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¿20 millones de pesos por un videojuego en su caja original?: conozca las joyas de algunos coleccionistas

Aunque hoy la economía en torno a los videojuegos clásicos es especulativa, no existen avalúos reales y abundan las estafas, en Colombia hay quienes amasan colecciones de hasta 8.000 artículos relacionados con Nintendo, Sega Génesis, Play Station, entre otros.

Tomás Tello

La verdad es que no los tienen todos porque de cada juego lanzan versiones para las distintas regiones del mundo. Pero Javier Pinto sí tiene 80 de los casi 130 juegos que salieron para la consola Sega Génesis, y a Alberto Barón solo le faltan los seis amiibos que salieron exclusivamente en Japón para tenerlos todos. Ellos son dos de los miles de coleccionistas que se agrupan en todo el país para intercambiar, vender y comprar artículos; dos de los miles que, hoy por hoy, desean tener todos aquellos juegos de Family que nunca tuvieron cuando eran niños y todos los accesorios que los papás no les pudieron comprar del SNES en la década de los noventa.

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Desde 2008 se han consolidado grupos en Facebook con miles de integrantes —como Cazadores de Bits y RetroClub Colombia— que sirven para intercambiar, comprar, vender y compartir sus experiencias como coleccionistas de videojuegos. Algunos de estos grupos incluso organizan eventos presenciales de compra/venta y campeonatos: alquilan un espacio o se citan en un centro comercial y allí se instalan hasta bien entrada la noche o hasta que los saquen.

Javier Pinto nació en 1980 y a sus tres años ya andaba pegado a la Atari 2600 que le compró su papá, no obstante fue en el año 2000, cuando logró conseguir una Play Station 2, que empezó a coleccionar en forma. Sin tapujos admite que su colección ya supera los 8.000 artículos (el último inventario lo hizo en 2013).

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Como él, muchos coleccionistas se cultivaron en los sitios de alquiler de consolas durante los noventa. Hoy son adultos con trabajos que les permiten costearse el oficio de coleccionar. El problema es que no hay números precisos sobre la cantidad de personas que se dediquen a esto en el país. Me atrevo pues a da una cifra aproximada con respecto a los números de miembros en los grupos de Facebook: podría haber más de 30.000 en el país.

Para encontrar lo que buscan tienen que recurrir a familiares, amigos en el extranjero, pulgueros, MercadoLibre, grupos virtuales, Ebay, Sanandresitos, tiendas de videojuegos en Bogotá y hasta deben viajar a otras ciudades buscando lo que para ellos son joyas.

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La economía de los artículos coleccionables es especulativa. En 2006 el juego Little Samson se conseguía en Colombia entre 10.000 y 20.000 pesos (solo el casete), 50.000 en su caja original. Para el año 2009 su precio llegó a los 120.000 (sin caja). En 2015 Javier Pinto se topó con un chico que tenía el videojuego en su respectivo empaque, el cual había sido avaluado en 7 millones de pesos. Según Pinto, es la única persona en el país que tiene Little Samson con esas características y puede costar actualmente unos 20 millones.

 

 

“Se ha vuelto un negocio grande que mueve mucha plata… y usted sabe que donde hay mucha plata hay intereses”, dice Javier. La convivencia de los coleccionistas no siempre es pacífica, el oficio parece más bien una cacería, una suerte de subasta en la que gana quien más ofrezca, quien mejor busque o mejor suerte tenga.

Alberto Barón, bumangués de 42 años, policía desde hace 23 y coleccionista desde hace 10, también se ha visto en esos afanes. En 2014, mientras estaba de visita en Nueva York, aprovechó la potestad que le otorga su uniforme para saltarse una fila inmensa de jóvenes fanáticos quienes esperaban con ansias que Charles Martinets —la voz oficial de Mario desde 1994— les diera un autógrafo en una tienda oficial de Nintendo.

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La colección de Alberto es modesta y admite que no lleva inventario. No puede calcular el dinero que ha destinado a videojuegos porque para él coleccionar no es un gasto ni una inversión: es un gusto. Por eso, cuando se pensione de la Policía, planea montar un spa-gamer a las afueras de Bogotá donde las personas puedan ir a relajarse y pensar únicamente en jugar. Por ahora se limita a organizar “jugatones” para niños en las que enseña a cuidar y disfrutar de los videojuegos, mientras aprovecha para hablar con los padres de familia sobre el control y el cuidado de esta industria en la que abundan sagas violentas de guerra.

Debido a la inestabilidad de este mercado, es imposible calcular el valor total de estas colecciones. Alberto, por su parte, ha llegado a pagar hasta 400 dólares por una consola y compra únicamente artículos que está esperando. En cambio Javier compra videojuegos todos los días y solo en enero de 2017 se gastó cerca de 10 millones de pesos: compró, entre otros artículos, la Play Station 4 edición 20º aniversario, de la cual solo hay tres unidades en Colombia.

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Con ideas como las de Alberto rondando la cabeza —visionarias para la movida gamer nacional—, Javier quiere fundar el museo del videojuego de Colombia, en el que pueda exhibir a plenitud sus artículos y explicar la historia detrás de algunos. Allí estará seguramente su copia original de Ginga Fukei Densetsu Sapphire, un videojuego que piratearon en Austria y que se hizo difícil de conseguir original. O su versión en caja de Hagane, un juego que llegó a occidente en cantidades limitadas a través de la desaparecida Blockbuster.

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Alberto espera que al menos se conforme una entidad dedicada a hacer avalúos reales y legales de este mercado para estabilizarlo, evitar la especulación y prevenir la estafa en transacciones, en las que se puede llegar a pagar tres o cuatro veces más de lo que un juego vale.

 

 

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