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Fotos de Julián Bonilla Pinzón

Fotoensayo: Sobre aguas oscuras y agitadas

El río grande de la Magdalena es la principal arteria fluvial del país y sobre él los pescadores lanzan sus atarrayas con una fe que se ve doblegada por los bajos caudales, la contaminación y las desviaciones de su cause. La pesca no es lo que solía ser: ahora sólo se pesca para no morir de hambre.

Julián Bonilla Pinzón

Ya no es el más grande ni el mas caudaloso, pero sigue siendo la principal arteria fluvial del país. Nace en el eje central del macizo colombiano, el Huila, pero comienza a ser navegable en Honda, y es allí en donde se le ha rendido más culto. Ha sido la inspiración de varios músicos, creadores de mitos y leyendas. Ha sido testigo de la riqueza que por él ha pasado y de los pobres que, como pueden, aún se alimentan de él.

En sus orillas habitan pescadores fuertes, abnegados y, especialmente, dependientes del río. Para ellos la mejor época del año ha sido históricamente “la subienda”, en la que los peces suben por el río para desovar en las faldas de la cordillera oriental. Entre febrero y marzo, es decir, durante “la subienda”, en Honda se presenta el fenómeno del salto del Magdalena, en el que se divide el Magdalena medio con el Magdalena alto, lo cual obliga a los peces a tomar descansos en sitios estratégicos.

Los pescadores salen a lanzar las atarrayas sobre las aguas oscuras y agitadas. Mientras las redes van y vienen, a lo lejos se escuchan voces de nostalgia que  recuerdan la abundancia de años pasados. Por los bajos caudales del río, la contaminación y las desviaciones de su cause, la pesca no ha vuelto a ser como solía ser: no es abundante, ya no hay “la subienda”. No solo se trata de extraer el bocachico  o el nicuro, las especies más populares de la zona, o de continuar con una práctica tradicional: ahora sólo se pesca para no morir de hambre. Algunos han migrado de la pesca a otros oficios, por ejemplo el de recoger los troncos que bajan por el río para luego ser comercializados con familias que aún cocinan con leña, gente que, dicho sea de paso, conoce perfectamente —con solo verla desde lejos— cada especie de peces y que logra saber qué edad tiene cada pez.

Y aunque los pescadores saben, por ejemplo, que sacarlos muy pequeños solo empeora la vida del río, después de trabajar por más de quince horas al día los peces minúsculos son la única solución que dicen tener para llevar algo de comida a las casas. Estos hombres sumergidos hasta las canillas en las aguas del Magdalena parecen saber, además, que si el río muere se lleva consigo la cultura, la costumbre, la tradición y quizás también a sus familias. Pero, bajo el sol, las atarrayas van y vienen.

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“Nuestro desayuno, almuerzo y comida es Bocachico y Nicuro. No cojeemos pescado pequeño para no dañar la los pescadores que están en otro puntos del magdalena, pero cuando el hambre grita es inevitable”

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“yo vivo del río, de noche y de día, mi vida es el río" 

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“Tengo 76 años y tengo la fuerza de 50 adolescentes, amo mi Honda Tolima, Amo mi Magdalena"

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“Me dicen el Mohán por que trabajo de día y de noche, cuando la pesca no es buena me dedico a limpiar el río, a recoger la leña que baja para luego venderla”

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“los turistas nos miran desde los puentes, quiero gritarles que la verdadera aventura esta abajo”

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“Tengo un hijo de 8 meses. Mi esposo pesca yo cuido del niño y ayudo arreglando el pescado, y si el día esta bueno salgo a venderlo” 

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“cuando estoy pescando no pienso en nada, intento ser parte del río, entenderlo" 

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