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LA MALDICIÓN DE LA CONJURA

Otro payaso en la lavadora
Por Daniel Bonilla
 
Otro payaso en la lavadora
Por Daniel Bonilla
 
Se anuncia la adaptación al cine de una de las novelas imprescindibles del siglo veinte: La conjura de los necios, escrita por el estadounidense John Kennedy Toole, cuyo personaje principal, Ignatius J. Reilly, ya es para la literatura, un mito a la altura de Sherlock Holmes o el Quijote. Pero esta noticia no debería ser nueva, La conjura de los necios recibió el Premio Pullitzer de ficción en 1981, ha sido traducida a no sé cuántos idiomas y ha vendido millones de copias alrededor del mundo, razón suficiente para que la industria cinematográfica de Hollywood, experta en fagocitar best sellers, ya hubiera decidido hace mucho rato llevar al cine esta obra.

Pero como dicen por ahí, que no lo veas no quiere decir necesariamente que no existe, y en este caso esa premisa se acomoda como anillo al dedo. No haber oído durante los últimos treinta años sobre noticias acerca de la versión en cine de la historia de Ignatius, no implicaba la inexistencia del proyecto. Es más, cuando se publicó la novela, en 1980, uno de sus lectores más fervientes fue Scott Kramer, un ejecutivo de 20th Century Fox, que se enamoró inmediatamente de las aventuras del buen Ignatius y se empecinó en llevarla al cine.

Lo intrigante de todo este asunto es que a la fecha ningún proyecto ha llegado a feliz término, y no solamente por el hecho de que para muchos esta novela de culto se resista a ser adaptada sino porque además de los aspectos financieros, la muerte ha estado rondando por ahí: los tres actores que en su momento han sido pensados para interpretar al gordo Ignatius, John Belushi, John Candy y Chris Farley, murieron antes de poder encarnarlo en pantalla. Se habló entonces, en algunos círculos, de la maldición de La conjura de los necios, y, ahora que lo pienso, ese hado siniestro solo es comparable con el que ha pesado sobre cualquier intento de llevar al cine la historia del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. La coincidencia, eso que hace que la superstición se incremente, es que las salidas de Ignatius J. Reilly por su natal Nueva Orleans hayan sido comparadas muchas veces con las expediciones del enjuto caballero por los campos de Castilla.

El elegido para esta ocasión es el actor y comediante de origen griego Zach Galifianakis, que al parecer, tiene todas las condiciones para soportar lo que se le vendría encima y sobreponerse a la maldición. Todo puede pasar, pero de seguro, si la película sale a la luz en los próximos años, inevitablemente estará alimentando el mito de esta novela desde que su autor John Kennedy Toole decidió quitarse la vida en 1969, angustiado porque la que consideraba una obra maestra, era rechazada sistemáticamente por las editoriales a las que acudía. Para la historia quedará que fue su madre, Thelma Toole, la que logró convencer, a punta de insistencia y un temple que rayaba en el delirio, que el editor y profesor Walker Percy decidiera publicarla. Kennedy Toole nunca saboreó el éxito de su novela, ni por su cabeza pasó nunca la importancia que tuvo en el mundo de las letras la historia de ese gordo que vive con su madre alcohólica y se ve obligado a salir a trabajar y enfrentarse a un mundo hostil contra el que está escribiendo una gran diatriba por carecer de una “teología y una geometría coherentes”, todo esto, iluminado por su lectura de Boecio, aquel filósofo medieval que pasó la mayor parte de su vida en la cárcel, escribiendo.

La conjura de los necios es, para muchos, la heredera directa de Gargantúa y Pantagruel, por lo grotesco, bizarro y ácido de su escritura, en la que todos los mitos de Occidente son derrumbados uno por uno con humor exquisito. Veremos si este intento por llevarla al cine de nuevo, no resulta fallido, pero lo que sí es seguro es que sus seguidores alrededor del mundo responderán asistiendo en masa a las salas para comprobar una vez más que el mito de Ignatius está vivo y seguirá vivo por muchos años en nuestra cultura. Si se conjurarán contra esa película es algo que no podemos predecir aún.          

 

 

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