
¿Cómo es ser un periodista drag queen?
¿Cómo iba a suponer la señora que me dictaba periodismo investigativo que años después ese germen imberbe terminaría convertido en una reina del espectáculo nocturno nacional?
Sentarse frente al espejo con el rostro recién lavado, una caja llena de maquillaje al lado y un pincel en la mano es bastante parecido a tener en frente una laptop con la hoja de Word en blanco y una libreta llena de apuntes mientras el cursor titila como preguntándome “¿y ahora qué?” La única diferencia entre una drag queen y un periodista es que la gente puede ver a la drag hacer lo que sabe hacer y lo disfruta; a nadie le interesa ver a un periodista entrevistando, escribiendo, haciendo lo suyo.
Esta doble profesión me ha obligado tanto a dominar una paleta de sombras y un par de tacones de 15 cm, como a conocer el delicado arte de preguntar para obtener el dato vital para un texto. Y la verdad es que no fue algo planeado. ¿Cómo iba a suponer mi profesor de periodismo literario o la señora que me dictaba periodismo investigativo que años después ese germen imberbe terminaría convertido en una reina del espectáculo nocturno nacional? Si ellos nunca lo imaginaron, mucho menos yo.
El pasado mes de febrero cuando mis viejos compañeros de aula y demás colegas me acogieron virtualmente con un saludo de “feliz día del periodista”, lo primero que pensé fue ¿pero si yo soy drag queen? Se despertó entonces en mí una fugaz guerra entre el periodista listillo y la diva del glamour.
Pero, ¿un travesti que escribe?
No comprendo por qué algunas voces, desde la intelectualidad y la academia, me dicen que no es serio ejercer el periodismo cultural mientras al mismo tiempo me dedico al arte de transformarme en mujer para actuar sobre un escenario. No recuerdo exactamente en qué momento me llegó la idea, pero cada vez que salía en plan periodista, vestida a lo machorra para hacer la reportería para algún artículo, me llegaba una imagen de mí misma en plan diva entrevistando a algún personaje del arte y la cultura, igual que en aquel talk show de VH1 a mediados de los 90: The RuPaul Show.
Muchos no creen que ser transformista es ser revolucionario, pero en mis épocas de estudiante evidencié esa semejanza cuando leí a Tom Wolfe, a Truman Capote, a Hunter Thompson y a Gay Talese. Desde entonces he sentido que si hay algo que une el hecho de ser periodista y ser drag queen, es esa independencia (casi soledad) que te convierte en la rueda suelta de un gigantesco engranaje. Un sistema mecánico en el que no cuadras del todo.
Evidentemente no soy la primera (de mi tipo) que se atreve a entrar en el mundo de las letras. Además del chileno Lemebel, en España tenemos a Diossa, una veterana drag del mundo del cabaret con un estilo a medio camino entre el trash, el punk y el pop, quien además de escribir, actuar y dirigir sus propios montajes, ha publicado ensayos humorísticos como Manual de la Perfecta Petarda y Curso de Glamour para Principiantes.
Por otro lado está Miss Shangay Lily, fundadora de la revista Shangay Express, quien además de actor drag queen y activista. También es escritora y dramaturga y ha hecho parte de producciones como Hombres… y otros animales de compañía, Mari, ¿me pasas el poppers?, Uterolandia y Burgayses, entre otras. En América del norte están las incursiones editoriales de RuPaul, con su autobiografía Lettin’ it All Hang out, y la guía para la vida Workin' It!.
Y finalmente tenemos a una leyenda trans del rock injustamente relegada desde sus inicios, por allá en los 70, en el CBGB de New York: Jayne County, con su autobiografía de 1995 Man Enough To Be A Woman, libro que según la misma County fue plagiado por John Cameron Mitchell para el musical Hedwig & The Angry Inch.
Como ven, no somos muchas, pero nos hacemos sentir.
Llevar tacones y los labios pintados no es el único talento que tenemos las artistas drag y trans, y en cambio sí es un plus a la hora de tomar la foto para la portada del libro. Nuestra voz, ya sea escrita o puesta en el escenario, es necesaria en estos tiempos en los que son otros quienes cuentan nuestras historias desde una visión miope y alejada de la realidad.
Es por eso que me atrevo a enfrentar el mundo desde lo que soy, una drag periodista que se adentra en el mundo mediático en busca de su propia voz. Sé que no es esta la idea de “un profesional” que tenían mis profesores. Tampoco es esta la idea que tienen muchas de mis colegas entaconadas con respecto a ser transformista. Pero, ¿qué más da? ¿Qué importa si me maquillo para entrevistar?