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CÓMO SER PERIODISTA SIN SER PERIODISTA

Conocimiento vulgar

Por Ángel Carrillo

@einyeah

“En Colombia, el ejercicio del periodismo no está regulado por un título que lo acredite”, comenta, en favor del empirismo periodístico, el cronista José Guarnizo en su cuenta de Twitter.

Todo empezó con la publicación de un jugoso perfil en la revista Donjuan, El matoneo a Stefan Medina, que le viene sumando aplausos virtuales por borbotones a Guarnizo, quien colabora también en el portal Las 2 Orillas y en El País de España. El texto es sólido, está perfectamente documentado y fue escrito con un tono literario sutil.

El perfil ha brillado por su excelencia, pero claro, como siempre en Colombia, emerge ruidosamente algún ortodoxo para reclamar certificados académicos: que fulanito no hizo la carrera de periodismo y que es un error llamarlo “periodista”. Y entonces se desata un aireado debate sobre el título profesional de periodista. Que se necesita la escuela, que no, que sí. Observa uno cómo se despellejan a punta de tuits incendiarios.

Ahora, prefiero resolver la justa de los caballeros del profesionalismo con unos pocos —poquísimos— ejemplos de cómo ser periodista sin ser periodista.

1. No hay periodismo de opinión en Colombia sin Antonio Caballero. Su columna en la revista Semana es aguda, espinosa, veraz, y atiza, con su amplio espectro político y cortante tono ácido, la opinión pública. Su foto columna en Arcadia abre un abanico de tópicos interesantísimos que jamás se pasarían por la cabeza de algunos profesionales vieja escuela. Caballero estudió Ciencias Políticas.

2. Un lector de revistas, interesado en el nuevo periodismo, pasa por las crónicas que Soho y Gatopardo publica de Martín Caparrós. A él hay que dejarlo hablar. Callarse y dejarlo hablar. Su blog Pamplinas, en El País, es la muestra de un trabajo periodístico entrometido y puntilloso. Pero ese blog es nada al lado de su libro de crónicas Contra el cambio —Anagrama, 2010—, para el que viajó a Níger, a las Islas Marshall, a Mongolia, a la punta más recóndita del mundo, buscando las causas de ese monstruo llamado cambio climático. Claro, también ha sido conferencista de los más importantes festivales y encuentros periodísticos de América Latina. Caparrós estudió Historia.

3. Ojalá tuviéramos las agallas de Alfredo Molano, uno de los cronistas más arriesgados que ha visto el país. Siempre, al final de sus viajes, reúne una buena cantidad de barro en la suela de los zapatos, que le sirve como amalgama entre las realidades distantes de Colombia. Molano se mete donde sea, llega donde nadie lo espera. Él está ahí, aruñando el polvo de la historia para exhumar sus restos. Es sociólogo.

4. Andrés Felipe Solano aún estaba en la universidad cuando una profesora —Piedad Bonnet— le dijo que había una vacante en Cromos como reportero. Ahí empezó todo. Y no ha parado. Solano tuvo que creer en el periodismo para irse a Medellín a vivir Seis meses con el salario mínimo, y luego, con una visión redibujada de la vida, escribir esa crónica que sería, en el 2008, finalista del Premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Solano estudió Literatura.

Las buenas prácticas en el periodismo, como dice Guarnizo, no obedecen a ningún estudio universitario. Un periodista necesita el ojo de un curioso, los nervios de una roca y la precisión de un relojero suizo. Los títulos han ayudado más a los periodistas que al periodismo.

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