Las penitencias religiosas de los presos
Con autoflagelaciones, cruces de cactus enterradas en las espaldas y cadenas en los tobillos, los reclusos de una cárcel en Ecuador muestran su fe durante la procesión del Viernes Santo. Los cucuruchos, esos hombres con trajes morados, hacen peticiones, pagan deudas santas y cargan cruces de 150 kilogramos.
Un Viernes Santo me encontré con la fe que se esconde tras los cucuruchos y los trajes color violeta. Tratando de romper con el oficio de fotógrafo, y en un intento por sentirme fuera de ese montón de personas desesperadas por lograr la mejor foto, me senté a conversar con la gente a la que iba fotografiando para conocer un poco más sobre lo que pasaba aquel día.
Desde las primeras charlas con los presos, los tatuajes llamaron mi atención y despertaron un morbo extraño. Eran imágenes borrosas y deformes, figuras que poco a poco develaban la fe existente en esos cuerpos; una fe grabada para no olvidar, la esperanza del día a día durante el encierro.
(Conozca aquí el menú de los presos colombianos)
Muchos de esos tatuajes fueron realizados en la cárcel. Al verlos, se sienten las punzadas de dolor en cada línea: la figura de la cruz, la virgen, Jesús, palabras de amor, el Deportivo Quito, Barcelona, mujeres desnudas, corazones, love, lágrimas, flechas, águilas y cortes.
Esta es una tradición que se lleva a cabo anualmente en Quito (Ecuador). Durante la procesión, los involucrados interpretan a los cucuruchos, una representación de los pregoneros.
Y también a las verónicas, en homenaje a la mujer que limpió el rostro de Jesús durante la crucifixión.
Los cucuruchos se cubren el rostro como un acto de penitencia. La tela es de color morado en homenaje al Nazareno (la advocación de Jesucristo). Esta tradición tiene su origen en el siglo XI.
Algunos presos consiguen tela para confeccionar sus propios trajes, otros alquilan las vestimentas en las parroquias.
Algunos marchan para cumplir promesas (por haberse curado de alguna enfermedad, por ejemplo).
Otros lo hacen para redimirse por actos indebidos o en agradecimiento a Dios por cumplir una petición.
Los tatuajes los hacen a pulso, con agujas y tinta de bolígrafo.
No hay tattoo artist en la cárcel. Algunos presos tienen conocimiento sobre arte y entre ellos se dibujan figuras religiosas.
Los reos se sienten protegidos con la religiosidad de sus tatuajes.
No solo los presos participan en esta procesión. Familiares, sin importar la edad, los acompañan durante los tres kilómetros de recorrido.
El intérprete de Jesús es azotado. Algunos caminan sin zapatos, de rodillas.
Los padres alistan el traje de sus hijos para la procesión.
Los reclusos usan los alambres de púa para transmitir el dolor a quienes observan la procesión.
Hay quien escribe sobre su propia piel la razón del peregrinaje.
Las cruces son fabricadas por familiares o conocidos de los convictos. Pesan alrededor de 150 kilos y se cargan por turnos.
También fabrican (y cargan) cruces con cactus para la procesión.
Aquí hay espacio para la autoflagelación. Con el fin de recrear el dolor de Jesús durante el viacrucis, uno que otro recluso se da latigazos con cuerdas enceradas.
Puede que por el peso de la cruz y el agotamiento físico, algún recluso se desmaye durante el recorrido.
Las cadenas en los tobillos también se ven durante la marcha.
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