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NO ENTRA A BAR POR LESBIANA

Durante 2011, Andrea Barragán -lesbiana, artista visual y drag king de Bogotá-, vivió dos casos que reflejan misoginia y discriminación, palabras que aquí se refieren a la aversión hacia las mujeres y las exclusiones que se presentan dentro de la población LGBTI, respectivamente. Fueron dos situaciones precisas que en ningún momento implican generalizar el entorno de los lugares gay de la ciudad.

Andrea iba a entrar con su novia al bar El perro y la Calandria, ubicado en la carrera novena con calle 59. Después de pedirles la cédula y revisarles el bolso, el guardia del bar gay les negó el acceso sin ninguna explicación. Ambas se fueron del lugar, tenían rabia, pero no le iban a rogar a nadie el ingreso a un lugar público.

Algo similar ocurrió otra noche en la calle 60 con carrera novena, en Tri3ar. El hombre de la puerta no estaba tratando cordialmente ni a ella ni  a sus amigas lesbianas, por lo que Andrea, algo molesta, dijo de manera burlona: “hey, pero si yo soy todo un varón”. La broma no fue muy bien recibida por el hombre que se enfureció y se puso en frente de ella en posición dominante. Se sintió provocado, pues una mujer le estaba retando su masculinidad. No obstante, la cosa no pasó a mayores. 


Andrea, en el bar El Perro y la Calandria, después de haber pegado la imagen adhesiva de su campaña contra misoginia y endodiscriminación.

Andrea tiene 27 años y, como ella dice, lleva 11 “mariqueando”. Su trabajo como artista lo alterna como Drag King, para mostrar el discurso machista mediante la personificación de figuras masculinas, y con el fin de transformar los estereotipos sociales. Andrea también es una activista que lucha contra la discriminación de género y por eso, después de lo sucedido en los bares mencionados, decidió marcarlos como espacios de misoginia y endodiscriminación por medio de una imagen adhesiva que ella misma diseñó. 

También invitó en su blog “yo/yo” a mujeres lesbianas y bisexuales a hacer lo mismo, si es que alguna vez fueron excluidas de un lugar por su condición sexual. Andrea desconoce si su campaña repercutió en hechos reales de otras personas; lo cierto es que ella sí fue a pegar las calcomanías en los bares en que fue rechazada, muy segura de que las desigualdades sociales únicamente pueden ser transformadas mediante acciones y no desde la victimización; aunque, como era de esperarse, las imágenes fueron despegadas de las puertas al poco tiempo. 

 


Andrea dice que el mundo gay no es tan de mente abierta como todo el mundo se lo imagina. Allí también se reflejan las diferencias de clase, raza y sexo que subyacen en toda la sociedad. En este caso preciso, mujeres lesbianas fueron víctimas de cierto machismo que persiste hasta en los hombres homosexuales que, al igual que los heterosexuales, gozan de más espacios y privilegios que las mujeres de la población LGBTI.

Sin embargo, vale aclarar que los bares responden también a dinámicas comerciales. Desde 2006, cuando la alcaldía de Luis Eduardo Garzón lanzó la política pública de inclusión para la población LGBTI, las discotecas, bares y cafés dejaron de ser sitios undergound y salieron a la luz como cualquier negocio dirigido a mercados específicos.

En esta ocasión, los bares preferían tener en su interior más hombres, o solo hombres, pues así habían segmentado su público objetivo. Al igual como sucede en un bar de la Zona T, cuando no dejan entrar a 10 hombres con una sola mujer, hay lugares en los que no se permite el ingreso de 10 mujeres con un solo hombre, ya que el bar es más atractivo si hay más gente disponible para levantar.


Andrea frente a Tri3ar.

Pero Andrea cree que el fondo de la cuestión es un problema de segregación cultural. Puede que también haya bares exclusivos para mujeres o que en la mayoría de los bares gay las lesbianas puedan entrar sin problema, pero lo que ella no puede aceptar es que las mujeres no sean recibidas y tratadas de la misma manera que los varones. 

En los karaokes que se organizan en El perro y la Calandria, dice Andrea, cada vez que canta una mujer la abuchean o la insultan con los términos peyorativos con los que designan a las lesbianas. Además, a las mujeres les está prohibido mostrar las tetas dado la connotación sexual que tienen; aunque, paradójicamente, muchos gays se la pasan por los bares desnudos de la cintura para arriba y exhibiendo sus six pack.

Las ‘gayinas’, como llaman despectivamente a las lesbianas dentro de los distintos grupos de la población LGBTI, son testigos de las jerarquías machistas que también se evidencian dentro de su entorno directo. Es una violencia simbólica, producto de las barreras culturales que nunca han dejado de existir en la sociedad. Las mujeres, sin importar qué hacen o cómo son, tienen las de perder en un mundo donde mandan los (y no las) más fuertes. Y es por eso que algunas no dudan en actuar para transformar.

 

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