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UNA CARTA PARA CAMILA

Peor es posible
Por Darío Rodríguez
@etinEspartaego

Camila:
Sin duda, el país que le estamos entregando es un poco vergonzoso. Las oportunidades para la gente de su edad son pocas y limitadas. Tal vez, si usted no hubiera decidido estudiar Licenciatura en Idiomas (sin certeza clara de lo que será su porvenir, al fin y al cabo oscuro, muy incierto), los caminos se le hubieran convertido en paisajes estrechos: o estudiar alguna disciplina en el SENA, o trabajar vendiendo o promocionando objetos (zapatos, teléfonos, prendas de ropa) o sirviendo platos dentro de restaurantes, bebidas en bares, o abordar sin contemplaciones esa aventura llamada ‘tener un hijo’ y así, involuntariamente, continuar una infame cadena repetitiva, dar vida sabiendo por qué (satisfacción propia, búsqueda de compañía, realización personal) pero ignorando cómo facilitarle a ese hijo condiciones decentes de subsistencia.

A ninguna empresa, a ninguna institución privada ni estatal le importa si usted estaría en capacidad de aportar ideas o estrategias prácticas en el momento de construir una sociedad diferente de la que hasta el momento aguantamos, esta inmunda contingencia que elige al cacique garantizador de puestos, al que asigna empleos en las entidades desde su poltrona en el congreso de la república, el poder ejecutivo, los bancos o las compañías transnacionales.
Ahora mismo los criminales son mayoría en el poder legislativo, gubernamental, judicial, empresarial, educativo, militar, eclesiástico, hasta en la más insignificante junta de barrio, y lo que desean es simple: verla a usted, una vez reciba su título profesional, convertida en su sierva, en su esclava remunerada, en una ficha dispuesta a proseguir el juego de la inequidad. ¿Se atreverá usted, Camila, a cambiar ese maldito destino que la está empujando del modo más sutil hacia la sumisión, el gregarismo y la mediocridad?

Tenga en cuenta que la respuesta a esa pregunta no depende de Dios, ni del tiempo, ni de sus mayores. Esa respuesta es solo suya, de Camila. Mientras usted intenta divertirse, pasar buenos ratos en paseos, salidas y encuentros con sus amigos, o se enamora de algún galán, los que quieren ser sus jefes y conductores de conciencia futuros están asaltando a este país vendiendo retóricas baratas como la paz, el desarrollo, el emprendimiento económico. Obsérvelos, gozosos en su triunfo sangriento, celebradores de su propio bienestar por encima de millones que solo viven partiéndose el lomo, atentos a la biografía televisiva de la cantante Helenita Vargas, en busca de tecnologías más lujosas, más finas, o esperando a ver cómo le va a la selección colombiana de fútbol en la próxima Copa Mundo. Observe muy bien la dicha maligna de esta raza impía que se enriquece gracias a nuestra vileza, a nuestro silencio. 

No permita que ningún dogma la manipule. Jamás conceda espacios en su vida a quienes le brinden tranquilidad efímera solo con el propósito de triturarla. Dedíquele un tiempo diario, entre sus obligaciones, a investigar por qué hemos llegado hasta este atolladero, hasta la insania que nos está ahogando. La lectura de ciertos intelectuales le dará luces al respecto. Libros como La violencia en Colombia de Orlando Fals Borda, Eduardo Umaña Luna y Germán Guzmán Campos; los textos de Jaime Jaramillo Uribe o de Germán Colmenares, además de aquellas advertencias nunca acatadas escritas por analistas como Virginia Gutiérrez de Pineda, Rafael Gutiérrez Girardot o Luis Eduardo Nieto Arteta. Cuando haya notado que nuestra desgracia proviene de muchos años atrás, llénese de fuerza y de coraje (los va a necesitar) con el arte pictórico, musical o literario. Y antes de que intenten doblegarla, vaya pensando en un proyecto de vida más colectivo que individual, pleno en actos de justicia locales, regionales, con influjo en pequeños grupos humanos, que tal vez, quién lo sabe, propiciarán cambios nacionales.

Lo importante es que inicie ya. No espere hasta graduarse. No posponga más el compromiso por entender a este país enfermizo y por tratar de modificarlo.
Ojalá pueda planteárselo antes de que los dueños de todo terminen de destruir las dos o tres instancias aún en pie.
Alguien, algunos, dentro de pocos o muchos años, se lo agradecerán.

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