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MIRRINGA O MORRONGA

Blasfémina
Por: María Ximena Pineda
@anacaonax

Aunque las clasificaciones son odiosas parece que las mujeres nos dividimos en mirringas y morrongas. Las mirringas son aquellas que sin máscaras ejercen su plena libertad sexual. Las morrongas son aquellas que tras un disfraz de santurronas cubren su faceta de zorras. ¿Cuáles prefieren los caballeros? Al parecer a las mirringas.

Les hice la pregunta a varios hombres y el 90% de mis encuestados afirmó que se quedaba con una mirringa por varias razones, entre ellas, porque implican menos trabajo verbal. La mirringa no exige tanto verbo como la morronga pues es más directa y su negociación sentimental tiende a ser más económica y transparente. La morronga, en cambio, exige labia culebrera a la lata. Es de las que piensa que entre más se haga la de las gafas al momento de darlo más la va a valorar el hombre que la corteje lo cual, según mis encuestados, es una pésima estrategia.

Pero claro, todas hemos sido mirringas o morrongas alguna vez. Incluso me atrevería a decir que todas llevamos a una mirringa y a una morronga adentro, aunque cada vez más dejamos salir a la mirringa con mayor libertad y encerramos a la anacrónica morronga en la que nos convirtió esta sociedad goda y rezandera.

Volviendo a mis encuestados, aquellos que dijeron preferir a la morronga sobre la mirringa argumentaron hacerlo porque la morronga cae mejor en la familia y sí es “de presentar”. Así pues, no es viciado pensar que las morrongas todavía existen porque también hay mucho morrongo por ahí suelto por la calle. De ahí que sea común oír a tanta morronga decir que no hay que darlo la primera noche sino por ahí después de la tercera o cuarta cita para que las tomen en serio (y las presenten en familia), y aunque no lo dan la primera noche se dejan manosear y hasta lo maman, pero calladitas, con nadadito de perra… perdón, de perro.

La morronga es una santurrona que se sobrevalora vendiéndose como pura y recatada pero siendo en realidad una silenciosa puta. La mirringa, en cambio, no oculta su libre pensamiento sobre el sexo y, sin ser una puta, decide de frente a quién se va a comer y a quién no, sin pena. Por eso es más común que las morrongas juzguen moralmente a las mirringas, lo cual no deja de ser sino envidia latente.

Yo creo que la morronga es el fiel monumento a esta sociedad doble moralista donde es mejor tener dos morales por si toca esconder una. Y estoy convencida de que el mundo necesita más mirringas que no son más que mujeres consecuentes con su discurso moral. Es preferible la transparencia a la máscara.

Me llamó la atención la respuesta de uno de mis encuestados que me aseguró que la diferencia entre la morronguería y la mirringuería no tiene que ver exclusivamente con una manera sexual de ser, sino que tiene que ver con la coherencia en el discurso, que aplica para todo en la vida. Estoy de acuerdo, mientras la mirringa hace lo que dice, de frente, la morronga tira la piedra y esconde la mano: en la cama, en la casa, en la oficina, en la vida…

Así las cosas, las invito, chicas, a ser más mirringas y menos morrongas. Una muestra nada despreciable de caballeros encuestados vota por la mirringuería y desaprueba la morronguería. Abajo el mito de que darlo la primera noche es de zorras. Arriba las mirringas del mundo que tienen las güevas de pedirlo y darlo sin ocultarse detrás de una piel de oveja. Abajo las morrongas y los caballeros que promueven la morronguería. Yo me declaro cien por ciento mirringa pues no tolero a los morrongos y estoy convencida de que en un mundo mejor: ¡los mirringos somos más!

 

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