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Así les entregaron libretas militares a 300 desplazados

Un integrante de la comunidad LGBT víctima de violación a los ocho años que escapó de su ciudad. Un desplazado de Nariño que desafió a las FARC. Estuvimos en la más reciente entrega gratuita de libretas militares y encontramos algunas historias. 

Sebastián Aldana Romero

Entre lunes y miércoles, los interesados tenían que acudir a las instalaciones del Distrito Militar 51. Allí, una vez hicieran el registro pertinente, solo quedaría pendiente la entrega del documento, programada para el día jueves 31 de marzo en el Centro Nacional de Memoria Histórica. 

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La cita era a las 9 de la mañana. Alrededor de 300 jóvenes víctimas de desplazamiento forzado se reunieron en la entrada principal del lugar.  

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El trámite era sencillo: cada uno debía mostrar su cédula para recibir una ficha con el número de asiento correspondiente. 

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Antes de la entrega de las libretas militares, dispuestas sobre una mesa, se llevaron a cabo los actos protocolarios, himnos y demás. 

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Un militar tomó el micrófono y, con un tono de voz grave, empezó a llamar a cada uno de los jóvenes presentes: “Ciudadano Albert de Jesús Romero Jerez… Ciudadano Alejandro Becerra Medina…”. 

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Arlex Arley, de 26 años, llegó hace un año a Bogotá proveniente de Armenia. Es miembro de la comunidad LGBT y, tras confesárselo a sus papás, decidió escaparse. Aunque todavía habla con su mamá por teléfono, el rechazo de su papá hace que desista de volver con ellos. Sin embargo, esta no es la razón principal por la que Arlex resultó beneficiado en esta entrega de libretas militares. 

“Yo fui violentado cuando tenía ocho años —cuenta Arlex—. Como estaba tan pequeño, no fue posible aclarar quiénes eran esas personas. Solo recuerdo que me taparon los ojos y que usaban uniformes militares. Nunca supe si eran guerrilleros o paramilitares”. 

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La situación de Arlex es particular: el rechazo de su familia y el de sus allegados en Armenia, sumado a la experiencia que vivió a sus ocho años, hicieron que la Unidad para las Víctimas incluyera su caso en la categoría de desplazamiento forzado. 

Actualmente tiene trabajo gracias a la convocatoria Misión Bogotá Humana. “El contrato ya casi se me cumple. Me tranquiliza que ahora tengo libreta porque la piden en todo lado”, dice Arlex. 

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En 2016, cerca de 5.200 jóvenes víctimas de desplazamiento forzado han definido su situación militar. En Bogotá, esta jornada se repetirá el próximo 12 de abril

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Carlos Andrés Roa, de 24 años, también definió su situación militar. Su padre, quien es desplazado del municipio de Anolaima (Cundinamarca), se encargó de testificar ante la Unidad para las Víctimas. “Creo que ahora sí voy a poder estudiar y conseguir trabajo —asegura Carlos—. Yo aparecía como remiso en el 2011 y debía mucha mucha plata. Quiero estudiar Administración de Empresas”. 

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La voz grave del militar encargado de llamar a los reservistas pronunció el nombre de Hugo Quiñones, de 31 años, desplazado de Nariño en 2008. Tras desafiar a las FARC, quienes querían enlistarlo en sus filas, se vio obligado a huir. “Era eso o que me mataran —asegura Hugo—. Entonces me tiré al monte y logré salir por una vereda”. 

La situación actual de Hugo no es la mejor, ya que se encuentra sin empleo. “Siempre me piden libreta cuando busco trabajo —dice—. Quiero hacer un curso de vigilante a ver si tengo suerte”. 

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La imagen de los jóvenes revisando una y otra vez el documento fue una constante. La mayoría afirmó que encontrar trabajo es casi imposible si no se cuenta con la libreta militar. 

Maryluz de Rodríguez, esposa de uno de los beneficiarios, dijo: “Luego de que la guerrilla nos sacara de Pensilvania (Caldas), la situación económica siempre ha sido precaria. Además, volver a nuestra tierra no es una posibilidad. No solo para nosotros, sino para todos los desplazados”. 

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La entrega de libretas concluyó con Gloria al Soldado, himno oficial del Ejército de Colombia. A algunos jóvenes se les vio con los ojos cerrados mientras pasaba la música; a otros, en cambio, se les pudo observar con la cabeza inclinada y con los ojos enterrados en el plástico que les acababan de entregar. 

 

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