Fotos por Miguel Mejía

Fachadas en paro

30/Ene/2020

Los últimos meses de protesta social han supuesto no solo un enfrentamiento entre la fuerza pública y los manifestantes, también una batalla de símbolos y gestos sociales. Esta serie, expuesta primero en Antípoda y después en OjoRojo Fábrica Visual, es una mirada a las polisombras, los aglomerados y los latones que aún cubren algunas fachadas y que parece intentar proteger física y moralmente a los empleados de los peligros que marchan afuera.

Miguel Mejía / @do.thedada

Las huellas de una constante batalla de símbolos y gestos, que muchas veces tienen un desenlace no tan simbólico, se empiezan a acumular en las fachadas de los edificios; una a una, conforme se prolonga el paro, empiezan a cubrirse con polisombras, aglomerados y latones. Lo que se sucede afuera se intenta ocultar para quienes están adentro: afuera es de los otros y lo que allá pasa no debe afectar lo que debería suceder dentro; dueños y administradores los protegen física y moralmente de los peligros que deambulan afuera. Los logos y letreros, los carteles y las vitrinas que en otro momento no daban descanso al ojo, son tapadas. Algo diseñado para ser visto y reconocido es escondido con la intención de mantener en privado la normalidad ausente de lo público. Las calles son del pueblo, todo lo que esté detrás del muro, no. Se podría decir que el paro nacional ha establecido un diálogo entre cada edificio y los manifestantes, que se dá en distintos tiempos y con diferentes intensidades y en los que las fachadas se han convertido en una suerte de bitácora.

Las calles siguen cambiando según avanza el paro, según avanzan las marchas. Las fachadas temporales se han ido montando, desmontando y volviendo a montar. Todo nos habla del paro y del momento en el que se hace la toma. Las imágenes del enfrentamiento de ayer serán muy difíciles de diferenciar de aquellas que se produzcan mañana, salvo que una tragedia tenga lugar. Las consecuencias se prolongan en el tiempo más que las acciones que les dieron origen.

Día a día las huellas de la marcha se han ido acumulando en las fachadas, resultado del sentir de los manifestantes y la posición de los establecimientos frente a éstos. Y toda huella puede ser leída e interpretada.

Se pueden establecer varias líneas de lectura sobre las fachadas iniciando por cuáles son los edificios que se protegen, seguida de cómo es su nueva fachada, qué tan robusta y eficiente es; otras lecturas pueden corresponder a los vestigios de la marcha en éstas, sean los mensajes explícitos como arengas, demandas e insultos, o los que entran dentro de una esfera más gestual, como lo es la frecuencia en la que bolas de pintura les son arrojadas y los intentos por destruir las fachadas temporales. Otra línea, un poco más compleja y caprichosa, puede realizarse interpretando los mensajes de las manifestaciones anteriores, mensajes que vuelven a salir al sol sobre las láminas ensambladas en un orden diferente al que tuvieron en el montaje anterior: ahora los mensajes se muestran cortados, dislocados, desarticulados y compartiendo espacio con los nuevos.

La piel empieza a desarrollar callosidades en donde sufre más la fricción. Edificios estatales y entidades financieras ahora tienen las fachadas más robustas; aunque muchas veces los primeros solo sean cubiertos con una polisombra, éstos disponen de la fuerza pública como barrera temporal al paso de la manifestación. Bancos y fondos privados de pensión son los primeros en cubrirse, al parecer tienen un único contratista: todas las sedes protegidas del Banco de Occidente están detrás de láminas de latón sobre marcos de madera y las del Banco Popular se cubren con polisombras verdes y blancas, con pequeñas licencias artísticas en aglomerados. Éstas son las fachadas en las que más se ha sentido el paro, fácilmente atribuible a la inequidad y los escándalos de corrupción que rodean a estas instituciones. Los daños colaterales y la paranoia parecieran ser el motivo que cubre las fachadas de los establecimientos comerciales y edificios residenciales, muchas fachadas que nunca han estado en las rutas de las marchas y que ahora parecen invocar la pintura para confirmar sus miedos.

Los insultos que se desarrollan con símiles entre funcionarios públicos y animales, discusiones sobre el parto de unos y los supuestos oficios sexuales de las madre de otros, desafortunadamente se escriben desde el machismo, el clasismo, el especismo y un racismo que, como el palo en la rueda, ataca a los mismo manifestantes. Afiches pegados con engrudo y grafitis son recordatorios de la impunidad que cobija los crímenes de estado; su irresponsabilidad e incumplimiento a los acuerdos previos, las acusaciones, los reclamos, el hastío y la temeridad ante la policía… All Cats Are Beautiful en todas sus representaciones posibles. Juegos de palabras, transcripciones de arengas y firmas comparten espacio sin mayor orden, huellas de una marcha que sigue prolongándose en el tiempo sin ser atendida.

Poco a poco esta nueva ciudad se ha ido normalizando, convirtiéndose en un nuevo paisaje de aglomerados con hojas de plástico susceptibles al olvido y la indiferencia. Paisaje lleno de vestigios que serán desmontados y almacenados hasta que una nueva protesta surja, para volver a ser instalados en otro orden, una y otra vez, rompiendo y superponiéndose con otros signos y mensajes hasta hacerse indistinguibles. Y aquí, como ha sucedido anteriormente, no ha sucedido nada.