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Fotos cortesía de Alejandro Garcés

Garzez está más allá del brandalismo

Con el espaldarazo (y la decepción) que recibió durante sus estudios de la moda, el enfoque social que le dio el cine y su atención puesta en el malandreo venezolano, Alejandro Garcés ofrece una mirada a la identidad de “lo que pudimos ser y lo que somos”. Este artículo hace parte del semillero de investigación Lenguajes urbanos de la UJTL.

Ana Sofía Rodríguez y Alejandra Sánchez Vera

“Yo realmente no me considero brándalo”, reconoce Garzez, quien justamente, y casi como una ironía de las percepciones que se crean en las redes sociales, es conocido por muchas personas gracias al hackeo de logos muy clavados en la cultura venezolana, como el de Polar, Central Madeirense o Savoy. “Yo quise esto”, continúa, “pero mi próxima colección ya no se trata de brandalismo”. 

Su obra artística se trata indudablemente de la apropiación de la imagen, aunque ha querido dejar de hacerlo. “Siempre llega algo: yo quiero ir más allá del brandalismo pero igual todo lo llevo hacia allá. Hago síntesis de todo lo que está pasando porque necesito que sea una cosa simbólica, que tenga mucha pregnancia”, dice este venezolano que estudió Producción de moda en Buenos Aires y luego decidió apostarle al cine documental. Dice, además, que hay algo que le fastidia y es “que las personas piensen que eso soy yo o que esa es mi marca”.

El acercamiento de Garzez al mundo del arte se dio por la moda, por la indumentaria y por la construcción de identidad. Pero en medio de la carrera sintió un vacío, una carencia.

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“Yo era un intensito y para mí no era suficiente el <<ay me veo bonito>>. [En la carrera había] gente que le gustaba la moda y tenía plata, pero yo no tenía plata. Lo que pasa es que en ese momento el dólar estaba muy barato y había una cosa aquí en Venezuela que me permitía estudiar en Buenos Aires y que fuera más barato mantenerme allá que aquí. Pero la gente que estudiaba conmigo sí era gente que tenía mucha plata y que le gustaba la moda porque compraba, porque la usaba, pero no porque realmente entendieran lo que puede haber detrás de ella”. Entonces entró en conflico, se hizo las preguntas fundamentales: ¿qué hago aquí y hacia dónde voy? Fue en ese momento cuando tomó la decisión de abandonar los salones de moda y entrar en los cinematográficos, que le ofrecieron una mirada y relación distinta con la sociedad.  

Alejandro Garcés regresó a Venezuela con la idea de que lo que quería hacer era moda con sustancia, con historia y significado: “Cuando yo vuelvo a Venezuela después de 7 años y con las condiciones del país y todo, eso explotó, se mezcló mi visión estética y la parte  documental. Lo más loco es que lo último que estuve haciendo (porque yo he hecho de toda vaina) fue stand up, entonces pensé: claro, por eso mi marca tiene mucho humor. Pude mezclar todas las vainas que venía haciendo”. Las sintetizó en su marca. Y funcionó, aunque había momentos en los que sentía que no podía vivir de ser artista. Alejandro sentía que las personas, en el fondo, no entendían lo que él hacía y cuál era su mirada artística del mundo. Pero, ¿tú qué haces?, le decían. Yo tengo una marca, respondía: es una marca bastante particular pero es una marca de ropa. “Y se fue encaminando por ahí, salí en Vogue Italia y Vogue México”.

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Así nace su marca: Garzez. Su logo hecho hace bastante tiempo toma como referencia y se apropia de la estética de una caricatura que en ese momento era popular, Los chicos del barrio, y la usa para mostrar el malandreo y el flow venezolano, palabras clave para dentro de su obra. 

“Yo en principio quería hacer las fotos que salieron en Vogue”, recuerda Alejandro, “esa idea fue la primera. Yo quería hacer una editorial y quería hacer fotos en los edificios modernistas venidos a menos de Venezuela. Contar esa historia de los 50, de lo que pudimos ser y lo que somos. Y como que yo tenía toda esa idea, ese imaginario como con los tukis”.

Y aquí vale la pena hacer un alto en el camino para hablar de un movimiento cultural que tuvo su origen en el año 2000 a partir de un subgénero de música electrónica llamado changa tuki. Es un fenómeno estético en el uso de la indumentaria: los pantalones ajustados de diferentes colores cómo el rojo, el verde o el azul, las camisetas a rayas y las gorras planas son sus prendas de vestir más icónicas. Además de ser amantes del género musical por el que nació esta subcultura, los tukis admiten disfrutar del reguetón y la salsa. No es un secreto que este término se utiliza para llamar despectivamente a los jóvenes que pertenecen a clases sociales bajas y que obviamente escuchan y bailan changa tuki. Pero en realidad va mucho más allá de esto. Lo tuki se ha convertido en una alternativa para narrar parte de la cultura venezolana, de hecho cuenta con su propio documental dirigido por Juan Manuel Acosta, quien describe lo tuki cómo una fusión cultural venezolana entre la música, el baile y el estilo. Él afirma que llegó a ser de conocimiento masivo una vez se empezó a viralizar en Youtube, gracias a dos importantes personas, Dj Baba y Dj Yirvin, quienes empezaron a grabar todo lo que pasaba en las fiestas para publicarlo en esta plataforma. Es en ese momento que el tuki empieza a adquirir una connotación negativa generando comentarios cómo “mira cómo bailan esos malandros”, pero gracias a esta pieza audiovisual de Acosta nos damos cuenta de que en realidad muchos de los que hacen parte de este movimiento se han alejado de las movidas turbias y se han dedicado a bailar y a ser representantes culturales.

Garcés quería usar ese contraste que se da entre la época dorada que tuvo Venezuela estando en dictadura en los 50 y la arquitectura modernista que se desarrolló en el momento, siendo el país más rico de Latinoamérica; y la cultura tuki que creció a finales de los 90 y que nace en lo barriobajero propio de Caracas, aquellos que tuvieron que sobrevivir a la escasez y sobrellevar la decadencia del país. A eso se refiere Alejandro cuando habla de “lo que pudimos ser y los somos”. Para él, esos dos momentos son Venezuela, es el encuentro de estás dos partes en el espacio urbano lo que crea la estética del presente venezolano: esas grandes marcas representativas de un país rico y prometedor del pasado que se funden entre lo popular y el malandreo que también hace parte de la identidad del país.

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Y en medio de este cruce de caminos culturales, el brandalismo llegó a Garzez de forma muy orgánica, sin siquiera saber del término. “Uno de los primeros logos que se me ocurrió llegó a mí haciendo una cola en un super mercado, en Central Madeirense (CM). Hay muchos en todos lados y tienen el logo montado arriba de unas torres, es algo muy emblemático, es algo que todo el mundo ha visto. Entonces yo estoy ahí llevando sol, cinco horas en una cola viendo ese logo en permanencia… y me llegó el “coño de su madre”. Estar viendo el logo y pensar: a esto le meto una S en el medio y es la contracción de coño e su madre (CSM). Se lo comenté a unos amigos, después hice la franela y vi la reacción de la gente y vi cómo eso podía sintetizar un montón de cosas. Luego fui haciendo más logos y cuando tenía como unas cinco o seis camisetas, hice el proyecto inicial de las fotos. Incorporé las franelas al resto del imaginario que había construido en ese momento en mi cabeza y eso fue lo que salió en i-D México en 2018. 

Garzez ha logrado llevar al Tuki, un personaje popular y estigmatizado en Venezuela, a revistas internacionales a través de la moda y el brandalismo. Es un viaje que busca reconstruir la identidad venezolana e incluso la propia identidad de Alejandro para entender su pasado y las raíces de lo que es ser venezolano y venezolano migrante. Más allá de la etiqueta de brándalo, estudiar los logos y la historia de representación que tienen como marca y como símbolo, en este caso nacional, es muy importante en el trabajo de síntesis y conceptualización que realiza para la reconstrucción de estas identidades.

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