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REQUIEM POR SHARON TATE

 

Por Miguel Mendoza Luna

En la pantalla contemplo a Sharon Tate: ha sido raptada por un vampiro y es conducida a un viejo castillo. Cada vez que aparece en escena, su belleza resulta irreal. Para mí, después de ella, ninguna actriz ni modelo ha poseído tal capacidad de retener al espectador frente a su imagen.

El baile de los vampiros (1967) es una película tonta, torpe, pero se salva gracias a su presencia. Al contemplarla, inocente ante la envidia de alguien que ni siquiera la conocía, duele pensar que esté muerta. Quiero avisarle que aún es tiempo de huir de esa casa maldita que será alquilada por su esposo, el director Roman Polanski. 

Resulta escabroso imaginar su terrible final, el 9 de agosto de 1969: embarazada de ocho meses, tiene en frente a Susan Atkins, de 21 años, apenas cinco años menor que ella, armada con un cuchillo. Sharon le suplica que, aunque la asesine, permita que su bebé sobreviva. Mientras tanto, sus compañeros -dos mujeres y un joven llamado Tex Watson-, masacran a cuatro de sus invitados. Indolente, Atkins la apuñala más de quince veces. Finalmente moja una toalla con su sangre y escribe en la pared: "pig".

Durante los varios años que llevo indagando sobre los crímenes de la “familia Manson”, cada vez me intereso más en la personalidad de Susan Atkins que en la de su líder. La crueldad expresada por ella aquel día resulta aún más compleja.

Unos padres alcohólicos, agresión física y emocional, definieron su infancia y adolescencia. En 1967, cuando conoció a Manson, ganaba algunos dólares como desnudista. Él le dijo que ella era especial, única. Susan le creyó, pero eso tenía un precio. Se suponía que se avecinaba una guerra racial contra los afroamericanos, y la “familia”, como se conocía a su pequeña comuna hippie, debía tomar partido. Ella tenía que devolver a su mesías el amor recibido y matar en su nombre. 

El 31 de julio de 1969, Manson le encomendó, junto con otro de sus devotos amigos, asesinar a un productor musical. Poco después ocurrió la masacre de Cielo Drive; y luego, al día siguiente, Atkins y sus habituales compañeros mataron a una pareja de esposos habitantes de una casa ubicada en la misma zona. 

Una vez arrestaron a los diferentes miembros de la “familia”, Susan Atkins presumió ante varios testigos haber disfrutado el momento en que atacó a la actriz. El grupo de jóvenes homicidas, junto con Manson (que aunque no participó directamente en los crímenes fue considerado el autor intelectual), fue condenado a la pena de muerte. La suerte los acompañó al abolirse en California, en 1971, dicho castigo. Permanecerían en prisión de por vida. Susan tendría mucho tiempo para reflexionar  sobre sus acciones.

En su blog personal dio testimonio del arrepentimiento por lo ocurrido y pretendió evidenciar su transformación en una buena persona. Culpó al LSD y por supuesto al poder hipnótico de Manson. El impertinente orgullo del pasado, propio de la chica que antes del juicio se marcó una cruz en la frente y cantó despreocupada, fue sustituido por una cálida voz que anunciaba haberse convertido en un ser espiritual. 

Susan expresó que había comprendido que ni siquiera Manson se creía el asunto racial del Helter Skelter (la canción de los Beatles donde el mensaje de la guerra apocalíptica le había revelado); se trató de un vil pretexto para su venganza personal contra el anterior residente de la mansión de Cielo Drive, el productor musical Terry Melcher (meses antes de que fuera alquilada por Polanski). Han surgido otras hipótesis. Por ahora podemos afirmar que la presencia de Tate y sus amigos en la mansión asaltada por Atkins y sus acompañantes resultó ser un equívoco del destino. 

En varias ocasiones Susan solicitó a la justicia la libertad condicional, pero nunca le fue concedida: nadie perdonaría jamás sus cínicas declaraciones. En el año 2009, tras una dolorosa agonía, consecuencia de un tumor cerebral, durante la cual se le amputó una pierna y perdió gradualmente el habla, murió en un anexo hospitalario de la prisión. 

Arrojo una conclusión en relación con  las brutales acciones de Atkins: Sharon Tate representaba todo lo que ella nunca sería. Si bien Susan era una joven atractiva y sagaz, estaba dominada por el resentimiento, por la convicción de que jamás sería nadie importante en la vida. Por eso destruyó a Tate sin compasión, y no solo por las ideas mesiánicas de Manson. La actriz era un deseo inalcanzable, una figura de perfección que ella jamás igualaría. La víctima fue un resultado colateral de su fracaso anticipado.

De Sharon Tate solo nos quedan breves horas cinematográficas, provenientes de algunos títulos (The wrecking crew, Eye of the devil, etc.) donde su belleza ya daba paso al talento actoral. A través de esas imágenes, de su trampa, asisto (como el fugitivo que habita la isla de La invención de Morel) a la repetición constante de su vida ilusoria. Regreso al momento en que observa con ansiedad a las personas con sus profundos ojos suspendidos, incapaces de advertir la crueldad humana.

A diferencia de su ejecutora, la recupero como si viviera sin importunar a nadie y no como un ser dispuesto para el odio frente a lo que se desea. La recupero para celebrar la inmortalidad con la cual la cámara la protegió del dolor y la mantuvo a salvo.

Va una plegaria y una lágrima por Sharon Tate. Por su asesina… ustedes decidirán.

 

 

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