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La mirada psicodélica de Camilo Arias a la biodiversidad colombiana

Inspirado en artistas de la talla de Van Gogh y Monet, este joven creador nacido en Girardot ha llevado sus obras desde Panamá hasta Egipto. En ellas ofrece una colorida interpretación de nuestros mares, cordilleras, aves, tortugas y peces, entre otras especies. Su última obra, Las niñas hambrientas, es una dura crítica a la situación de hambruna en La Guajira.

Andrés J. López / @vicclon

Estar rodeado de animales, vegetación, montañas, quebradas y crecer en distintos lugares de Colombia como Cali, Huila, Bogotá y Ojo de Agua —una pequeña vereda en Tolima— le permitieron a Camilo Arias sentirse cómodo con la diversidad de colores y formas de su entorno, las cuales dibujaba durante horas en la casa de su abuela. Pero durante sus estadías en estos lugares también fue testigo del conflicto armado, como le ocurrió en Ojo de Agua cuando, en el camino a la escuela, se topaba con combates entre guerrilla, ejército y paramilitares, o con los cadáveres dejados por estos encuentros. Así también abrió los ojos sobre la dura realidad que se vive en las zonas más recónditas del país.

Fue precisamente en el colegio, a través de un compañero, donde Camilo conoció los oleos, pinturas y acuarelas. Desde entonces empezó a experimentar con los pinceles y colores, aunque para este artista nacido en Girardot hace 30 años esto siempre había sido un pasatiempo. Cuando llegó a Bogotá, terminó el colegio y entró al Politécnico Grancolombiano a estudiar Medios Audiovisuales. A esto se dedicó durante tres años y, después de trabajar como postproductor y editor en algunos medios nacionales y varias productoras independientes, se cansó por completo de la profesión y decidió tomar otro camino. Así, en 2012, se mudó a Panamá.

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En el país vecino la pintura finalmente lo encontró. “Durante mi primer año trabajé en bares y restaurantes. Por esa época vivía en un apartamento con unos venezolanos y un día me dio por pintar un mural ahí. Sin decirme nada, ellos se lo mostraron a amigos y conocidos —recuerda Camilo—. Después alguien me llamó para pintar un muro en el hotel Tántalo, ubicado en el sector turístico de Casco Antiguo, me pagaron bien por el trabajo y ahí sentí que sí podía vivir del arte”.

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Primer mural pintado por Camilo en Panamá

 

 

Camilo siguió con los murales pero también lo hizo con el dibujo, la pintura y las serigrafías. Cuando estudió en Colombia se especializó en Cine y quiso incorporarlo como fuera a su trabajo, por eso a veces se las arregla para crear situaciones en apenas dos cuadros. Todo un reto, teniendo en cuenta que los films necesitan 24 cuadros por segundo.

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Con esto en mente, Camilo empezó a pintar tiempo completo y a incorporar elementos de los lugares donde se encontraba. Mientras vivió en Colombia nunca viajó a la Costa y por eso no conoció el mar, pero en Panamá lo hizo y desde ese momento los barcos, atardeceres y océanos están en gran parte de sus obras, los hace de manera inconsciente. Pero nunca se alejó de su país, por eso en sus cuadros hay colores vivos, paisajes, flores y animales como aves, tortugas, peces, caballitos de mar, mariposas, ballenas, etc. “Todo esto es producto del trópico colombiano, de mi vida entre dos cordilleras  —Central y Oriental— rodeado de mucho color y exuberancia. En la vereda siempre veía esto y desde ahí me apasioné por los colores”, comenta.

En el país centroamericano duró tres años. Además de pintar y darse a conocer como muralista, también colaboró en proyectos sociales con niños de escasos recursos en barrios pobres y presentó su exposición Manifestación. En 2016, por cuestiones de trabajo de su esposa, Camilo y ella se mudaron a otro destino: El Cairo, capital de Egipto.

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Obras de Camilo en Manifestación

 

 

“Estaba entre quedarme en Panamá, en Bocas del Toro, o irme a Egipto. Analicé todo y me fui al desierto porque había estado allá hace dos años y duré un mes viendo su enorme circuito del arte; hay prácticamente una galería en cada cuadra. Además tuve en cuenta su influencia, porque son más de cinco mil años de historia”, cuenta.

Desde Egipto ha continuado con su pintura surrealista e impresionista inspirada en Vincent van Gogh, Salvador Dalí y Claude Monet. También empezó a incorporar un nuevo personaje en sus obras: un astronauta. “Es una temática nueva. Nació de una conversación en la cual alguien dijo que cada persona es un mundo diferente, pero me parece que es todo un universo nuevo. Nos convertimos en astronautas cada vez que conocemos a alguien”. De hecho, con una obra alusiva al astronauta participó en la pasa edición de Latino Graff, un festival arte urbano itinerante celebrado en Francia (lea también Las serigrafías de los artistas latinoamericanos agitaron Latino Graff).

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Actualmente, este artista se prepara para una exposición en El Cairo, que probablemente sea en 2018. Sin dejar de lado la belleza y la biodiversidad colombianas, usa sus cuadros como una vitrina de las crisis que se padecen acá. Hace poco culminó Las niñas hambrientas, una pieza que empezó en 2015, en Panamá. En ella muestra los atardeceres de La Guajira, su cultura y los flamencos (en representación al Santuario de Fauna y Flora los Flamencos) pero también evidencia la hambruna de los niños Wayúu, el trabajo infantil, la corrupción de sus gobernadores y la explotación minera que se da en el departamento.

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Las niñas hambrientas

 

 

Camilo siempre ha tenido un espíritu nómada y toda la vida se ha cansado de quedarse en un solo lugar o trabajo. Ahora no tiene planes inmediatos para dejar Egipto, por el contrario, quiere seguir mostrando en el exterior sobre lo que hay en Colombia. “Somos literatura, deporte, arte y cultura y ya no esa historia de hace muchos años que aún nos estigmatiza. Quiero acabar con esa premisa de que somos Pablo Escobar y cocaína y expandir el conocimiento general sobre nuestro país y mezclar lo nuestro con lo de afuera, porque así la receta artística es más rica”, comenta.

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