Caníbal, el comedor de beats
En la capital de la resistencia, Diego Cárdenas se ha convertido en referente como MC, beatmaker y productor. Estuvimos en su casa del árbol en el barrio La Base, para conocer más sobre sus procesos creativos, su familia, el entorno que lo motiva y la realidad que lo impulsa a convertir vivencias en canciones.
“Somos la clase obrera en guerra
Somos hijos del arado y la tierra
Somos los que estamos los que protestamos
Los que subsistimos y lo que representamos
No, no vamos a callar siempre construyendo historias
No somos la cultura marginada como escoria
Muerte o gloria es nuestra la victoria
De la mano a la rutina resistiendo con euforia”
Caníbal Beats, “Somos”.
Desde sus orígenes primigenios en el hip hop como manifestación cultural, habitan semillas de tradiciones libertarias negras junto con experiencias de resistencia y estilos rudos engendrados en la calle. Y encontramos, por supuesto, lecciones de dignidad y fortaleza aprendidas en momentos difíciles, que se expresan en rimas cantadas sobre beats transgresores, adornados con scratches que irrumpen poderosos y ritmos multicolores que nutren esa sed de resistencia a través de la música. Sucedió en el Bronx, en Estados Unidos, durante la década de los 70, y ha sucedido en cada lugar en el que la cultura del hip hop ha sentado sus raíces. Tanto allá, como en distintos barrios marginales de Cali como El Troncal, Villa Colombia, Benjamín Herrera, Atanasio Girardot y muchos más de la comuna 8, el mensaje se sigue manteniendo entre la alegría y la imaginación, como estrategias de fraternidad, unión, diversión y reivindicación de una cultura urbana que es ejemplo de lucha, perseverancia y escape a la realidad a la que están expuestos a diario.
Nativo urbano de La Base, barrio que pertenece a la comuna 8, cuna de agrupaciones como Posse Warriors una de las más representativas de la historia del hip hop caleño, Diego Cardenas, mejor conocido como Caníbal Beats se ha convertido en los últimos años en uno de los artistas más versátiles y prolíficos de la cultura urbana. Su obra artística dialoga con la ciudad, como dice él, con “especial dedicación a mi barrio y a cada guerrero caído en sus calles”. Allí, en el segundo piso de su casa donde funciona su estudio, en medio de múltiples instrumentos, grafitis y murales de street art de Kelebra, stickers, tags, vinilos, una tabla de skate con el icónico rostro de Tupac Shakur, Caníbal explora un collage de ritmos inquietos donde las texturas de las músicas del mundo provocan espacios de experimentación entre las culturas urbanas como el hip hop y las prolíficas melodías de la diáspora africana, convirtiendo su hogar en un laboratorio creativo para construir junto a distintos proyecto musicales como Niko Rst, MC Saya o su emprendimiento creativo Alqaeda Producciones.
“Yo nací en 1987, soy un pelado de la base, de una comuna que siempre ha estado afectada por la violencia, y el microtráfico”, cuenta Caníbal sobre el lugar que representa y que ha acompañado desde siempre su proceso creativo, un lugar cuyas historias recuerda con una carga de dolor intenso.“Mis socios de infancia han muerto, por estar parchados en las esquinas donde no debían estar. En el barrio, el arte del rap ha sido nuestro pasaporte para compartir con la gente y aprender de cada experiencia por eso me gusta proponer, opinar por medio del hip hop. El rap siempre ha sido mi fuerte porque me gustan mucho las pistas, producir y hacer beats con instrumentos”. Rodeado de su materia prima para componer, habla como iluminado sobre la creación a partir del bajo, la guitarra y la batería. Recuerda cómo desde que conoció el programa Guitar Pro, inició su proceso como beatmaker, y luego pasó al Fruity Loops con un hambre insaciable que se alimenta desde su necesidad de hacer pistas empíricamente, pues asegura que “las máquinas están prestas para eso, pero combino lo digital con lo orgánico”.
Desde muy niño su padre, Héctor Cárdenas, lo inició en el universo sonoro. “Según él, le colocaba los audífonos en la barriga de mi cucha para que yo escuchara. Él me ha enseñado mucho, ha sido mi referente, me ha compartido mucho de su conocimiento en la producción de eventos musicales y de grabación”, comenta con emoción el joven beatmaker al evocar la figura paterna, clave en su formación autodidacta.
Más adelante, a los 17 años, tuvo un encuentro iniciático con las culturas urbanas del skate y el punk en La Gruta, espacio icónico de la contracultura caleña. Allí comenzó a formar su personalidad: “Todo nace, aunque suene raro, desde el punk. Nosotros éramos punketos y aún me gusta el punk. Por allá en el 2003-2004 en La Gruta parchando con personajes como Triviño, La Chinga, Nelson y Pupilo, hice parte de una escena muy particular y reloca de la cual aprendí y se abrieron caminos, conocí el skate que me llevó a muchos lugares. Siempre me iba en la tabla para allá, nos íbamos todo el parche a vitrinear donde Triviño. Conocí a una persona que vendía mucho punk de alcantarilla, grupos súper underground como Larssen, Distorsion, Herejía, Akrata y empecé a experimentar la autogestión, pero vos sabes que el punk tiene un ambiente muy autodestructivo aquí en Cali, y en un tiempo perdimos mucho el rumbo”. Esa época, recuerda Caníbal, está reflejada en la banda BPN: Buenos para nada.
Luego de eso el punk pasó a un segundo plano y llegó el hip hop, con referentes como Nando Nández, La Etnnia y Nach que sirvieron como entrada para conocer otras cosas, como lo poético del rap y una lucha más organizada, “porque la cultura hip hop es un sentimiento, son valores, principios, es un movimiento que construye, donde el rap es la manera de diversificar el pensamiento y el beat es ese lienzo, el lugar donde uno escribe”, dice Caníbal como intentando reconstruir esa pasión por la música que empezó con el punk, pasó por el skate, que es una de las pasiones que lo ha llevado a competir en Estados Unidos y resultó en el rap, que lo ha juntado para crear con sus parceros del colectivo cultural latinoamericano La Lengua de mi Barrio, en la ciudad de Boston.
El hip hop es una herramienta que ha permitido a todas las comunidades en el mundo reorganizar el saber, porque su esencia está en la posibilidad de mezcla, de diálogo, de intercambio con cualquier tipo de mensaje, con cualquier forma de comunicación. La palabra se somete al juego, no hay una sola manera de decirla. Nos damos cuenta que esa larga tradición de oralidad, está totalmente relacionada con encontrar otra manera de vivir que está expresada en la música. En esencia, la fuerza que propone el hip hop está en la capacidad que tiene de alimentarse de la diversidad y la multiplicidad. Nada es un error. El mismo error desaparece porque se convierte en una posibilidad para expresarse.
Para Caníbal, muchos de sus sonidos se hicieron en estados emocionales de hambre, rabia, tristeza e ira, porque para él, “el beat es de sentir, cuando uno está en una tarima, uno tiene que sentir el bombo, tiene que sentir la caja, tiene que sentir el sampler, eso es lo que te hace vibrar y lo que te conecta, pero si vos no sentís esa fuerza, no hay conexión no hay fuerzas. El hip hop nos conecta siempre, así sea indirectamente”.
Y es justamente en ese sentir que habita la conexión y el diálogo con sonoridades indígenas y africanas, habitan el alma rítmica y melódica del beatmaker Caníbal, un “comedor de beats” como lo bautizó su amigo Coinzo cuando frecuentaban el skatepark del puente de los mi días, hoy conocido como el puente de las mil luchas. Allí, cerca al barrio Siete de Agosto, fue donde Diego conoció y bebió de lo más selecto de la cultura hip hop junto a parceros como Chilin y el Kimbo aka Bing, acercándose con desmesura a otros tempos musicales urbanos, como otra forma de sentir la caleidoscópica dimensión afro, tan cercana y exótica a la vez. En definitiva, la apropiación del lenguaje musical, la intención de jugar con los sonidos contemporáneos que nos revelan el carácter aurático de la música y a la vez la profunda subjetividad en la creación, en un diálogo lúdico con la cosmogonía, los elementos de la naturaleza y sus paisajes, pues a Diego le interesa mucho desconectarse de la urbe; por eso cada que puede escapa de Cali y se va a Pacho Villa, un lugar clave en el momento de crear y buscar sonidos y vibraciones. “Allá no hay energía, toca todo con leña, y escucho con claridad lo que transmiten los sonidos porque cuando uno escucha un pájaro, uno lo siente de verdad. Me gusta mucho estar allá para pensar, escribir y componer, hay mucho silencio y la musa está muy presente”.
Escuchar los pensamientos de Canibal traducidos en instrumentales y canciones es confirmar que el hip hop en Cali no ha muerto y tampoco agoniza. Es evocar lo que alguna vez dijo su parcero Kimbo aka Bing: “El Hip Hop no es de uno, ni de dos, ni de tres, es de toda una familia, que demuestra que es el eco del ghetto, y que trasciende la barrera del silencio”.
La obra artística de Caníbal también abarca el elemento del MC, con notables canciones como “Somos”, “Cuánto vale una vida”, “Guerra” y “Capital”, siempre en comunión con su filosofía socialista libertaria desde el arte que conecta desde el espíritu DIY o Hazlo Tú Mismo (por sus siglas en inglés) porque cada que expresa una idea musical por lo general está referida a su contexto, por eso se convierte en rapero, para dignificar las dinámicas solidarias del barrio, a pesar de las dificultades. “Siempre he cantado sobre las vivencias en el entorno de mi barrio pues siempre he afrontando situaciones como la delincuencia, la drogadicción, y he querido también generar soluciones”, dice refiriéndose al rap como herramienta de cambio para él, y donde además entran también aquellos que se ven reflejados en su manera del ver el mundo.
Rexistencia Hip Hop, el laboratorio creativo del cuál fue uno de sus becarios, ha sido, según cuenta, una bendición. “En este proceso creativo he producido un EP, con tres beats de uso libre, para que la gente tire sus rimas, y dos canciones: una de ellas es un featuring junto al parcero MC Kano”, concluye Caníbal, un verdadero referente para las nuevas generaciones de la escena caleña, por su empuje, profesionalismo, buena vibra y defensa a ultranza de los valores de la cultura hip hop.
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Rexistencia Hip Hop es un laboratorio de formación y creación artística para el fortalecimiento de proyectos musicales con incidencia social y comunitaria. Es una iniciativa creada en conjunto entre la Fundación Cartel Urbano y el ICTJ para visibilizar los procesos y proyectos musicales que encuentran en el Hip Hop una herramienta de cambio para sus comunidades y una oportunidad para seguir promoviendo el pensamiento crítico y la libertad de expresión.