peluquerías y pandillas, sino que también frecuentaba un parche de punks. “Él se encargó de difundir su imagen de egipcio con grafitis que decían Egipcio punk”, cuenta Lufe. Para el Indio, otro ex pandillero del barrio Villa Luz, el Egipcio, con su actitud radical y atravesada, fue uno de los primeros en popularizar el punk en Bogotá. “Se vestía con pantalones pitillo, chaleco de jean con parches de bandas y se paraba una cresta con jabón rey y papel celofán”, asegura el Indio.

Aunque andaba muy metido en el punk y el hardcore, pronto cambiaría crestas, chacos y navajas por espejos, atomizadores y geles para el pelo.

—Un día después de clase me puse a dar vueltas por el barrio. Pasando por la 53 con 21 vi a Arturo Rodríguez, un glamer. El man estaba cortando cabello: chuc, chuc, chuc —dice, simulando unas tijeras con los dedos—. Se movía de un lado para otro y a uno de pelao eso le parecía una chimba. Como no tenía nada que hacer dije “agg, me voy arreglar el cabello allá donde ese man”.

 Arturo Rodríguez es el bajista de Hades, una banda de metal que participó en las primeras dos ediciones de Rock al Parque, y que en 1993 fue escogida por Julio Correal y Pepsi para grabar un disco junto a bandas como Aterciopelados y la Derecha. Hoy Arturo sigue siendo peluquero y trabaja en Armando Bio, un salón de belleza ubicado en el Centro Comercial Gran Estación. Además de todo esto, Arturo fue el profesor de peluquería del Egipcio.
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—Al otro día volví a donde Arturo y me quedé en la puerta; así como cuando uno quiere conocer a alguien. Y le caí bien. Las niñas de colegio paraban para verlo trabajar. Seguí yendo hasta que el man me dijo: “Venga, ¿me ayuda a hacer champús?”. Luego conocí a Doris Caicedo, la dueña de la peluquería.

Doris Caicedo, según Arturo Rodríguez, es una señora de edad, elegante y muy noble, que no solo le tendió la mano al Egipcio, sino a muchos otros jóvenes de esa generación.

—Mi vida tenía esa parte de la peluquería y al tiempo el parche de Sears —dice el Egipcio—. Si tocaba hacer alguna vuelta, ¡tocaba! Una vez llenamos dos colectivos y nos fuimos a pelear a Castilla. Llegamos, empezamos a darnos botella con unos manes y de pronto: ¡Pam!, ¡Pam!, ¡Pam!... Es un error meterse en un barrio que uno no conoce. Ese día un amigo quedó parapléjico porque salió corriendo y lo cogió una buseta.

 En el año 2006, la revista Soho publicó el relato de un ex biyi de Unicentro en el que se afirmaba que el Egipcio, junto con otros pandilleros, eran el terror de los ochenta. Pero él piensa diferente.

—Ese era un man con el que nos la pasábamos en Uniplay, pero en esa revista están hablando de cosas que no fueron —dice el Egipcio. Calla por un momento. Luego continúa—: Le voy a decir una cosa, chino, le cuento esto a usted de pura energía, porque eso ya está mandado a recoger… Yo no vivo del pasado.

Para Lufe, el Egipcio era alguien fashion, un personaje que se la pasaba “montando la hijueputa en bares”.

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Después de muchas tardes en ‘Púrpura’ ayudando con champús y asuntos menores, Arturo le preguntó al Egipcio si quería aprender el arte de las tijeras para el pelo. Por el parche, las niñas y la plata, ¡claro que quería

—Me dijo que se hacían las “re-contra-lucas”, y a mí eso me llamaba la atención. Pero me daba como pena porque en los ochenta ser peluquero era de maricas. Cuando uno es joven es muy inmaduro, y lo que yo quería era estar con ellos tomando trago, mientras nos veían las chicas.

El rumbo que tomó la vida del Egipcio fue favorable si se compara con el de otros pandilleros de Galerías, como el Gordo Verona, hijo de los dueños de las famosas panaderías Verona, gran amigo del Egipcio, y a quien mataron hace 20 años por andar robando en la calle y traficando drogas.

—Vi a muchos amigos caer presos o morir. Ahí fue cuando la cucha Doris me dijo “Bueno, me hace el favor y me llama a su mamá, porque si no aprende bien cómo es esto no lo dejo venir más”. Yo le dije que no me hiciera eso y ella me dijo que yo tenía que hacer algo. Al día siguiente volví, me paré en la puerta con cara de regañado y ella me dejó entrar. “Se va a estar aquí parado mirando todo lo que voy a hacer”, me dijo.

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Foto: Cortesía de William Aparicio

A principios de los noventa se rumoraba que había una lista de pandilleros sentenciados a morir. El Egipcio, por supuesto, figuraba en ella, y fue perseguido por el F-2 (hoy Dijin) durante un buen tiempo. La peluquería fue —es— su refugio

—Empecé cortándole el pelo a indigentes y después hice mi debut oficial en ‘Seducción’. Me gané 800 pesos. Seguí cortando el pelo y después la peluquería me absorbió… Me salvó de que me hubieran matado por ahí en la calle.

En 1998 se acabó todo. O empezó. Finalmente, por influencia de los glamers, se hizo dreadslocks y se dedicó al chuc, chuc, chuc de las tijeras. Hoy presume como un adolescente de sus tatuajes y ya no le importa el pasado. De hecho, al Egipcio no le gusta que le digan Egipcio.

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