Ud se encuentra aquí INICIO Creadorescriollos En La Fotografia De Yael Martinez La Intimidad Es Una Casa Sangrante

En la fotografía de Yael Martínez, la intimidad es una casa sangrante

Este fotógrafo mexicano, ganador del segundo lugar en el World Press Photo 2019, explora los rezagos de la desaparición forzada en su país. “Más que de la fotografía, se trata de la imagen. Tenemos que reflexionar sobre cómo usamos los códigos para escribir esa imagen. Es importante que la imagen no violente los procesos que nuestras comunidades han vivido”. Aprovechamos su paso por la Master Class 2019 de Enfoque Visual para charlar con él sobre una obra que da otra perspectiva del conflicto mexicano.

Julián Guerrero / @elfabety

Yael Martínez nació en Taxco, una ciudad ubicada al norte del estado de Guerrero, en México. Guerrero es conocido, dentro y fuera del país, como uno de los estados más violentos de la región. En 2014 registró un récord de 247 personas desparecidas y fue allí donde desaparecieron los 43 normalistas de Ayotzinapa, una de las tragedias más dolorosas y sin resolver dentro del estado. Sumergido en un contexto de ausencias forzadas, silenciamiento y dolor, este autor mexicano se ha encargado de llevar a cabo un ejercicio en torno a la imagen poco fácil y lleno de rigor.

Usando la fotografía como medio para contar la violencia que ha afectado incluso a su familia, Yael ha explorado la intimidad, la ausencia y la esperanza en un conflicto que aún parce estar lejos de llegar a su fin y que cada día agarra más terreno.

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Su interés por la reflexión a partir de la imagen nació en el colegio, donde conoció el trabajo de fotógrafos humanistas como Josef Koudelka, Miguel Río Branco, Graciela Iturbide y Eugene Smith. Según cuenta, le atraía la manera en que estos fotógrafos se vinculaban con las personas que fotografiaban, además se daba cuenta de que, más allá de las imágenes, generaban “experiencias y conexiones profundas con la vida misma”.

Aunque después del colegio intentó entrar a la carrera de Artes Visuales en el estado de Morelos, no lo aceptaron enarbolando un argumento común en muchas academias: no tenía el bagaje suficiente. Fue un golpe duro, pero su ansia por convertirse en un fotógrafo no mermó. Comenzó entonces a formarse en una escuela técnica en Cuernavaca y en 2010 fue becado por Francisco Toledo para estudiar en el centro de las Artes de San Agustín, en Oaxaca, donde comenzó a cambiar sus perspectivas sobre el oficio.

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Sin embargo, a pesar de su paso por Cuernavaca o Oaxaca, Guerrero —su conflicto y su gente— siguió llamándolo, como reclamando a alguien que contara aquello que se vivía día a día entre sus calles. “Siempre he trabajado en mi estado natal y lo seguiré haciendo. Lo encuentro fascinante y cada día siento que me falta mucho por conocer”, cuenta Yael, quien a lo largo de su trayectoria ha explorado escenarios como la familia, la soledad y la muerte entre personas que, a diario, han sabido enfrentar la violencia y la derrota cotidiana de su estado.

“La fotografía toca todo en nuestras vidas actuales. Más que de la fotografía, se trata de la imagen. Tenemos que reflexionar sobre cómo usamos los códigos para escribir esa imagen. Me interesa generar distintas perspectivas para hablar de cómo se vive con la violencia. Es importante que la imagen no violente los procesos que nuestras comunidades han vivido”, dice.

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Pero la fotografía de Yael no entra dentro de los márgenes de la denuncia. Al menos no en principio. Su trabajo se ha caracterizado por ser más un registro de emociones complejas que anteceden o suceden a la catástrofe, lo cuál, a veces, dice más que el hecho en sí. Antes de La Casa que Sangra —la serie que lo tiene en boca de fotógrafos alrededor del mundo y por el que este año ganó el segundo lugar en la categoría de “Proyectos a largo plazo” de la edición 62 del World Press Photo 2019— un ejercicio en el que explora la desaparición forzada en Guerrero, Yael ya había explorado otro escenario de la intimidad de primera mano: la enfermedad y muerte de su abuela en 2011.    

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La raíz oscura fue el nombre con que bautizó este ejercicio en el que retrató los últimos años de vida de su abuela Cármen, quien padeció los estragos del Alzheimer. En esta serie dolorosa e íntima, Yael no sólo exploró el padecimiento de su abuela, sino también el de toda su familia que iba asumiendo poco a poco la ausencia que luego exploraría el fotógrafo en La raíz rota. Aunque tomó fotos durante tres años no fue hasta un año después de la muerte de su abuela cuando Yael decidió hacer pública la serie. “La vida y el trabajo son procesos de entendimiento y de descubrimiento y creo que cada proceso lleva su tiempo. Cada vez más me interesa generar procesos reflexivos sobre mi contexto y mi vida a través de la imagen”, agrega.

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La casa que sangra, la serie con la que conquistó el segundo lugar de uno de los premios de fotoperiodismo más importantes del mundo, significó para este fotógrafo la evolución de un trabajo que comenzó en lo personal y que, después, se encaminó a un aspecto social. Tras la muerte de uno de sus cuñados y la desaparición de los otros dos, Yael decidió explorar este golpe familiar a través de la fotografía. La casa y la familia, que ya había retratado en sus trabajas anteriores, se convirtieron en el camino para hablar de las treinta y cinco mil personas desaparecidas en México.

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“La casa es una analogía de un cuerpo. Este espacio es penetrado por la violencia. Esta violencia atraviesa el espacio físico y espiritual de los que la habitan. La casa como un cuerpo, una pareja, una familia, una comunidad y finalmente un país, un país que está fracturado y herido y esta herida no ha tenido la posibilidad de sanar. La casa y la familia son espacios primigenios, ambos son nuestra cueva actual. Un rincón de vida, pero también de muerte. Y que a lo largo de Latinoamérica se encuentra este espacio, familiar y extraño, donde compartimos muchas cosas”, dice.

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Su serie, de treinta fotos en las que su familia y él son protagonistas, explora a través de imágenes, que también son metáforas, los espacios que dejan los desaparecidos, tanto en la casa como al interior de sus familias. “Me interesa generar imágenes que sirvan como una memoria histórica del tiempo que me ha tocado vivir, y que estas sean un canal para que pueda ser escuchado y visibilizado”, agrega Yael.

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En la fotografía de este mexicano la mujer ha tenido un papel protagónico. Con su abuela, su esposa y su hija como protagonistas de las series, Yael ve en ellas, según dice, la piedra angular. “La mujer en nuestra cultura tiene un espacio sagrado. Es nuestra madre, nuestra tierra, de donde venimos y a donde vamos. Casi todo mi trabajo gira alrededor de esta admiración y respeto”, cuenta este fotógrafo.

La semana pasada Yael Martínez pasó por Bogotá como invitado de la Master Class 2019 organizada por Enfoque Visual, con quienes realizó algunos encuentros con fotógrafos y periodistas nacionales. Convencido de que la fotografía es vital para México y América Latina en la construcción de una memoria que prevenga de la sentencia de repetir los mismos errores, Yael seguirá jugándosela, a pesar de las ausencias y las balas, por un trabajo que retrate el día a día, la intimidad y la esperanza de una región para muchos condenada.


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