
TWITTER: GATO POR LIEBRE
Por Darío Rodríguez
Hay gente que exagera con los elogios a Twitter. De entenderlo como imprescindible medio informativo algunos saltan a considerar que existe una Literatura–Twitter o Twitteratura, y se está llegando al agradecimiento, en el colmo de la desfachatez, pues aparentemente el aforismo, la máxima y la filosofía breve han surgido de sus cenizas por obra de la red social. Adulación excesiva para una herramienta cuya virtud más notable es parecerse a los antiguos cuadernos de chismes escolares: el rinconcito sentimental, el correo de los novios, un instantáneo correveidile.
Puede aceptarse, sin más, que Twitter sea un canal informativo. Sobre todo en Colombia, donde la noticia ya era sesgada, emocional y manca antes de su venida. Twitter le hace un gran favor al periodismo nacional, que nos acostumbró al vacío investigativo, la falta de rigor y la ausencia de claridad. Complementa a los periódicos ilegibles y a los asfixiantes noticieros televisivos o radiales, les brinda la ilusión de que sus carencias son sofisticadas. Todo esto sin contar con el chistoso papel de periodista que se les concede a oyentes, televidentes y demás consumidores de los sucesos. Sorprende que semejante caos divulgativo no sólo impida el colapso de los medios sino que los robustezca.
La Literatura–Twitter es un capítulo ramplón o coqueto (según se mire), en 140 caracteres o menos, de la comedia de las equivocaciones en que se ha convertido lo literario. Ya existen incluso autoridades en la materia, como la mexicana Cristina Rivera Garza o la puertorriqueña Yolanda Arroyo Pizarro, quienes hablan de curiosas "narrativas del ahora", de las impresionantes bondades de lo efímero y lo pasajero en el ámbito de las letras.
Los concursos de cuento hiperbreve y de microficción (nombre acertado, dicho sea de paso, porque su valor es ínfimo) ganan notoriedad en el mundo web. Incluso en España algún genio escribió una Novela – Twitter policíaca. Lejos de producir pánico en los devotos del purismo estas situaciones deberían causar risas compasivas. Por fortuna la supervivencia de géneros y escrituras no depende de fugacidades ni de tuits.
Lo preocupante es que ronda por periódicos y publicaciones la promoción de los mensajes en Twitter como reivindicación del aforismo y la sentencia; así, Twitter vendría a ser el soporte del pensamiento en nuestra minusválida cultura. Los apóstoles del tuiteo pretenden meternos sus dedos en la boca. Y no, no es tan fácil.
Célebres autores de perlas jocosas –en muchas ocasiones apoyados en la simpleza del juego de palabras, en el proferir una cosa que parezca otra– no serán filósofos ni bajo amenaza. Sus frases rebozan ingenio, pero un lector de filosofía serio sabe que el aforismo no está compuesto sólo de ingenio: su propósito es la concisión en lo textual que permita una expansión, una apertura reflexiva en quien lo lea con cuidado. No es una forma sencilla, como sueñan los tuiteros o sus defensores.
La ocurrencia chusca que provoca risas en dos mil "seguidores" jamás logrará contribuir a la edificación de un clima filosófico enriquecedor en un territorio tan necesitado de análisis extensos y un poco más serios. Los trinos y chascarrillos de Twitter deben ponerse en el sitio que les corresponde: el de los lemas y slogans publicitarios, el de los chicos y chicas divertidos de las fiestas. Nunca en el de los pensadores, lugar del que están –también por fortuna– a años luz. Grandes redactores de aforismos son Marco Aurelio, Pascal o entre nosotros Nicolás Gómez Dávila. A un tuitero le falta bastante hondura para siquiera acercarse a esas cumbres.
En últimas, Twitter es una cosa de nada. La información, la literatura y la filosofía se hallan en otros lugares, no tan rápidos pero más certeros. Y puede llevarse una existencia común sin la necesidad de andar enviando trinos con memeces para distracción de unos cuantos.