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Estar enamorado es cerebralmente similar a estar trabado

Lo que suponemos amor es también un montón de procesos químicos que pueden empujar nuestro cerebro hacia micro océanos hormonales, similares a los que navegamos cuando consumimos drogas. Por otro lado, a causa del inevitable desamor podemos cerebralmente parecernos a un asesino serial.

Redacción Cartel Urbano

 

El amor es una insuficiencia animal. Lo leí en el diccionario: como sentimiento necesita y busca el encuentro y la unión con otro ser. Alguien (un poeta púber seguramente despechado) una vez escribió en un muro de un baño que en realidad el amor es un estado de ánimo, no un sentimiento. Una forma de permanecer. El amor es la salvación y a la vez es espacialmente ni mierda: ni siquiera ocupa un área palpable que alguien pueda calcular. El amor es una idea sembrada, abonada y cosechada para la reparación del alma. Un bálsamo. Una canción de Big Boy coreada en plena borrachera. O es, como lo sugiere la ciencia, una reacción biológica apartada de toda esa carreta ultrapoetizada.

No es un tema necesariamente cursi. El amor en nuestros días, dicen montones de millennials open mind en las redes sociales, debe evolucionar hacia el poliamor de pleno consentimiento. Que la monogamia tiene más de mono, de primate, que de amor. Que la durabilidad del sentimiento la pueden garantizar las múltiples relaciones, al tiempo. Leonardo Palacios, decano de la Escuela de las Ciencias de la Salud de la Universidad del Rosario y experto en neourobiología, asegura en su discurso científico que el amor, biológicamente, trae fecha de vencimiento. El enamoramiento en su proceso hormonal dura poco menos de tres años y luego muta a otra vaina diferente. Otros estudiosos del tema dicen que el amor, cerebralmente, es un proceso igual de complicado a la adicción al perico. La mayoría de las drogas modifican el funcionamiento del sistema de recompensas del cerebro y lo inundan de dopamina, un neurotransmisor que se encuentra en la zona cerebral encargada de la motivación, la emoción y los sentimientos de placer —y todo esto, según resonancias magnéticas hechas a grupos de personas que dijeron estar bien tragadas, es lo mismo que se ve afectado al sentirse enamorado—. El amor entonces, ya que la ciencia lo pone en esos términos, ¿equivale cerebralmente a esnifarse algunos pases escuchando Paulina Rubio a todo vatio? Tal vez exagero, pero Palacios también asegura que uno enamorado no actúa mentalmente bien y que la vigilia se le extiende —como cuando alguien consume cocaína—.

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A causa y efecto del amor Lorena Bobbit le rebanó la verga a su pareja hace más de veinte años y se hizo judicialmente famosa. Al marido lo sometieron a una exitosa operación de nueve horas para reimplantarle el pene y años después de la cirugía se dedicó de lleno al cine porno. "Yo no soy agresiva, no soy criminal, las circunstancias de abuso doméstico y tanta violencia que hubo ahí en mi hogar, cuando estuve casada con John, me llevaron a cometer esta acción", testificó la mujer. La reducción de serotonina a causa del desamor conlleva a la violencia impulsiva, explica la ciencia. (Este neurotransmisor, además, controla fenómenos como el hambre o el humor). A veces en Colombia la serotonina escasea. Uno puede estrellarse con titulares como ‘18 años de cárcel a hombre que mató a su novia y durmió con el cuerpo’ y quedar un poco perturbado después de leer que el asesino pasó tres noches con el cadáver. Tres noches. Cuando en la persona —adicta al bienestar que le brinda el amor— disminuyen los niveles de esos neurotransmisores, argumenta Palacios en un video llamado ‘La ciencia del amor’, se empiezan a cultivar pensamientos obsesivos. En Colombia se han perpetuado crímenes pasionales tan retorcidos, obsesivos y chambones (por ejemplo este titular de El Tiempo: ‘La noche que Hernando mató a su familia [y a su esposa] con machete’), que parecen elaborados por sicópatas de poca monta. Versiones poco elegantes de Dexter Morgan.

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La “tusa” —desamor en criollo colombiano— tiene un poco de psicología del criminal también. Si aplicamos algo de neuroquímica en la lectura de la mente de un asesino serial, encontraremos niveles elevados de hierro y cobre, incluso de manganeso, los cuales disminuyen la secreción de serotonina. Y con cifras relativamente bajas de esa hormona la testosterona (muy propia de los comportamientos agresivos del hombre) aumenta. El asesino en serie, como el despechado, sufre una alteración en su conducta que puede llevarlo a un acto criminal —o a la estupidez—.

Volví a leer hace unos meses en National Geographic lo de la fecha de vencimiento  —inferior a tres años— del amor. “Con el tiempo, los receptores de la dopamina comienzan a perder su sensibilidad (…) éstos dejarán de responder al estímulo inicial que desencadenaba la reacción placentera”. Aquí empieza la miseria de dos personas que, aunque se respetan, se quieren, en el fondo requieren por puro instinto animal otras carnes y otros sudores y otros olores. O, por el contrario, después de ese periodo idílico se empieza a construir un lugar seguro, una costumbre: una etapa que el neurobiólogo Leonardo Palacios llama amor verdadero. “La única salvación en estos casos —leí aquella vez en la NatGeo— es otro neurotransmisor conocido como oxitocina, cuya secreción está relacionada con la sensación de apego”. La furia de la adrenalina —la misma que contrae los vasos sanguíneos y es responsable de que nos ruboricemos— es reemplazada por esa otra hormona producida por el hipotálamo. El riesgo es sustituido por la estabilidad. La secreción de oxitocina está relacionada con la amistad y eso científicamente debería decirnos bastante de lo que suponemos amor.

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Contenido patrocinado por Are You The One?, de MTV.

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