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30 gramos diarios de marihuana lo salvaron de la heroína

Giovanny estuvo enganchado a la “dama blanca” entre los 16 y los 21 años, tiempo en el que sufrió tres sobredosis y cuatro intentos de suicidio. Después de varios procesos fallidos de rehabilitación se automedicó con cannabis, la planta que hoy lo tiene alejado de la heroína, pero con un proceso penal en contra pues lo cogieron portando una libra para uso personal y medicinal.

Mario Rodríguez H. | Alberto Domínguez

A los 16 años, Giovanny se tiraba 100.000 pesos diarios en “H”, se chutaba media dosis antes de dormir y, encima del televisor de su habitación, dejaba la otra mitad para inyectarse a las seis de la mañana, apenas se despertaba. Sus papás lo echaron de la casa en donde vivían en la Colina Campestre por un malentendido: lo cogieron con unos porros que ni pensaba fumarse. Creían que su hijo consumía marihuana, pero ignoraban que estaba metido en el infierno –como él lo describe- de la heroína.

Alejado de su familia, se refugió en un cuarto en Chapinero con una novia y allí estableció una rutina heroinómana: cada dos o tres horas se metía hasta 10 miligramos, sin falta. Eso fue así mientras su dealer de confianza le conseguía la sustancia, pero metieron preso al camello y obtener la droga ya no era tan fácil. “Estaba todo el día jodido, sudando frío, encalambrado, temblando y llorando, contando punticos de heroína para un chute. Si no consumía, paila”, recuerda.

Pero Giovanny y su parche, un grupo de hasta 35 adictos, buscaron la droga por todo Bogotá y la consiguieron en Fontibón. Una noche, un baile más con “H”: alistaron jeringas, extendieron brazos y se inyectaron. Pero algo salió mal, y al cabo de unos minutos, uno de sus amigos convulsionó y no resistió, llegó muerto al hospital. Era una más de una serie de muertes entre sus amigos consumidores. De ese parche, hoy solo quedan vivos dos: él y otro tipo con el cual ya no tiene contacto.

“La vida no era otra sino consumir, y esperar la muerte. Pensaba que morir de un chute era mejor que hacerlo mientras vivía la vida de mierda que me tocaba”, recuerda. A esa edad, a los 16, Giovanny sufrió su primera sobredosis, pero no sería la única: a los 18 tuvo otra, y la experiencia se repitió a los 21. En ese lapso de tiempo, entre los 16 y los 21 años, tuvo cuatro intentos de suicidio, estuvo expuesto a sustancias como el Popper, el crack y la cocaína -la droga con la cual había empezado todo-, y abusó de anfetaminas y antidepresivos.

“No podía morir colgado de una aguja como los demás”, dice Giovanny. Entonces buscó ayuda, pero en esas se dio cuenta de la dificultad para encontrar tratamientos integrales, que le dieran una vida funcional. No encontró soluciones verdaderas hasta que Leonardo, un amigo, fue aceptado en un programa de rehabilitación y le contrabandeaba recetas médicas para conseguir metadona y dos antidepresivos: trazodona y fluoxetina. Leonardo murió después de chutarse su primera dosis después de salir de rehabilitación, y Giovanny se puso a buscar desesperadamente metadona.

“Llamé a todas las droguerías de Bogotá, y en una Olímpica me dijeron que nunca iba a conseguir en el mercado. Me dieron un número y colgaron”, recuerda Giovanny. Llamó al número, teniendo claro que si eso no funcionaba, no podría escapársele a la heroína. Consiguió la metadona y empezó a tomar seis pastillas diarias. Después de un año, la dosis era de media pastilla cada día de por medio.

La metadona se convirtió, parcialmente, en la solución para acabar con el policonsumo pues mitigaba los efectos físicos que le había dejado la adicción a la heroína, pero no lograba calmar su dependencia mental. A la metadona le sumó, otra vez, antidepresivos. Mientras disminuía el consumo de metadona, aumentaba el de antidepresivos, hasta el punto de tomarse 30 pepas diarias. “A los seis meses de ese tratamiento estaba vuelto mierda”, recuerda. Y ahí conoció la marihuana, con la cual empezó a tratarse él mismo.

*

Hoy, a los 32 años, Giovanny vive en un apartamento en Chapinero con su novia. Mientras escucha Shine on your crazy diamond, esa canción que Roger Waters le escribió a Syd Barret cuando el abuso de LSD impidió que el guitarrista siguiera con Pink Floyd, inhala una bocanada de vapor de marihuana. Sin rodeos, lo admite: “la planta me salvó la vida, evitó que terminara en una tumba como todos mis amigos”.

Giovanny ahora tiene una fórmula médica firmada por la cirujana Paola Pineda Villegas, especialista en derecho médico, en la que le indica un consumo diario de 1.2 miligramos de resina de cannabis vaporizada que él mismo extrae, y 10 gramos diarios de flor de cannabis. Eso, palabras más palabras menos, es un consumo diario de entre 25 y 30 gramos de marihuana, contando los miligramos de resina. Algo así como fumarse 60 porros diarios.

Su historia clínica, firmada también por esta médica, dice: “Desde que [Giovanny] consume altas dosis de cannabis duerme bien, se alimenta bien, recuperó la relación con la familia, tiene una relación estable de pareja hace dos años, trabaja y hace deporte. No ha entrado en estado de ansiedad y el estado de ánimo es estable”. También, se refiere a él como “un paciente que tiene éxito terapéutico con la estrategia de reducción de daño, que cambió heroína y cocaína por cannabis, sustancia que contiene cannabinoides en su forma natural”.

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Solo el 1% de la marihuana que Giovanny consume es fumada

 

 

En su vida, la marihuana es como el agua: siempre tiene que haber. Para eso compra mensualmente grandes cantidades de marihuana, y también autocultiva en la casa de sus papás, en la Colina Campestre, de donde lo echaron. Su papá hoy usa cannabis para tratarse la diabetes, y su mamá recurre a ella para tratarse la tensión alta. Lo hacen después de ver la influencia positiva que la planta ha tenido en su hijo.

Giovanny vende vaporizadores que importa del extranjero. A pesar de tener que consumir marihuana cada tres horas es un tipo funcional en sus actividades diarias. Un dictamen médico del Hospital Infantil Universitario San José, permite entender que si Giovanny no consume marihuana durante tres horas puede llegar a sufrir de disautonomía provocada por el síndrome de abstinencia, lo cual le genera episodios de ansiedad y afectación del consentimiento.

Precisamente –cuenta Giovanny- una de las pocas veces que no consumió durante tres horas fue el 10 de noviembre de 2014. Ese día, a dos cuadras de la casa de sus papás, en un parque, la policía lo cogió comprando 501.2 gramos de marihuana. Y empezó otro viacrucis que hoy le tiene en vilo: se enfrenta a un cargo por el delito de tráfico, fabricación o porte de estupefacientes. Como lo contempla el Código Penal, esto le puede significar una pena de prisión de 128 a 360 meses, a pesar de que el consumo de cannabis –como lo sostiene él- es exclusivo para continuar con un proceso de rehabilitación.

En la primera audiencia que tuvo, Giovanny aceptó los cargos, se declaró culpable del delito de tráfico, fabricación o porte de estupefacientes. Dice que lo hizo desconociendo las consecuencias, estando por fuera de sus facultades mentales pues se encontraba ansioso y estresado después tras pasar más de tres horas sin consumir marihuana, y habiendo sido mal asesorado por su primer abogado.

“Siento que mi futuro y todo lo que he construido está en riesgo. Yo solo espero que se reconozca mi condición de paciente y que se me dé un juicio justo. De lo contrario, si me condenan, lo único que ganan es un preso más y supuestamente una Colombia más segura”, dice. Después de ser mal asesorado, Giovanny buscó apoyo legal especializado, y lo encontró en los abogados cannábicos de la Fundación Miguel Ángel Vargas (FUMAV), que cuenta con un consultorio jurídico llamado #CorresponsalPsiconauta.

“Para la justicia, la cantidad hace al criminal”, dicen desde el #CorresponsalPsiconauta sobre este caso, en el cual primero intentarán que les admitan el retracto de la aceptación de cargos que hizo Giovanny en la primera audiencia, o jugársela por un juicio digno y probar la relación sana que existe entre Giovanny y la cannabis. “Hay que conocer el trasfondo y el contexto de los usuarios [de cannabis], en el que se pueda demostrar que la cantidad no tiene por qué importar, sino que debe existir un mínimo vital si es necesario”, explica el abogado, un egresado de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario que lleva el caso.

Uno de los precedentes para la defensa de Giovanny es el caso del soldado Yesid Alexander Arias Pinto, al que cogieron el 27 de octubre de 2011 portando 50.2 gramos de marihuana. En la sentencia que lo absolvió, la Corte Suprema de Justicia estableció que "un criterio razonable, a fin de establecer la dosis autorizada, es el de la necesidad de la persona, monto que resulta compatible con la política criminal de carácter preventivo y rehabilitador, acorde con la protección de la salud de la persona". Es decir, la dosis personal permitida, si bien tiene un máximo legal de 20 gramos, debe ser la que la persona necesite, habiendo analizado el comportamiento que tenga de consumo, y cuando sea únicamente para uso personal.

Para los abogados de FUMAV debe prevalecer la salud de Giovanny, y su situación puede convertirse en un hito que replantee la criminalización excesiva que, en casos como este, todavía existe frente a los consumidores de marihuana, algo que resulta inconsistente cuando al tiempo se están abriendo las puertas legales para el uso de cannabis medicinal. Para Giovanny, lo más paradójico de su historia es que en el imaginario de muchos está que la marihuana es una droga que abre la puerta a otras drogas más fuertes. Pero él lo vive al contrario:  entró por la puerta “grande” consumiendo directamente cocaína y heroína, y la puerta de salida fue la marihuana.

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