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LA PESADILLA CONTINÚA

El documental El traje nuevo del emperador nos recuerda que la orgía de odio y porquería sembrada por el gobierno de la primera década del siglo XXI está viva.

Peor es posible
Por Darío Rodríguez
@etinEspartaego

Es un documental con imágenes escabrosas y pérfidas de lo que hemos soportado en los últimos doce años. Porque si no están todas las atrocidades, por lo menos en esa hora y veinte minutos se observan las más significativas: humillaciones a comunidades indígenas, tratados de libre comercio para degradar al territorio, filiaciones, fraternidades sólidas entre paramilitares, narcotraficantes y altos funcionarios del estado, robos descarados al tesoro nacional. Permean este paisaje criminal e injusto las masacres con sus muertos sin cabeza, sin miembros, con los llantos desgarradores de sus viudas, sus huérfanos y familiares.

Un escenario brutal orquestado desde el palacio de gobierno durante dos periodos presidenciales (2002 a 2010), y replicado en sus satélites a lo largo de la nación entera mediante gobernaciones, alcaldías, asambleas departamentales. Se titula El traje nuevo del emperador, ha sido realizado por el Colectivo Underson, y puede verse aquí: 

o en la página oficial del film.
La alusión al relato El traje nuevo del emperador del escritor danés Hans Christian Andersen (exacta parábola política donde las haya) no es arbitraria: Colombia vivió aquellos primeros años del siglo dopada en una suerte de hechizo que mezclaba la promesa absurda de liquidar por completo a las guerrillas con una implacable militarización e imposición del miedo, y el dogmatismo, la agresividad dentro de cada persona, familia o grupo humano. Si no se aceptaban las violentas doctrinas del supremo mandatario, era fácil ser declarado enemigo de la patria y, de paso, objetivo militar. Disentir, preguntar, dudar, eran delitos punibles por esos días. Las tomas del documental muestran la manera en que el presidente de la república y sus lugartenientes llegaron, por un lado, a implantar un clima de guerra interna sin límites ni escrúpulos en contra de sus enemigos, mientras por otro, amparados en una eufemística “confianza inversionista”, le abrían las puertas a transnacionales y a empresas extranjeras para que vinieran a explotar y a expoliar las riquezas del país como quisieran y sin misericordia ninguna. Resulta vergonzoso recordar cómo el primer mandatario legislaba incluso en asuntos de moral y costumbres, ordenando a un grupo de jóvenes que no tuvieran sexo antes del matrimonio, sirviéndose de un lenguaje y un vocabulario propios del bandidaje y del hampa.

Y así, con métodos, con estrategias dignas de la Cosa Nostra, el antiguo senador y gobernador de Antioquia, junto a quienes lo secundaron, le cambió el rostro y la personalidad a Colombia y a lo colombiano.
Quizás sea un poco sesgado hablar en pretérito de esta funesta etapa. Todavía se viven los efectos de tanta podredumbre, instituciones corruptas, miseria en las regiones, pauperización de cualquier ámbito nacional envilecido por burocracias, tráficos de influencias, prebendas económicas, sociales, desempleo y reconfiguración del país en una especie de hacienda para ganado vacuno y equino. Así nos tratan los señores del poder todavía, como a reses, sin importar que el presidente y los discursos sean ahora supuestamente diferentes.

Porque lo más doloroso del estupor que produce la observación de El traje nuevo del emperador es comprobar la vigencia del terror a la hora de hacer política y apropiarse del poder, el afán enfermizo de los que mandan (mal) por convertir sus propuestas administrativas en negocio personal, quitándose de encima a los opositores, infieles y desobedientes con normativas, o con bala. Nos costará muy caro recomponer a esta nación tras antecedentes tan venales como los que muestra el documental. La orgía de odio y porquería sembrada por el gobierno de la primera década del siglo XXI está viva. Es una honda serie de cicatrices que tardarán mucho en cerrarse. Lo demuestra el que muchos pidan un regreso de la “Seguridad Democrática”, asimismo la espeluznante posibilidad del retorno al poder en forma de senador de quien fuera presidente, capataz, jefe de jefes, mesías.

Por estos días se habla mucho de posconflicto, de una sociedad colombiana sin guerrillas. Como ya es costumbre, las esperanzas se disparan pues estamos sumergidos en época electoral. Sin embargo, las sombras de los asesinos y sus semillas de rencor están más presentes que nunca. El traje nuevo del emperador, con sus angustiosos planos, sus terroríficos encuadres, nos enrostra la realidad negada por medios y dirigentes del país más feliz del mundo. A la vez nos recuerda algo que pudiera resultar inaceptable: tendremos más crueldad, más injusticias por un buen tiempo. En ocasiones parece que, de un modo masoquista, deseáramos, anheláramos que continuara esa espiral de horror.

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