Esperar observando o el elogio a la fotografía analógica
A veces, la desgracia lleva al hombre a su reinvención. Pehuen Grotti, francés ganador del primer puesto en la categoría Naturaleza y vida salvaje del Primer Premio latinoamericano de fotografía, descubrió su amor por lo análogo después de una mala pasada del destino. Este es su testimonio.
Por Pehuen Grotti
Después de tres años intensos en Argentina, y dos semanas antes de volver a mi Francia natal, el universo me puso a prueba. El 25 de enero de 2015 se convirtió en un post cumpleaños atípico (ya que cumplo el 24): robaron todo mi equipo fotográfico, el mismo que me acompañó durante años en mis aventuras por Latinoamérica. Creo que para muchos fotógrafos este sería uno de los peores días de sus vidas; para mí fue un mensaje claro del universo, el cual me invitaba a probar la voluntad de cambio y así abrir la puerta de un nuevo año con una llave diferente.
Días después, me reencontré con un antiguo amor, una Canon A1 cargada con un rollo Kodakchrome y fotos de años atrás. Debo reconocer que ese acercamiento marcó el primer día del resto de la travesía de mi vida como fotógrafo.
Poco a poco voy descubriendo los placeres de la fotografía analógica, su espontaneidad, su carácter, su atemporalidad y sobre todo la paciencia necesaria para ver el resultado. En ocasiones, el producto que obtuve no fue para nada de mi gusto. La verdad es que los primeros rollos fueron terribles: no tenía la velocidad ni la confianza para disparar cuando sentía que era el momento indicado. Y es que con una cámara digital se puede hacer 30 veces la misma foto y después elegir.
Ahora es que comprendo la profundidad de esta frase de Cartier Bresson: “Fotografiar es colocar la cabeza, el ojo y el corazón en un mismo eje”. Esa es la magia de lo analógico, que te enseña a sentir y vivir los momentos. Es ahí cuando ¡BAM!, hay que disparar.
Esperar observando es algo que con la fotografía digital había olvidado por completo. Disparaba como loco para no perderme ni un instante del momento y pasaba todo lo contrario. No podía dejar la cámara de lado ni un instante para aprovechar el presente. No hay que pasar un lindo atardecer disparando detrás de la cámara por miedo a que el sol se marche, ya que eso es algo inevitable. Lo mejor es tenerse fe y esperar ese momento en el que la luz llega a su punto mágico. Esa es la receta para una foto con vida.
Hoy les agradezco a quienes me robaron, porque lo que he aprendido no tiene precio, y tampoco existe una escuela en la que lo enseñen. Esos ladrones me convirtieron en un hombre más rico.