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El entierro multitudinario del cuarto líder social asesinado en una semana

El asesinato de Klaus Zapata, activista social y ambientalista de 21 años, conmocionó al municipio de Soacha. Dos tiros acabaron con su vida el domingo 6 de marzo mientras jugaba microfútbol. Su muerte prendió las alarmas de cara a un posible acuerdo de paz: existe una sensación de indefensión y falta de garantías entre los dirigentes sociales en Colombia. La Unión Patriótica denunció el asesinato de 29 líderes desde el 27 de febrero. Cartel Urbano estuvo en el funeral de Klaus.

Alberto Domínguez / @adomins

“Mire esa estatua, ahí está el ejemplo”, dijo José Cifuentes, un vendedor de música en la esquina del Parque Central de Soacha, señalando la estatua de Luis Carlos Galán, asesinado ahí mismo el 18 de agosto de 1989.

En ese mismo lugar, el pasado jueves 10 de marzo hubo un mitin para acompañar otro funeral, también provocado por un acto violento: el de Klaus Zapata, un líder juvenil de Soacha y militante de las Juventudes Comunistas (JUCO), asesinado el domingo 6 en una cancha de microfútbol del barrio Ciudad de Quito de este municipio. Tenía 21 años.

Seguro al muchacho lo mataron por lo mismo, por estar protestando. Aquí no se puede reclamar la verdad y la justicia porque tenga… pum, pum, pum”, continuó José, que sin conocer detalles de lo que había sucedido se acercó al ver la gran concurrencia de jóvenes de la Unión Patriótica, del Partido Comunista, de la Marcha Patriótica y de estudiantes de la sede de Soacha de la Universidad Minuto de Dios.klaus4.jpg

 

Llegaron pasadas las nueve de la mañana con banderas, zancos, tambores, pancartas, ramos de claveles blancos, que le entregaban a cada persona que se acercaba, y música a todo volumen.

“Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos y a partir de este momento es prohibido llorarlos”, sonaba desde un parlante la canción Los que mueren por la vida, del cantautor y militante comunista Alí Primera, el Cantor del Pueblo Venezolano.

“Con esa canción vamos a despedir al compañero”, dijo Eduardo Rodríguez, miembro del colectivo Isabel Restrepo, que forma parte de la Red Juvenil de Soacha, en la que Klaus ejercía un rol de liderazgo. “Con la red hemos hecho un festival popular y juvenil, una escuela de derechos humanos y de género, además de trabajos de educación popular enfocados en el medio ambiente y de denuncia contra la minería ilegal en Soacha”, explicó Eduardo.

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Las melodías de Alí Primera se confundían con los gritos y consignas de los presentes. “!El que murió peleando vive en cada compañero, por nuestros muertos ni un minuto de silencio… compañero Klaus Zapata, presente, presente, presente…!”, era el grito al unísono en frente de la Alcaldía de Soacha, desde donde empezaban a movilizarse los jóvenes hacia la funeraria Los Olivos.

Al frente de la marcha, sosteniendo una larga bandera blanca, estuvo Evelio Zapata, el abuelo de Klaus. “Esto es una bellaquería… el día que él se logró vincular a las Juventudes Comunistas en la universidad me llamó y me dijo: ‘abuelito, al fin me logré ubicar en donde yo quería estar’”, recordó este ex militante del M-19.


“… lo mataron por ser comunicador social… lo mataron por ser comunista… lo mataron porque hacía trabajo audiovisual… lo mataron por ser joven. Estamos enfrentando una guerra día a día en los barrios, en las calles, en las cuadras. Una guerra sucia contra los jóvenes que intoxica a los colegios con droga”.


Klaus estaba en noveno semestre de Comunicación Social y Periodismo en la Uniminuto de Soacha, y también participaba en una serie de humor político en YouTube. Además de eso, era un fotógrafo apasionado y se encargaba del manejo de las comunicaciones en la JUCO.

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Arturo Zapata y su esposa Lenis, padres de Klaus, esperaban la llegada de la movilización a la funeraria. Se arroparon entre la multitud de jóvenes. Estallaron los aplausos, los silbidos y se agitaron nuevamente las banderas de la Unión Patriótica y la JUCO. Las motos pitaban, la gente se asomaba a las ventanas y salían de los comercios. Los que observaban se llevaban las manos a la boca y les resultaba inevitable parar a escuchar los gritos y contagiarse de la rabia del momento. “!Klaus vive, la lucha sigue!”.

Heiner, uno de los mejores amigos de Klaus, tomó el megáfono y se dirigió a la gente para decir: “Ruin, canalla, salvaje, inhumano… Eso es lo que le hicieron el domingo pasado a nuestro compañero y camarada”.

“Nos lo mataron… lo mataron por ser comunicador social… lo mataron por ser comunista… lo mataron porque hacía trabajo audiovisual… lo mataron por ser joven. Y esto tiene que quedar muy claro: estamos enfrentando una guerra día a día en los barrios, en las calles, en las cuadras. Es una guerra silenciosa contra los jóvenes y que intoxica a los colegios con droga”, gritó Heiner.

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La muerte de Klaus es objeto de investigación por parte de la Fiscalía. A la familia de la víctima la está asesorando jurídicamente el Comité Permanente de Derechos Humanos.

“Tenemos dos hipótesis: que se debió a un acto de intolerancia en medio de un partido de fútbol en el barrio o que tiene un móvil político por su militancia en las Juventudes Comunistas y por su activismo social y ambientalista en Soacha. La segunda es la que tiene más fuerza”, dice Julia Lledin, una de las asesoras del Comité, quien conoce información de la investigación pero por el momento prefiere no difundirla a través de los medios de comunicación. Además, desde este Comité aseguran que existen antecedentes de seguimientos y amenazas a los miembros de la Red Juvenil.

Para Harold Hernández, un vendedor del semanario Voz que acudió a las marchas, la muerte de Klaus no tiene misterio. “Se debe a la actividad de paramilitarismo que está radicada aquí en Soacha desde hace treinta años y que ha ocasionado masacres en barrios populares, como el de Altos de Cazucá (una serie de sucesos que dejaron 210 jóvenes muertos y fueron reportados en el 2005 por la revista Semana)”, afirmó.

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Desde que se supo del asesinato de Klaus, su nombre fue tendencia en redes sociales el lunes 7 de marzo y la preocupación y zozobra por parte de las organizaciones sociales y actores políticos no se han hecho esperar, aún más estando a las puertas de la firma de los acuerdos de paz. 


Entre el primero y seis de marzo asesinaron cuatro activistas sociales en el país: William Castillo, miembro de la Marcha Patriótica, Marisela Tombé, líder campesina en el Cauca y Alexander Oime, gobernador de un resguardo indígena en el Cauca, y Klaus Zapata. 


Su muerte fue repudiada por el ex alcalde de Bogotá Gustavo Petro, por Timochenko desde La Habana y por otras figuras de la izquierda, entre ellas la presidenta de la Unión Patriótica, Aida Avella, que también denunció en Noticias Uno el asesinato de 29 líderes sociales de izquierda y sociales entre el 27 de febrero y el 11 de marzo, una situación que le recuerda el exterminio de la Unión Patriótica en los ochenta.

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“En lo que va corrido del mandato de este Gobierno, según el programa Somos Defensores han sido agredidos 2.244 defensores y defensoras de Derechos Humanos, de los cuales 1.687 recibieron amenazas, al menos 346 fueron asesinados, 206 fueron víctimas de atentados, 131 detenidos arbitrariamente, 29 judicializados y 16 desaparecidos”, expresó en un comunicado la Delegación de Paz de las Farc a raíz de la muerte de Klaus y de otros activistas durante la primera semana de marzo.

Incluso, el diario inglés The Guardian recogió este malestar al destacar la muerte violenta, entre el primero y seis de marzo, de cuatro activistas sociales en el país: William Castillo, miembro de la Marcha Patriótica, Marisela Tombé, líder campesina en el Cauca y Alexander Oime, gobernador de un resguardo indígena en el Cauca, y Klaus Zapata.

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Al rechazo de estas muertes también se unió la Misión de Paz de la OEA:  “Los asesinatos muestran la fragilidad y el estado de indefensión de numerosos dirigentes sociales en el país”.

La muerte de Klaus fue condenada a gritos por sus amigos, familiares y compañeros de militancia política, mientras tomaban rumbo hacia el Cementerio Campos de Cristo, en el kilómetro 14 de la vía a Sibaté.

“¿Por qué? ¿Por qué nos asesinan, si somos la esperanza de América Latina?”, coreaban. En la acera de la Autopista Sur dejaron pintadas, todavía frescas en la fachada blanca de un motel cuando pasó el carro fúnebre unos minutos después. “Klaus vive”, decía al lado de una estrella y la inscripción JUCO.

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Casi una hora después, el coche fúnebre ingresó al cementerio. Otra vez, los aplausos retumbaron y se confundieron con las campanadas de la capilla. Otra vez, las banderas de la Unión Patriótica y de la JUCO se agitaron en el aire. Otra vez,  y por última ocasión, Arturo Zapata cargó el ataúd de su hijo y gritó rabioso, con la mano empuñada hacia el cielo: “Klaus no ha muerto, Klaus vive”.

Un centenar de personas rodeó el féretro antes de ser enterrado. El grito desgarrado de sus familiares se entremezcló con las palabras finales de sus amigos, compañeros y profesores. Uno a uno tomaron el micrófono y despidieron a Klaus. “En este país luchar por nuestros derechos es colgarse la lápida de la muerte, que triste”, se resignó una representante de la Asociación de Educadores de Cundinamarca.

Mientras bajaban el ataúd, sonaron La Internacional (el himno comunista) y una canción de Silvio Rodríguez: “Al final de este viaje en la vida quedará nuestro rastro invitando a vivir”.

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