
CANTE AUNQUE NO CANTE
Blasfémina
Por María Ximena Pineda
@anacaonax
La voz, sin duda, es el instrumento más difícil de manipular, razón por la cual admiramos esas grandiosas voces que pasan a la historia y nos llenan de emoción: Elvis, Sinatra, Caruso, Gardel. ¿Qué hay detrás del canto sino un sentimiento profundo? No hay sino que escuchar al cantor vallenato entonando un “Ay ombe” para sentir esa queja sublime, ese dolor contenido e infinito. ¿Y qué me dicen de “cucurucucú, paloma” ese famoso huapango que nos llega hasta las últimas fibras, ya sea en la voz de Pedro Infante o en la de Caetano Veloso.
Los pájaros no son los únicos cantantes de la tierra, ni las ranas coquí, ni las ballenas; los seres humanos también cantamos; necesitamos cantar pues el canto es una expresión del alma, viene de adentro, del vientre. Edith Piaf decía que cantar era una forma de escapar del mundo. Elis Regina afirmaba que cantar era como un sacerdocio. Joaquín Sabina dice que aceptó su voz rota porque transmite mucha más emoción. La voz es uno de los grandes poderes del alma.
Según afirma la doctora Gertraud Berka-Shmid, psicoterapeuta y profesora de la Universidad de Música y Arte de Viena, el efecto fisiológico de la respiración profunda, abdominal, que prevalece cuando uno canta, se convierte en un masaje para el intestino y en un alivio para el corazón. Además, asegura, esa respiración proporciona aire adicional a los alvéolos pulmonares, impulsa la circulación sanguínea e incluso puede mejorar la concentración y la memoria.
Además de tener efectos benéficos para el cuerpo y la mente, el canto es también la catarsis de las emociones que tenemos en las vísceras. Les presta su voz para que salgan en forma de nota afinada o alarido, pero “con sentimiento, compadre”.
Así las cosas, los sitios de karaoke en realidad están prestando una labor social y terapéutica. Rehabilitando penas del alma a punta de micrófono y un no despreciable catálogo de canciones donde encontramos desde los Beatles hasta la Sonora Dinamita.
¿Qué mejor que una pena de amor exorcizada a punta de un vallenato gritado o de una ranchera a todo pulmón? Y si, además de estar curando el corazoncito, estamos mejorando la respiración, los alvéolos, las venas y el cerebro, ¿por qué no cantar con más frecuencia? No es necesario ser Pavarotti ni tener el factor x para hacerlo. Bienvenidos los cantantes de toilette, de rasca, de karaoke. Tomen un micrófono o una peinilla o una cuchara de palo y canten. Saquen ese rugido que tienen adentro, a veces angelical y otras veces pavoroso. Tómense un brandy, si no para calentar la voz para emborracharse, y sacar el sentimiento desde las tripas hasta la voz.
Desafíen los tímpanos de los vecinos, insulten la afinación, la métrica, la armonía musical, saquen su voz de lo hondo y griten tan alto que hagan temblar de miedo a las baldosas de su ducha. Perpetúen todo tipo de alaridos, los que más puedan, y hagan revolcarse en sus tumbas a las grandes figuras de la ópera y del canto. Bien lo decía Jimmy Salcedo, “cante aunque no cante”, quizás porque sabía que cantar es una de las curas más efectivas para el alma.
Yo me despido con esta, desde la barriga y la sobrebarriga: “Y volver, volver, vooooooooolverrrrr, a tus brazos otra vez, llegaré hasta donde estés, yo sé perder, quiero volver, volver, vooooollllverrrrr”. No me lo van a creer pero acabé de cantar y siento esos alvéolos como un Land Rover y el corazón, como nuevo. ¿Qué esperan?
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