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Fotos de Andrea Puentes / @callejera_fotografia

La Peluquería y sus diez años de transgresión artística a ritmo de tijera

En Londres, Melissa Paerez cayó en cuenta que ir a la peluquería era un agujero en su bolsillo y decidió convertir su apartamento en un lugar para darles estilo a sus amigos. Convencida de que a través del oficio de peluquera podía tejer sociedad y hacer arte, abrió un local en La Candelaria que, más que un lugar para cortar el cabello, es un espacio de gestión cultural.

Júlia Farràs

Melissa Paerez (36 años) saluda con prisa, al tiempo que se despide de una clienta y termina de barrer el piso, lleno de cabello de su anterior víctima. Todo sucede en un local que invita a la imaginación y a la creación: cabezas de maniquí, muebles vintage -entre ellos una enorme nevera roja de Coca-Cola-, luces de neón y una selección de música que hace entrar en otra dimensión. Con la misma diligencia que muestra en su día a día, Melissa fundó hace diez años La Peluquería y el colectivo Peluqueras Asesinas, proyectos que promueven la cultura y la creación artística alternativa en Bogotá. Estas iniciativas son el punto de partida de un pensamiento artístico, generador de tejidos en red y modelo de transformación. “El arte no solo está en galerías y museos: el arte está en las posiciones políticas, en la calle, en lo independiente”, afirma Melissa.

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La Peluquería nació en 2008 a raíz de la experiencia que su fundadora adquirió durante un año sabático en Londres. Recién graduada en publicidad y en medio de una crisis de desencanto por todo ese mundo, cruzó el charco para frenar su ajetreada vida. Allá conoció a Mari, una bogotana que estaba realizando un intercambio en arte en la capital inglesa y entablaron una bonita amistad basada en largas charlas sobre la situación de su tierra y el arte como salvación humana. “En Londres todo era una chimba: contacto muy directo con el arte, locura, creación, diversión… pero todo era muy caro y no teníamos plata. Cortarnos el pelo era un robo a mano armada. En casa tenía unas tijeras y empecé a cortarle el pelo a Mari, primero por necesidad y luego por diversión. Después los amigos se enteraron y vinieron. Luego los amigos de los amigos, y así… Me parecía muy chévere y a raíz de eso empecé”. Su apartamento se convirtió en un lugar de reunión donde la gente parchaba, escuchaba música y llevaba su arte a cambio de un corte de pelo. Al no ser un salón profesional se cortaba el pelo en el salón, dejando ver el resultado del corte al final de todo el proceso. “Aún me sorprende que la gente se dejara cortar el pelo, eso sí era un acto de confianza absoluto”.

Después de un año en Londres, Melissa regresó con una condición: no volver al mundo de las agencias de publicidad. Entonces, como si de una semillita se tratara, la idea de montar una peluquería se le incrustó en el cerebro y cada vez se iba haciendo más y más plausible, hasta que días antes de devolverse a Bogotá decidió con firmeza que su motivación y proyecto era crear una peluquería en el centro de Bogotá. Una vez en la capital encontró el lugar mágico y céntrico que deseaba y así La Peluquería abrió puertas en La Candelaria. Para recaudar los arreglos que requería el espacio y para promocionarse empezaron a hacer fiestas, eventos y exposiciones. “En esas rumbas conectamos con todo el medio cultural, los medios de comunicación, los artistas… fue una época increíble, de mucho movimiento. A partir de ahí La Peluquería empezó a convertirse en una plataforma cultural, un altavoz”.

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Al principio, Melissa se ocupó de los cortes de pelo con la ayuda de su cuñada, pero cuatro manos eran insuficientes así que hicieron un llamado a todas las chicas que quisieran crear con el pelo y a día de hoy han trabajado con más de cuarenta mujeres. Las personas que trabajaban en la Peluquería eran mujeres que no tenían estudios de peluquería. “Es una posición que he mantenido hasta el día de hoy. Prefiero que la formación sea más artística y no tan académica, para que sea un pensamiento más intuitivo y empírico”. Por ese motivo, en el anuncio que pusieron para contratar peluqueras no pedían una peluquera graduada ni nada de eso, sino que reclamaban a chicas locas, creativas y asesinas. Aunque lo de asesinas puede sonar un poco fuerte y agresivo, la idea de ser una “peluquera asesina” representa ese cortar con el pasado. “A través de un corte de pelo inicias un cambio: asesinas a tu antiguo ‘yo’ de alguna manera. Por eso lo del colectivo de Peluqueras asesinas. Todas lo somos”. Según esta artista, peluquera y gestora cultural el corte de pelo teje una historia, al igual que entre peluquera y peluqueada también se tejen redes. “Una persona puede venir solo a cortarse el pelo, pero le cambiará todo. Suelta su vida y se empiezan a entrelazar cosas, así como ha pasado con La Peluquería. Aquí hemos tejido muchas relaciones que van más allá del corte de pelo”. 

Y entre mujeres han entendido que detrás del poder femenino hay algo muy potente. “Un poder femenino visto desde la fuerza, no tanto desde el misticismo. Somos activistas de lo femenino, de la fuerza artística que vive en la mujer. Nos gusta reflexionar sobre el poder femenino a través del trabajo colectivo”. Con una concepción de la belleza y la estética fuera de los cánones establecidos, Melissa y su parche abordan la peluquería desde la anti belleza o, mejor dicho, desde entender que la belleza es una producción cultural, no un ‘deber ser’. La moda es parte de todos, pero no quiere decir que tenga que ser el único punto de referencia. “Conectamos con la belleza interior, no tan místicamente hablando, sino con la belleza única que todos tenemos y que nacemos con ella. Suena poético, pero es la realidad”.

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Para estar en constante cambio, transformación y evolución, La Peluquería propone espacios como los laboratorios, que se ofrecen cada miércoles por la mañana. Esta propuesta se creó para que las Peluqueras asesinas puedan explotar al máximo su creatividad. A partir de un poema, una reflexión o una idea las peluqueras cortan, rapan y maquillan a una voluntaria que esté dispuesta a dejarse hacer de todo. “Los laboratorios son espacios para nosotras reflexionar y de cambio y sorpresa para el voluntario”. También organizan los llamados ‘Motilof’, donde La Peluquería cambia de ubicación por un día, y se toma conciertos, rumbas, charlas o eventos sociales, también cárceles o iglesias… “Creemos que los espacios culturales independientes deben prestar un servicio a la comunidad e integrar el arte, la cultura y los pensamientos alternativos a la vida cotidiana para que los artistas puedan demostrar que son útiles para la sociedad”. Siguiendo esta línea, han tenido participaciones en Barcú y en Artbo.

En La Peluquería uno puede ver hombres, mujeres, empleados públicos, empresarios, sociólogos, locos desprendidos… de todo un poco, con el punto en común de la curiosidad y la conciencia cultural. Personas inquietas, interesantes e inteligentes que buscan alternativas a la peluquería de toda la vida. Y no solamente acuden a las manos de las peluqueras asesinas gente que quiere un cambio radical, sino más bien quieren una buena conversación, un asesoramiento o una nueva experiencia. A lo largo de estos diez años han pasado por las manos de Melissa y las peluqueras asesinas muchísimas personas, creando historias y anécdotas para hacer un libro. “Hay algunas que lloran frente al espejo al ver un cambio tan grande, no solo físico. Otras que se empoderan delante del espejo. Después hay clientes con enfermedades, cáncer, por ejemplo, y nuestro acompañamiento es muy significativo, mis manos están al cien por ciento para la causa. Una vez vino una chica de mi edad y me dijo que acababa de salir de la cárcel y ese era el primer sitio al que fue después de salir de ahí; fue muy emocionante. Realmente le hacemos una cirugía a su alma, la persona intuye que algo va a cambiar” .

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Ser un proyecto cultural alternativo hoy en día en Colombia no es una tarea fácil, y Melissa puede asegurarlo. Estos espacios independientes no tienen una representación, pero a la vez si la tuvieran se verían coartadas de independencia. “La comunidad te apoya pero las instituciones públicas no… si fuéramos un bar sería todo bien, pero no entienden que podemos ser una peluquería con cafetería que arma rumbas y eventos. Lo ven sospechoso”. La fundadora de La Peluquería denuncia la doble moral que manejan las instituciones colombianas, el pensamiento cerrado que las caracteriza y la corrupción que las impregna. “Esta propuesta que tenemos ha vivido diez años gracias a la gente, sin ellos no estaríamos aquí, y si fuera por el Estado aún menos” explica Melissa, quien también ha también candidata al Consejo Local de Arte, Cultura y Patrimonio de La Candelaria.

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Y es que hace poco menos de tres meses que La Peluquería tuvo que cambiar su emblemático local por problemas con las autoridades. “Nuestro local fue declarado de bien patrimonial y nos exigen un montón de vainas, pero no hay apoyo de ningún tipo, solo ponen multas y vigilan. Llegó a un punto que en todos los eventos venía la policía, aun teniendo los papeles en regla y los mismos artistas empezaron a tener miedo de exponer”. La nueva localización, muy cerca de La Candelaria, ha permitido que Melissa vuelva a respirar tranquila, aunque nostálgica. “Ha sido un ejercicio de creación muy bueno y positivo. La gente lo entiende y nos apoya. Las razones tristes y alegres detrás de todo esto permiten reafirmar la posición artística, cultural y política de La Peluquería como oficio. Por ahora se está decidiendo qué pasará con la casa de La Candelaria porque aquí la política pública es humillarse o pagar por debajo y no queremos hacer ni la una ni la otra”.

 

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