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LOS AMORES DE UNA NOCHE

“Una noche de copas, una noche loca”, dice la canción. Despertar con resaca en una cama que no es la de uno no siempre resulta una experiencia excitante.

Por María Ximena Pineda
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anacaonax

En inglés se les dice “one night stands” y en español lo más cercano sería la expresión “amor de una noche”. ¿A quién no le ha pasado? ¿Cuántos no se han escabullido hasta por la ventana antes de que los pillen al abrir el ojo? ¿Cuántos no se han quedado más tiempo de lo esperado?

Todos hemos sido amores de una noche, pero dentro de la amplia gama de este tipo de “amores” habría que precisar dos grandes categorías: el que juega de local y el que juega de visitante. De alguna manera, el que juega de local tiene la sartén por el mango. Si estuvo consciente al momento de invitar a su amante nocturno a pasar la noche, tuvo la suerte de escoger la presa casi a la carta y, además, dormir de su lado y en su cama. En cambio, el que juega de visitante sufrirá la incomodidad de dormir en un sitio desconocido y la incertidumbre de que el anfitrión lo quiera echar.

Otro aspecto interesante con respecto a estos amores de una noche son las circunstancias. Puede haber varios escenarios, como aquel en el que tanto el local como el visitante están absolutamente ebrios y con dificultad recuerdan cómo acabaron revolcándose.  Otro escenario es aquel en el que solamente uno de los dos pierde la consciencia y el otro lo recuerda todo. Y el escenario ideal: ambos están conscientes de que quieren echarse un polvo.

Lo cierto es que el primer polvo de estos encuentros intempestivos por lo general es un fracaso. Especialmente en el escenario en que tanto local como visitante están en niveles de inconsciencia. Ya sea debido al alto nivel de alcohol en la sangre o al exceso de alguna otra sustancia alucinógena, el performance sexual puede verse estropeado al punto del desprestigio.

“Una noche de copas, una noche loca” me pasó a mí. Los dos estábamos demasiado alicorados. Estábamos en el peor escenario. Por supuesto, el alcohol, en mi caso el whiskey (barato) y en su caso el guaro, habían hecho estragos, y nuestras condiciones motrices eran precarias, si no paupérrimas. Y antes de que lo intentáramos, mis ronquidos, con su característico gruñir anticonceptivo, borraron cualquier intento erótico, de lo cual me enteré gracias a la narración de mi visitante, que tenía menos licor en la cabeza que yo.

Sin embargo, mi invitado, inteligentemente, se quedó hasta el día siguiente para consumar la tarea inconclusa de la noche anterior, con tan buenos resultados que volvió al día siguiente, tanto que hoy, en este momento, está en mi casa. Prueba de que el polvo que cuenta casi nunca es el primero sino los consiguientes.

El mejor consejo que puedo darles es que se disfruten, no el primero, sino el segundo polvo, y de ahí en adelante los que siguen, porque precisamente eso es lo determinante al momento de querer darle el teléfono o no a nuestro visitante o local de turno. Los amores de una noche no son sino un método de medir el aceite para próximos encuentros sexuales, fracasos inconscientes o una forma en que el universo conspira para decirnos con plastilina que saquemos a ese man o a esa vieja de nuestras sábanas por el bien de nuestro punto g.

Siendo realistas, el primer polvo, casi siempre, habiendo agentes alteradores de consciencia o no, es tibio, soso, inexperto, inesperado, torpe y –por lo tanto- irrepetible. Quien diga que el polvo de la primera noche fue una maravilla, o está mintiendo o es un suertudo. Por lo tanto, es una buena idea –para quien tenga los huevos o las ganas– quedarse hasta el día siguiente a ver cómo se puede iniciar mejor una faena entre sábanas frías.

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