Con 22 años y solo uno como webcamer, Maité ha disfrutado de un ascenso meteórico en la industria local del sexo virtual: de pensar en dejarlo a los dos días pasó a ganarse $2.500.000 quincenalmente. Sus horas delante de la cámara, en una vivienda compartida del barrio de Buenos Aires, las combina con sus estudios de Arte y el liderazgo de su equipo de trabajo, cinco chicas universitarias. “Esto es 30% cuerpo, 60% mentalidad y 10% carisma”, dice.