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Fotos por Camilo Ara

De El Placer al infierno (y viceversa)

Después de una masacre y de casi una década de hostigamiento por parte de grupos armados, este pueblo de calles polvorientas hoy tiene su propio museo de la memoria, un espacio en el que reposan algunos de los recuerdos y símbolos del horror de los días de guerra.

Camilo Ara

Todo comenzó el 7 de noviembre de 1999, cuando los paramilitares llegaron a El Placer (Putumayo). Ese día fueron asesinadas 11 personas, cuyos cuerpos quedaron expuestos al público, tirados en el piso, para aterrorizar. Estela, una de las sobrevivientes, me cuenta que sucedió un domingo de mercado. El pueblo estaba lleno. Llegaron durante la mañana, disparando sin restricciones, sin piedad. Recuerda, además, que una de las víctimas fue una mujer con 4 meses de embarazo. 

La historia de El Placer está, de cierta manera, contada por la economía del narcotráfico. Es un pueblo construido por colonos que llegaron de Nariño en los años 60. Junto con la llegada de la bonanza de la coca, sus habitantes vivieron la inserción de grupos armados. El Frente 48 de las FARC y el Bloque Sur Putumayo de las AUC fueron quienes cambiaron el placer por el infierno. Sus habitantes sufrieron una crueldad que nunca había creído posible.

El sacerdote Nelson Cruz recogió, seleccionó y expuso los restos a los ojos de los habitantes y de los actores armados que habitaban sus calles. Lo hizo, también, con la intención de que se enteraran los periodistas que llegaban buscando una historia de guerra en un pueblo donde no se podía hablar de la guerra con nombres propios. Después de esta masacre, los ‘paras’ fueron la ley en El Placer por 7 años.

Hoy existe el museo de la memoria, un lugar en el que reposan algunos de los recuerdos y símbolos del horror de esos días de guerra. Hay balas, granadas de mortero, explosivos no detonados, antiguas piezas del uniforme de los grupos armados, incluso restos de bombas cilindro que destrozaron cualquier oportunidad de un buen futuro para la comunidad. Estela y otras personas son quienes cuidan y buscan mejorar este espacio para la exposición: son ellas quienes mantienen la dignidad, los derechos, las esperanzas y, especialmente, los proyectos colectivos de la comunidad.

Estela recuerda los días de la coca, cuando los más jóvenes no querían estudiar sino comprar sus armas. La influencia de la guerra para los niños fue muy grande. Los padres de familia y los profesores tuvieron que luchar contra esto. Cabe resaltar un hecho dueño de cierto simbolismo: la escuela donde actualmente está el museo fue durante estos años el foco de los enfrentamientos. Los niños no podían estar tranquilos y vivieron rodeados de trincheras hasta el año 2013, cuando fueron trasladados al nuevo colegio. 

Estela concluye que fue la coca la que trajo la ruina a El Placer, por eso hoy en su finca cultiva pimenta de maíz y palmito. Y aunque su vida es evidentemente más tranquila ahora, los recuerdos siempre están presentes como una sombra larga proyectada por su propia historia. Debido a todos estos hechos, y por las personas que llegan preguntando qué ha pasado allí, ella comenzó a escribir coplas y poemas. No sabía que lo podía hacer, no conocía el talento que tenía. Lo cierto es que no ha parado de escribir: sus textos han rotado por todo el país, han sido publicados e incluso ha ganado reconocimientos. El ejercicio de la escritura para Estela es un acto liberador y sanador, es la herramienta que usa para enfrentarse a los horrores de la guerra, para sanar los estragos de un viaje de ida y regreso al infierno. 

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Calles de El Placer sin pavimentar y en el abandono estatal.

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Estela en el museo de memoria.

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Recordando a su madre, quien fue de los primeros colonos del lugar.

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Las incursiones paramilitares aterrorizaron a los pobladores.

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La comunidad no olvida a sus muertos, por eso existe la necesidad de este museo.

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Vuelven a pasar los recuerdos de mejores tiempos por el corazón de Estela.

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Muchas de las casas del pueblo fueron abandonadas. Las personas huyeron para salvar sus vidas.

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En estas mismas tierras, la coca regía la economía de la comunidad.

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Hoy el cultivo de la pimienta le ayuda a Estela a mantener a su familia.

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Estela encontró en la escritura la forma de contar las atrocidades y a su ves de reponerse de sus dolores.

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Sus poemas le han dado la oportunidad de viajar y conocer otras personas que, como ella, sufrieron la guerra en diversas partes de Colombia.


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