Ud se encuentra aquí INICIO Opinion Sabina Y Sus Detractores Sentimentales
Cartel Urbano
M

SABINA Y SUS DETRACTORES SENTIMENTALES

Peor es posible
Columna de Darío Rodríguez

 

En el reciente Dígale que siga María Antonia León denuncia la existencia de un "Síndrome Sabina" caracterizado por la autocompasión, la inmadurez y la ausencia de personalidad en ciertos fervorosos fanáticos del cantautor español Joaquín Sabina. Y no se equivoca al señalar como poco menos que ridícula la situación de oyentes de Sabina, aspirantes a poetas, "solos", "tristes", con intenciones de seducción y sexuales, sustentadas en exclusiva por Y sin embargo y Contigo. Es comprensible: nadie cuerdo se sirve de Sabina –ni de la Canción en general– para el cortejo, mucho menos con el propósito de construir una relación sentimental, si acaso va en serio y busca un compromiso decente.

Lo que destila moraleja y pontificación apresurada en la columna de León es la condena a Sabina por cuenta de la autocaricatura que ha cincelado en los discos, y fuera de ellos, a lo largo de treinta y cinco años. Sátira de sí mismo que está vinculada con las melodías, además de forma voluntaria: el maldito que cierra los bares al amanecer, desviado por el alcohol y mujeriego es una pose ambigua creada por el propio Sabina como respaldo teatral de su música. Suponer que la estampa se equipara al hombre es tomar el todo por la parte. Del mismo modo en que no puede sojuzgarse a Bob Dylan por crear un personaje diferente del anterior en torno a sí mismo grabación tras grabación, a Leonard Cohen por establecer un perfil de Don Juan vencido –tan truculento o más que el de Sabina– mediante un erotismo feroz, resentido, y a Tom Waits debido a su encasillamiento, por decisión propia, en la figura del vagabundo trashumante que narra historias entre nubes de humo.

Desde luego, Joaquín Sabina va más allá de prejuiciosas viñetas. Incluso las cuestiona en Es mentira (1994) y La viudita de Clicquot (2010) (donde se despacha en contra de la nostalgia por Mayo del ’68). Sus aportes a la canción son innegables y suelen escapárseles hasta a los seguidores más beodos. Por una parte, desde El hombre del traje gris de 1987 y mediante un eclecticismo sereno intenta dialogar con la tradición misma del género tratando de unir múltiples manifestaciones populares, que van de la ranchera al blues sin estancarse en temáticas hedónicas o bohemias. Paisanaje, Crisis, Barbie Superstar o el rap bufo Como te digo una co te digo la o, dan cuenta de esto. Por otra parte, la contribución de Sabina a la letrística no tiene parangón, y es una muestra de elaborada rigurosidad al servicio de un arte que requiere, en una sola presentación, sencillez y contundencia. Por esto no es injusto que se lo compare con Dylan o Cohen, pues, al igual que ellos, ha tenido la osadía de convertir breves melodías en pequeñas obras maestras que resumen una época o un estado de ánimo colectivo. El error estriba en desligar estas letras de sus músicas y enfrentarlas a la poesía. Joaquín Sabina hace alta literatura sólo dentro de los límites de la Canción. Su "poesía cínica" está legitimada sólo porque la Canción es demagógica y sentimental en sí misma. Así, el Bolero y el Tango. Esperar en Sabina resultados líricos semejantes a los de Rimbaud o T. S. Eliot es inexacto.

Entenderlo a través de algunos extraviados fans delata enmarañadas categorías postmodernas. Donde hay una propuesta estética seria la columnista sólo ve autoconmiseración y malditismo. Es imposible probar que un entusiasta pierda conexión consigo mismo por culpa del producto artístico que admira. El arte no da para tanto. Y quizás ocurre lo contrario: un admirador descocado puede ser más lúcido gracias al arte. La miserableza en determinados discursos masculinos no puede achacársele a unos temas musicales desencantados y sibaritas.

"Toda canción es un caballo de Troya" dijo Silvio Rodríguez. Sabía que, a veces, ciertos públicos devotos se conforman con arquetipos fáciles y olvidan que el arte trasciende al mero divertimento y está a años luz del cotilleo amoroso, y de nuestras relaciones interpersonales. Son estos los que fallan. No las canciones que los aderezan. El cantautor de Úbeda sólo es responsable indirecto de la mencionada precariedad amatoria. No existe razón para satanizarlo.

Comentar con facebook