La banalidad del discurso gráfico, lo aparentemente inofensivo y Fulana Letal
Una entrevista sobre el amor, el trabajo y las artes gráficas. “Si tienes un cliente en España notas que le es más rentable contratar a alguien que vive un Cuba. Como que dicen: Mejor contrato a un cubano que me va a salir más barato y va a hacer lo que le pido y me aprovecho un poco de la brecha económica y social. Y de alguna manera yo también saco provecho de eso”.
Tu serie Casa vacía me gusta porque tiene algo de la estética de los espacios de videojuego en 8 bits. Y de alguna manera me hace pensar en René Magritte y también en eso que tienen los poemas de la cubana Legna Rodríguez Iglesias: parecen fáciles pero juegan con la perspectiva. Háblame de ella.
Casa vacía salió en época Covid. Yo estaba encerrada ilustrando, no para trabajar sino para mí. Tenía hace tiempo la idea de crear unos escenarios, unos espacios que resonaran en la melancolía, en el hecho de estar sola, en la rutina y lo repetitivo. Evidentemente tiene mucho que ver con no poder salir y no ver a la gente. Está el lio también de la migración, toda la gente yéndose: mucha la soledad.
No empecé con una idea concreta. En el proceso, creo, uno va llegando a lo que quiere. Era una especie de diario visual. Si te das cuenta son varias ilustraciones y todas están acompañadas de textos, pero la idea no era que la ilustración ilustrara el texto sino que de alguna forma sirviera de soporte. Son ilustraciones muy sencillas, introspectivas, objetos planos que se repiten para fortalecer la idea de rutina. La última es la de los árboles y ya te vas… En el texto señalé la letra «a» como un camino: ahí termina y puedes empezar de nuevo. Es un loop. Lo de los textos es un atrevimiento mío porque yo no escribo nada, pero el texto ahí es en sí mismo su propia ilustración, está organizado de una forma, está regado, desajustado, hay uno que dice «reordenamiento», que fue algo que dijo el presidente que se iba a hacer y en todos lados el reordenamiento, en la televisión se repetía y se repetía, era algo como cansino, solo había repetición pero no encuentras una solución en eso que supuestamente estás ordenando.
Estoy de acuerdo con lo que mencionas de Magritte porque las ilustraciones son un poco surreales. Ahora que lo dices pienso en las nubes de él. No fue intencional, no me inspiré en él, supongo que esto a veces pasa. Esa es una estética con la que yo trabajo: objetos planos, todo muy vectorial, degradado, una composición que te invita a descifrar algo.
La perspectiva me parece llamativa: unas escaleras bajando, una ventana, una planta y uno se encuentra con algo que no es lo lógico en la construcción visual. También hay una sensación de falta de gravedad.
Sí, es cierto. Casi siempre hay una ventana y a través de ella ves el cielo, no importa desde dónde mires. Y casi siempre la ilustración es fría. Es una casa con nada familiar, nada, no existe la idea cálida de las casas que, de alguna manera, habla de una perspectiva a la hora de mirar lo que significa un hogar. Es ausencia.
¿La cuarentena influyó en tu técnica?
Mira, yo no estudié esto, soy autodidacta. Acá en La Habana hay, creo, tres escuelas, y yo no estuve en ninguna. Intenté entrar en una de esas, no lo logré y decidí estudiar lenguas extranjeras. Cuando me gradué terminé de darme cuenta de que eso no me interesaba, no tenía vocación. De hecho, me era muy incómodo. Así que empecé a hacer grafiti con Azul, mi mejor amiga, ella me impulsó. Ahí mismo y poco a poco empecé a meterle mucho a lo del software, a aprender Illustrator y Photoshop, que para mí son como juegos (me gustan bastante los videojuegos). La técnica es muy necesaria y al final tienes que estudiar, necesitas investigar, practicar y jugar para encontrar los elementos que necesitas, el color, los efectos que puedes lograr con la máquina, y eso definitivamente te ofrece mayor cultura en lo que vas a hacer. La técnica también te puede ayudar a conceptualizar y en la cuarentena pude investigar más de todo esto.
Veo en tu trabajo una influencia bastante clara del diseño gráfico y de las artes gráficas.
De lo que vivo yo es del diseño gráfico. Ahora mismo trabajo en Clandestina, la primera tienda de ropa independiente que hay aquí. Esto me ha ayudado a mantener una estética, a seguir haciendo algo que se parezca a mí. Aquí los muralistas y artistas plásticos y grafiteros tienen sus estilos y lo que me hace a mí diferente, al menos acá en Cuba, es esa cercanía al diseño gráfico.
Mucho de lo que hago como ilustradora es lo que traslado si voy a hacer un mural. Trabajo la composición a partir de los elementos disponibles, del soporte, y eso, me parece a mí, son cosas muy de diseñador.
¿Cómo ves la movida o la escena actual de la ilustración en Cuba?
Yo no he viajado, no sé cómo funcione la escena en otros lugares, pero teniendo en cuenta el país en el que vivo, su pasado y su presente, creo que la escena es bastante grande. Acá hay artistas buenísimos y también ilustradores buenísimos. Pero es una escena limitada por recursos materiales, por la censura, limitada incluso a nivel académico porque no hay una capacitación con respecto a la ilustración. No se le da mucha importancia y debería. En la escuela de diseño, en la asignatura de Cartel (ahora que lo pienso creo que es una optativa), no hay interés por la ilustración, y sé que no todos los diseñadores tienen por qué ni deben ser ilustradores, pero sí es una realidad que a muchos diseñadores les interesa la ilustración.
No hay tantas exposiciones, tampoco, aunque hay un espacio en Fábrica de arte cubano que al parecer sí organiza. Te explico: Fábrica es una fábrica abandonada, adecuada, que es como una nave gigante, puedes moverte por todo el lugar, son varios escenarios con música, y aunque parece a veces una fiesta funciona como una galería; en uno de esos pasillos hay un espacio que se les presta a ilustradores o estudiantes de diseño. Es uno de los pocos lugares a los que puedes ir, en los que puedes exponer.
Trabajar acá como ilustradora es complicado porque hay una inflación terrible y nunca será bien remunerado tu trabajo. Esto por supuesto si trabajas para clientes cubanos, porque no hay una cultura de reconocimiento de lo que significa ser diseñador. Por ejemplo, para mis padres lo que yo hago son dibujitos y no entienden cómo yo cobro por hacer dibujitos. Personalmente mi trabajo es más rentable con los muros que con el diseño, se me ofrece más ir a pintar a lugares.
Hablas de clientes cubanos. Tú ya tienes un nivel alto de exposición en Instagram que supongo va más allá de los límites de la isla. ¿Cómo te va con clientes en otras partes del mundo?
Me voy dando cuenta de ciertas cosas. Si tienes un cliente en España, en Europa, notas que le es más rentable contratar a alguien que vive un Cuba para hacer un logotipo que a un diseñador europeo. Como que dicen: Mejor contrato a un cubano que me va a salir más barato y va a hacer lo que le pido, que tampoco es una locura, y me aprovecho un poco de la brecha económica y social. Y de alguna manera yo también saco provecho de eso, me genera un trabajo mejor remunerado, así cobre menos de lo que cobraría alguien que esté en Nueva York.
Así están las cosas: trabajar acá es saber que te van a pagar en dinero cubano y esa moneda no vale, vale muy poco, mira, un salario mínimo acá es, más o menos, seis mil pesos, y eso es lo que te puedes gastar una noche en un bar. Un paquete de leche te cuesta dos mil pesos, haz las cuentas. Si sales a un bar no puedes bañarte ese mes.
Hay una búsqueda del humor en tu trabajo. Siempre o casi siempre. ¿Cuáles han sido tus referentes en este aspecto más allá de arte urbano?
Mi referente de este año ha sido Charly García. ¿Por qué? No sé. Ahora me aparecen un millón de reels de él ofreciendo entrevistas y hablando boberías. Él tiene un sentido del humor oscuro.
También depende del tema. Si estoy haciendo una ilustración política pues el chiste tiene que ver con el contexto cubano, se tiene que entender aquí y acudo a lo que tengo cerca. Acá hay muchos chistes que el gobierno te los regala, los humoristas son ellos y lo que puedes hacer simplemente es mirarlos.
Ahora mismo pienso en un reguetonero que se llama Chocolate, el tipo es rarísimo, es un influencer porque cada cosa que dice es una barbaridad y se viraliza. En Cuba ya hay muchas frases de él que se usan porque él es un resultado del desastre de país que somos. ¿Me influencia? Bueno, a todos, supongo. Es un ser entre gracioso y desagradable.
Mira, yo no sé si esto haga parte de la respuesta a tu pregunta pero te lo voy a contar porque así es el panorama del humor acá. Hay un tipo que se llama Lázaro y le dedica unas palabras a su novia, le dice que por qué se fue de la casa, que por qué lo dejó. Es un hombre muy feo, gracioso, a todo el mundo le parece simpático cuando lo ve hablar, pero es un tipo que golpeaba a su mujer. ¿Ves? Se vuelve super viral, se le dan millones de espacios, se habla de él, se ríe con él y de él, pero nadie ve que hay un asunto muy fuerte ahí de violencia de género. Ahí está lo banal de lo banal. Dentro de todo lo bueno que puede tener el humor, pues mira: en él se esconden muchas cosas.
Este tipo de personas dan muchas pistas para entender una sociedad.
Claro, claro. Mira, Chocolate ha tenido demasiadas denuncias por violencia de género por golpear a la novia, porque es un abusador, pero él es tan gracioso en su forma de hablar y en lo que dice desde un imaginario del mundo marginal en Cuba, que la gente se ríe. Lo que está proyectando es muy dañino pero a la gente le interesa más que le cause risa, que sea simpático. Es incontrolable: hay pintores cubanos muy posicionados que utilizan a Chocolate en sus obras. No digo que haya que censurar su imagen, solo que esto no es arte.
Hay un imaginario en el mundo y especialmente en América Latina de lo que se supone que es el arte en Cuba, un imaginario ya envejecido de la revolución y el aislamiento del que muchas personas fuera de la isla siguen aferradas. Una utopía que buscan los turistas. Yo veo en tus piezas en cambio algo muy pop. Hay mucho amor romántico, hay banalidad. Hay consumo y consumismo. Hay conectividad y tecnología. ¿Cómo se abordan estos asuntos allá ahora desde las artes gráficas? ¿Cómo lo recibe la gente?
Acá cargamos con esa cosa romántica de la isla, de lo viejo, del barco, de lo utópico anticonsumista. Esta es una carencia, se parte del hecho de que no hay cosas. Recuerdo un sticker que vi hace un tiempo en una expo que decía: Hacer la patria es consumir lo que la patria produce. Estas frases revolucionarias están por todas partes, en murales con caras de mártires, pero, de nuevo, es una carencia, un chiste: Cuba no es un país comunista porque Cuba no produce nada.
Yo abordo muchas de mis ilustraciones, como dices, desde lo pop, desde las cosas que están pasando, aunque tengo cuidado a la hora de hablar porque me puedo meter en un problema muy fácil. No decir completamente lo que dices pero que se entienda ayuda mucho. Por eso busco a veces eso, la banalidad del discurso, lo aparentemente inofensivo. Te voy a poner un ejemplo: el 11 de junio se hizo una manifestación grandísima, un año después yo hice una ilustración muy sencilla de la vista isométrica (por toda esa estética de lo que es cuadrado, de lo que está encerrado) del número 11 y dentro, encerradas, hay imágenes de las manifestaciones. Era un homenaje a la gente que machó, a muchos presos políticos que hay. Hubo mucha acogida, se compartió bastante, y de cierta manera fue aportar a que eso no se olvide, que fue importante, que marca un antes y un después.
Ahora, el tema del amor es otra cosa. El amor es muy yo. Para mí casi todo está relacionado con el amor. Tengo una pincha, por ejemplo, que dice Cupid hates me, es un blender con una lata de refresco: así es que te bebes el amor a veces. También tengo una serie que aún no he subido, una colección grandísima de corazones que encuentras cuando vas caminando por la calle, en alguna pared. Llevo dos años coleccionando estas banalidades.
Me interesan todos estos clichés del amor romántico. Es que así se siente, es muy auténtico, y sé que el enamoramiento es todo un asunto químico, cerebral, pero debo ser sensible y romántica porque esto, a final de cuentas, nos conecta a todos.
Te interesa el amor y especialmente el desamor.
Sí, toda esta idea melancólica en las imágenes me gusta. Me identifico mucho con eso en diferentes niveles. El grafiti siempre es muy protesta, muy de problemas sociales y yo quiero darle la vuelta un poco a esto con mis murales.
Bueno, el amor es un asunto público, social y político.
Exacto. La política, desde donde puede molestar, también es desde el amor. Es la base de todo. Mira, hice hace poco un test de personalidad y yo siempre soy muy racional con todas las cosas que hago. Me preguntaban algo tan tonto como, ¿el mundo sería un lugar mejor si las personas fueran más racionales o más emocionales? Para mí la respuesta fue clara y evidente: emocionalidad. Sueno muy empalagosa, ¿no?, pero es así, en medio de un estado super político y urgente al amor no se le da el lugar que necesita.
Lo documento porque a demás es algo infantil, adolescente, que es cuando en la vida se supone que tienes el espacio para ser así. Hay ahí una cuestión hormonal que me interesa, un gesto auténtico.
Decías en una entrevista para Incubadora que “el graffiti se ve, mientras que el sticker debes ir descubriéndolo”. ¿Qué has descubierto diseñando y pegando stickers?
Todos queremos hacer un mural o un grafiti grandísimo. Acá es difícil hacer algo así porque los permisos son complicados. El sticker en cambio lo haces en tu casa, imprimes o lo que sea, y sales. Tienes que, de cualquier manera, acá, tener cuidado con lo que dice tu sticker. Pueden por ejemplo no hacerte la impresión; nadie quiere verse involucrado con algo que vas a pegar en la calle. Un amigo hace poco hizo una exposición un poco queer y no quisieron imprimirle las obras porque había hombres desnudos.
Si solucionas eso y logras imprimir tus stickers, entonces es muy fácil. Me encantan los formatos muy pequeños (y también los formatos muy grandes) porque te permiten estar en lugares privados como un baño. Puedes hacer algo repetitivo con muchos en un espejo y la gente al final se fija, se pregunta ¿pero esto qué es? Incluso reconocen tu trabajo. Ve a un millón de bares por la La habana vieja y pega tus stickers, es como si hicieras un tag.
Como te gustan también los formatos muy grandes, ¿qué lugar ocupa el muralismo en tu vida?
A mí eso me daba pereza, me parecía una cosa muy tediosa porque acá el sol es asqueroso. Ir a pintar es entonces estar al sol, te da mucha hambre… no, no. Pero es raro porque terminas cogiéndole cariño. Ahora ando ansiosa porque me invitaron a pintar un mural, tengo muchas ganas y para mí, que soy una persona perezosa, de estar en la computadora y metida en la casa, salir a pintar me saca de esas rutinas. Ahora mismo ocupa un lugar importante en mi vida porque me conecta con la gente, pintar comunitariamente me ayuda mucho. He ido a pintar a barrios muy pobres en los que viven familias cuyas viviendas se han destruido y no tienen cómo repararlas, y entre más entras menos habitables son las casas; de madera, sin luz, se les ha caído el piso. No hay calles. Tú vas, participas en actividades, ayudas pintando casas para la comunidad… es de las cosas más reconfortantes que he podido hacer. Antes de esto yo no tenía ni idea de estas realidades. Te encuentras con gente muy amable, personas que te llevan a tu casa a comer y te dicen: ahora me llevas a pintar esto.
Solo a partir de esto el mural para mí empezó a tener un significado real.