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LAS MUJERES MADURAS

Por María Ximena Pineda
@
anacaonax

Las mujeres maduras no tendremos la firmeza de carne de las jóvenes pero nos encierra un aura de encanto que ningún hombre sabe explicar muy bien y que es un hecho innegable con el que todos concuerdan.

Dicen que la experiencia es uno de los atractivos que tenemos las mujeres maduras que, a mi juicio, no es más que sabiduría decantada de tanto recorrer sábanas y almas. También dicen que la independencia de una mujer madura tiene su sex appeal. Y otra característica de este indescifrable encanto es el olor, dicen que olemos a mujer, que tenemos pegado un bouquet indeterminado de perfume, maquillaje, crema, de bálsamos de la más femenina factura.

Y aunque dicen que somos muy complicadas y hasta algunos nos huyen temiendo caer atrapados como moscas en telarañas, puedo afirmar que somos un artículo de lujo, exquisito, especial. Las mañas, las caídas, los triunfos, los fracasos, los hijos (cuando hay), las heridas del corazón, nos hacen bajarle al acelerador y tomarnos la vida con más calma. Con cierta serenidad empezamos a ver los toros desde la barrera. Una serenidad que se traduce en estar plenamente seguras de lo que somos y, cuando no lo estamos, por lo menos sabemos disimularlo mejor.

Algunos nos comparan con el vino, que entre más viejo es mejor y, a pesar del lugar común, estoy de acuerdo: con algo tenemos que competirles a los cuerpos de piscina y a las pieles de bebé con que las jovencitas de 20 se pavonean en nuestra cara. No es un pajazo mental. Tenemos un exquisito encanto para quien sabe apreciarlo. A cualquiera le gusta una carne tierna en bikini, pero no a todos les gusta una curtida y madurada, porque hay que saberla tocar y acariciar.

Las de 20 tienen más tiempo libre, eso sí. A nosotras nos toca trabajar y los planes de la vida social son limitados, pero una conversación con una mujer madura, les aseguro, compensa el tiempo perdido que las universitarias ostentan.

“Viejitas pero sabrosas”, reza la sabiduría popular. Pues bien, algo de razón tiene el dicho. Las de 20 podrán estar ricas, pero las maduras estamos sabrosas y la sabrosura es el estado de ricura más alto, ideal para paladares finos y exigentes. A todo el mundo le puede gustar el queso doble crema, pero a pocos el queso azul. Las mujeres maduras logramos explotar todo nuestro potencial únicamente con el paladar indicado, aquel que sepa catarnos.

Y sí, también dicen que somos locas, neuróticas, erráticas, melodramáticas, histéricas. Tenemos fama de fieras, de policías, de bravas. Y de pronto sea cierto, pero claro, los años no llegan solos. Sin embargo, muchas no intentamos ocultarlo y llevamos nuestros defectos con dignidad, así como también llevamos con dignidad nuestras arrugas y canas y años y estrías. Eso nos hace auténticas.

Decía un tuitero español el otro día: “las mujeres maduras ya no son tan gilipollas y siguen estando buenorras”. Aunque no tengamos el cuerpo de 20 que alguna vez tuvimos y aunque algunas ya sufran los estragos de los embarazos y la lactancia en su piel, tenemos una extraña lozanía que nos hace brillar, una voluptuosidad distinta con la que acogemos a aquellos amantes que nos den la talla. Yo les confieso que a pesar de que a veces quisiera un cuerpo de una de 20 y matarme haciendo pilates y yoga, pagando entrenador personal y gastando la bolsa y la vida en esforzadas horas de gimnasio, no cambiaría ese extraño encanto indescifrable que viene con la madurez, que sabe a lugar común, que ningún hombre sabe entender muy bien pero que es más cierto que el agua.

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