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RETÓRICA LADRONIL

Desde el ombligo
Por Gonzalo Valederrama

Anécdota

Desde el ombligo
Por Gonzalo Valederrama


Anécdota


Pues sí: hace una semana, me atracaron. Normal. Bogotá androide. Di papaya: Carrera 10ª con 24, buseta semi-vacía, trancón de mediodía, primera silla, al lado de la puerta de entrada… y yo, trinando bobamente desde mi BB flecha.


Yo me las olía. La atmósfera olía a hurto agravado; y esa mañana soñé que me casaba. Entonces mi ladrón asignado No. 1 entra en escena…
-…¡Bájese del BlackBerry… o lo apuñaleo!


Un cuchillo hechizo se acercó a mi frente de estimado usuario. La cara delincuencial me miró profesionalmente, pelando el diente. Yo me paré como un resorte humano; y, por instinto de supervivencia, arrojé el mentado aparato al suelo del vehículo. De la nada bogotana, apareció mi ladrón asignado No. 2, quien se llevó la cosa, facilito. Ambos hicieron mutis por el foro vial, sin agradecer.


Reflexión


Fue una típica de ciudad capital. Nada nuevo. Ni las culpas ni las consecuencias ni las circunstancias socio-económicas me inquietaron en ese momento. Sólo una cosa me llamó la atención: la frase con la que me abordó el ladrón; su sintaxis, tono, impacto y literalidad.


Pudo haberme dicho “¡Quieto, gonorrea!... ¡El celular!”… pero no. Optó por una frase más complicada gramaticalmente. Una conjugación comandativa, aderezada por una dicotomía: usted hace esto… o, de lo contrario, yo hago lo otro. Y lo otro no era chuzarme, cortarme, matarme. Era a-pu-ña-le-ar-me: verbo anacrónico, difícil de pronunciar de corrido. Faltó que me dijera “…o le entierro esta daga”. Apuesto a que es el único ladrón en toda Bogotá que usa esa frase para atracar.


Menos mal que “me bajé” del aparato, aunque técnicamente fue el aparato el que “se bajó” de mí… o si no, tal cual como él me lo planteó, apuñaleado estaría mi cuerpo humano. Todo, gracias a la claridad del discurso del señor.


La retórica del ladrón callejero ha ido cambiando con los tiempos.


¿Qué fue de aquella época de “la bolsa o la vida”? Al parecer, bastaba con esa fría dualidad para que el asaltado en medio del camino oscuro entrara en pánico… y soltara la bolsa repleta de doblones.


Parafraseando a Shakira, ¿dónde están los ladrones que, antaño, solían ladrar “¡Manos arriba! Esto es un asalto”? ¿Murieron de hambre, rebasados por colegas más ágiles y agresivos? Siempre quise ser abordado por uno de estos rufianes sólo por el placer suicida de contra-atacarles, manos arriba, con “Está usted equivocado: eso es un revólver”.


Recuerdo que justamente mi primera experiencia de robo a mano armada fue perpetrada, por allá en 1980, por un trío de chinos de mi edad. El líder de la banda me arroja el obsoleto “estoesunasalto”. Me dio más risa interior que miedo. “Ven demasiada televisión” – pensé inmediatamente, mientras les hacía entrega de mi mandado y de las vueltas.


¿Quién habrá sido el autor del elemental “Deme todo lo que lleva”? Un clásico que ya no volveremos a escuchar en nuestras inseguras calles con salida. La burundanga y el paseo millonario les han quitado esfuerzo de redacción a los truhanes, que, carentes de recursividad verbal, se limitan a irse por la fácil: el golpe y el balazo. Todo, con tal de expropiarnos, para tranzar sus ganancias por drogas, alcohol o (no seamos prejuiciosos), tal vez, la pensión mensual de sus hijos, ansiosos de sabiduría y un poco de humanismo.


Ladrón que se respete (aunque suene paradójica la expresión) tiene que decir algo antes de tener que verse obligado a atacar, para amedrentar y evitar la violencia física. Debe haber discurso previo; nada que hacer. En todo caso, le queda la no-verbalidad del raponazo; pero éste sólo requiere de rapacidad y velocidad. No hay mérito intelectual.


A pesar de lo global del fenómeno, no hay aún consenso para la frase ritual del inicio del atraco… y este sketch se repetirá incesantemente hasta el fin de los tiempos, por más que las leyes se pongan rígidas. Complicado devolver el tiempo para remediar de raíz la necesidad (o la maña) de robar al prójimo. Sólo podemos desear que, cada vez que suceda, corra la menor cantidad de sangre posible… y que los victimarios sean gentiles en su maldad, usando sus mejores palabras. Las posesiones, al fin de cuentas, ruedarán de mano en mano, hasta perder valor.   

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