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PREPAGOS O DON JUANES

Ilustración: Pegatina/Cartel Urbano

Ojo con los vividores. Aprender a reconocerlos es la recomendación de esta mujer cabreada que ha tenido que lidiar con las artimañas de uno que otro gigoló. 

Por María Ximena Pineda

@anacaonax


Dentro de la amplia fauna masculina, hay una estirpe de macho que es una mezcla entre prepago, don Juan, latin lover y gigoló. Así como existen esos especímenes femeninos especialistas en gasolinear y vivir de la renta de un marrano enamorado, así mismo existen esos “damos de compañía” que intercambian sus artes amatorias por dinero o ascenso social.

Una amiga mía lleva meses lidiando con uno. Y aunque asegura no haberse comprometido sentimentalmente con su escolta romántico, no ha podido quitárselo de encima, pues su modus operandi es infalible. La mayoría de las veces, como le pasó a mi amiga, se presentan como borregos perdidos buscando una salvadora maternal. Por lo general son extranjeros o personajes de provincia, chicos perdidos en la gran ciudad. De inmediato se toman una confiancita increíble e inesperada, dedican canciones, mandan rosas, se hacen visibles en nuestras redes sociales. Se ocupan de volverse imprescindibles.

Hasta ahí parecen ser el hombre perfecto, dispuestos a comprometerse sin miedo, incondicionales y románticos. Luego despliegan todo su potencial sexual —por lo general son muy experimentados— y confían mucho en su expertise erótico. Su primera maniobra es encoñar a su víctima. Lo logran casi siempre. Y una vez encoñada, llega la revelación o “pelada de cobre”, confiesan que son unos vaciados y que no tienen ni casa, ni carro, ni beca. En este punto, ya la ingenua amante se habrá metido la mano al dril para financiar a su don Juan varias veces, y este ya le habrá prometido mil veces que cuando consiga trabajo y le paguen, le devolverá con creces sus favores económicos. Mientras tanto se esfuerza en pagarle “en especie”.

Pronto, como le ocurrió a mi amiga, baja la calentura y se empiezan a ver las malas costuras de este don Juan. Entonces la víctima intenta una primera escapada. Infructuosamente. La carne le gana a la voluntad y vuelve a caer en las redes de esta especie de gigoló prepago. Los errores más comunes de las víctimas son pagarles las cuentas, los taxis, alimentarlos y, en los casos más extremos, lavarles la ropa y hasta mantenerlos.

Por supuesto, como me confesaba mi amiga, este tipo de adonis necesitan buscarse una mujer con plata. Porque con uno se montan en un peladero. Sin embargo, algunos no van solamente detrás del dinero sino del asenso social, como el protagonista de Rojo y Negro: Julien Soriel, especialista en seducir madammes de la alta sociedad francesa para lograr aceptación y status en las cortes.

Estos don Juanes varados son como succionadores que, al no ver riquezas protuberantes, se enfocan en sustraer las relaciones públicas que, a través de su víctima, logren gestionar. Quizás no para conseguir trabajo sino para lograr conquistar a alguna otra doncella mejor acomodada que su actual víctima. Uno nunca sabe. Lo cierto es que algún provecho lograrán, pues nunca se quedan con las manos vacías. Por principio.

Así como mi amiga, hay millones de mujeres dominadas por estos gigolós del amor, inescrupulosos oportunistas de la soledad femenina y vagos por naturaleza. Chicas, tengan cuidado con esos prepagos, don Juanes, gigolós, putos de vereda que abundan por la calle y que, como Julien Soriel, uno de los mejores personajes de las novelas de Stendhal, van enamorando y hundiendo a sus amadas benefactoras con una frialdad igual de calculada que su modus operandi.

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