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ARTE ENTRETENIDO POR UN CUARTO DE HORA

Peor es posible
Por Darío Rodríguez
@etinEspartaego

Obras de teatro con quince minutos de duración, destinadas a gente que vive entre afanes y necesita ser enganchada en tiempo récord. A las sesiones las denominan ‘Shots Teatrales’: un trago quizás fuerte cuya ingesta debe ser muy veloz. Cuadros escénicos, sketches rapidísimos que no se observan sino que se consumen:  

  En el reparto hay estrellas de la televisión a quienes podría confundirse fácilmente con top models, de no ser porque estos últimos tienen como requisito para su oficio haber desarrollado unas pocas y precarias habilidades del lenguaje, aunque también otros con franqueza ignoran qué es hablar, hilar palabras.

Pueden suponerse los temas y líneas dramáticas llevadas a escena en estas fugaces interpretaciones gracias a esos modelos que se imaginan actores. Historias impactantes con altas cargas violentas, sexuales, amorosas. Los códigos de las teleseries y telenovelas, pero durante un cuarto de hora, mientras el puñado de observadores come, bebe y está a unos cuantos centímetros de las estrellas que lo divierten. Un plan entretenido y barato, por lo que se logra ver en los vídeos. Algo de humor relamido habrá como condimento, sin duda cercano a esos chistes bajos, moralistas y repetitivos – sobre todo en tonos y dejos del habla – de cualquier famoso en Youtube o en Twitter. El objetivo es que los públicos no se aburran, que se exciten dándose aires de alta cultura, tranquilizando su conciencia porque vieron algún efímero producto artístico que no les impida saltar a sus verdaderos intereses llámense bar, taberna, discoteca, restaurante o centro comercial.
 
Es curioso que a este tipo de brevísimos ratos escénicos los denominen sin pudor como ‘teatro’. Y más aún que una reconocida entidad promotora de actividades culturales
les brinde avales y permita su difusión. Sin embargo, debe recordárseles a los coordinadores de esos cocteles, divertimentos ligeros o ‘shots’, algo simple: el teatro no es un ritual baladí, sus efectos (si no quiere parecerse al stand-up comedy ni a un sociodrama de colegio) se miden, también, en generosas cuotas intelectuales y de tiempo. El espectador de teatro sostiene con las piezas escenificadas una relación casi corporal, sensorial, erótica. Y para lograrlo necesita más de quince minutos y que le propongan reflexiones serias acerca de su entorno o de situaciones que lo afecten como ser humano, pues la vida que comparte con actores y sucesos sobre las tablas no dista mucho de otras liturgias vitales como los encuentros amorosos o la experiencia del duelo, incluidos sus prólogos, antesalas, detenciones y por supuesto lentitudes.

Escasas noticias poseen de todo lo anterior no solo quienes importan del extranjero esas salpicaduras teatrales (con ganas evidentes de vender cenitas livianas y licor por kilolitros bajo el hermoso pretexto de estar impulsando la cultura) sino, además, cierto tipo de espectador característico de nuestro tiempo, ávido de que lo diviertan o le quiten el estrés, de emociones instantáneas que no lo comprometan mucho, alumnos de lo inmediato para quienes cualquier oferta debe, tiene que parecérseles a un vídeoclip: si los libros, las películas o el teatro se los alargan más de media hora empiezan a sentirse mal, a poblarse de tedio, inclusive a pedir que les devuelvan la plata de la entrada. No se equivoca el director de teatro Hugo Afanador cuando señala las posibles falencias de estas prácticas, la superficialidad y la falta de análisis del entorno social:   


Contemplar esta clase de espectáculos es comprobar algo que se temía desde hace al menos diez años: seudo actores y seudo actuaciones del estilo ‘Protagonistas de novela’ están tomándose y deteriorando los escenarios teatrales de Colombia. Es casi como si Jorge Enrique Abello hubiera educado a las más recientes generaciones de histriones para que amenicen juergas y guachafitas de consumidores.
Lo siguiente será sentarse a llorar 
 

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