Ud se encuentra aquí INICIO Node 21075

EL WACHITURRO QUE SOLO QUERÍA BAILAR

Por: Gloria Ziegler

Leonel Lencina, el bailarín más popular de Los Wachiturros, volvió una mañana a su casa cojeando, como si hubiera recibido una golpiza. Fue una noche larga en la que recorrió discotecas y bailantas –locales nocturnos de cumbia–, pero no había salido a divertirse: regresaba de hacer una decena de shows en una sola jornada. Bailó durante horas. Al final, tenía las piernas laceradas.

Cuando llegó a su casa se recostó en la cama, se quitó la ropa y le pidió a su madre que hiciera algo para aliviarlo. Lo que fuera. Que le untara crema o le pusiera hielo, pero que procurara mitigarle ese dolor.

Siempre había querido que imitaran sus pasos de baile, su manera de vestir y de peinarse; que miles de adolescentes gritaran por él; llegar a la televisión, ser reconocido. Pero sobre todo, siempre había querido bailar. Esa noche, en cambio, únicamente quería volver a su vida de antes: estar con sus amigos, no tener que cumplir horarios, ir a una piscina sin que nadie lo molestara, salir con una chica sin que lo interrumpieran. 

Al despertar, dice su madre, estaba de nuevo frente a un espejo, practicando pasos para los espectáculos de la noche.

Los Wachiturros, grupo de cumbia remixada y reguetón que hace unos 30 shows a la semana en bailantas y fiestas privadas, está integrado por seis chicos de entre 16 y 22 años. Los mismos que en Mar del Plata dieron un concierto para 180 mil personas, el equivalente a tres llenos en el estadio Metropolitano de Barranquilla. Dieciocho veces más gente de la que logró reunir el DJ francés David Guetta en Punta del Este.

–Son los nuevos Menudo –dice Alejandro Estigarribia, uno de los principales productores de cumbia en Argentina.

En pleno auge de la web 2.0, Los Wachiturros entendieron que la clave está en internet. Subieron el video de Tírate un paso, su primera canción, y desde entonces el rumor se propagó. Wachiturros se convirtió en la segunda palabra más buscada en Google por los argentinos durante el 2011, superada únicamente por un coloso como Facebook.

–Wachi viene de guachines, de pibes –explica Leonel–. Y turro es por la forma de vestir, porque siempre usamos remeras grandes, pantalones rotos, zapatillas de colores, piercings; nos depilamos las cejas y las piernas y tenemos el pelo cortado así –dice, señalando su pelo oscuro, rasurado en la frente y con una pequeña cresta rubia. 

Los turros son los sucesores de emos y floggers. Una tribu urbana que nació de la fusión de elementos de la estética flogger y la cumbia argentina. 

 

Leonel Lencina nunca ha estudiado danza. Hace unos años se reunía con sus amigos para practicar pasos floggers en una esquina de Morón, la ciudad del conurbano bonaerense donde vive con sus padres y Paul, su hermano menor. Allí pasaba tardes enteras, pero su atención todavía estaba en otro lado: el fútbol. Por entonces, tenía la esperanza de llegar a la primera división argentina. Hoy, Leonel ejecuta las coreografías de Los Wachiturros con la habilidad de Messi y la gracia de Neymar. 

Los Wachiturros fueron el suceso musical del 2011 y el grupo revelación según el suplemento joven No, del diario Página/12. Es la banda más exitosa del momento en Argentina y en nueve meses de trabajo sus integrantes apenas han podido descansar seis días.  

Marisa Mendoza y Marcelo Lencina tienen una microempresa de construcción. El papá dividía su tiempo entre el negocio familiar y su mayor hobbie: hacer shows de tributo a Antonio Ríos, un cantante popular de cumbia de los años noventa. Ahora acompaña a su hijo en las giras y está pendiente de cada detalle relacionado con el grupo. Marcelo Lencina habla de su hijo con un entusiasmo que muestra la satisfacción de cumplir un sueño que él no pudo hacer realidad.

Una mañana de abril del 2010, Marcelo estaba acomodando materiales de obra en su negocio cuando llegó Leonel, su primogénito, de 16 años. 

–Papá, voy a salir en la tele –le dijo.

–Bueno, sí, pero vení a ayudarme a entrar ladrillos.

–Sí, vas a ver, voy a ser artista, papá.

–Bueno, Leíto, está bien, pero ahora vení a darme una mano –le pidió, incrédulo. Semanas después, Leonel se presentó junto a uno de sus mejores amigos en el programa Pasión de Sábado, la vitrina principal de los grupos de cumbia argentina. Por una tarde fueron los bailarines de uno de los cientos de grupos que pasan por ese escenario. La semana siguiente, casting de por medio, ya eran una banda con un cantante de catorce años, un DJ y cuatro bailarines. El día del debut, los padres de Leonel estaban a un costado del escenario, rodeados  de productores y técnicos. Marcelo lloraba. Lo que prometió su hijo aquella mañana sí estaba pasando.

Todo empezó hace diez meses, cuando Leonel y su amigo Brian fueron a una discoteca. Por entonces ya se vestían con el look turro y llamaban la atención por su manera de bailar sobre los parlantes. Allí estaba Emanuel Guidone, el chico de 22 años que se convertiría en DJ de Los Wachiturros. Semanas después, tras muchos ensayos, estaban bailando en la televisión y de gira por el país. En Chile se presentaron en programas en los que tuvieron más rating que Justin Bieber.  

Los Wachiturros viajan en una camioneta que parece una ambulancia en una carrera desesperada por salvar a un paciente crítico. Es una tarde de diciembre y el tiempo apremia. La camioneta avanza en zigzag, esquivando carros. Pasa semáforos en rojo, cambia de carril, se sacude, pero el conductor no baja la velocidad.

–Ya estamos en camino –avisa por teléfono el Chapa, uno de los representantes de Los Wachiturros.

–Chapa, ¿no podemos parar a comer algo? –pregunta Leonel–. No he comido nada en todo el día.

–Estamos complicados –responde Chapa.  

Más atrás, junto a Leonel, viajan Gonzalo Muñoz, Brian Romero, Lucas “Kaká” Caballero, Matías “McKakito” Flores y Emanuel “Dj Memo” Guidone, los otros cinco integrantes, que tienen 590.000 seguidores en Facebook y que ruegan que el tiempo les alcance para comer. 

–Déjame preguntar si allá pueden preparar algo –dice el representante mientras vuelve a llamar.

Leonel, un  Ángel Di María reinventado con un piercing negro sobre el labio, no dice nada. Se quita su camiseta Lacoste a rayas, la estira con cuidado en el respaldo del asiento delantero y se acuesta en la última fila de asientos.

–Nos van a preparar unas pizzas para picar algo –dice Chapa.

Leonel no contesta. Duerme. Son poco más de las ocho de la noche y está exhausto. Todavía faltan más de doce horas para volver a su casa y entonces sí descansar otras cuatro en su cama. 

 

 

 

 

 

 

 

 

En el VIP de una matiné –discoteca para menores de edad–, en la ciudad Marcos Paz, Leonel toma una bebida energizante y baila reguetón con dos chicas exuberantes. Faltan pocos minutos para que empiece el espectáculo de Los Wachiturros.  

–Me gustaría poder salir tranquilo –dijo en la camioneta–. Como antes, sin que nadie me joda.

Las chicas se le acercan, le toman fotos, lo besan, le dan sus números de teléfono, le ruegan que las acepte en Facebook. Otras le piden que pose junto a sus hijos, niños de entre dos y ocho años, que en pocos minutos bailarán al ritmo de Tírate un paso mientras miles de adolescentes gritarán cada vez que un wachiturro se levante la camiseta para mostrar el abdomen plano o dejar al descubierto parte del bóxer. 

A los Menudo sus fanáticas les tiraban muñecos de peluche; a Sandro de América, calzones; a Los Wachiturros, en cambio, les arrojan ropa deportiva.

Hoy, la noche incluirá un programa de televisión, matiné, circo, un boliche y tres bailantas. Los Wachiturros recorrerán cerca de 250 kilómetros de la provincia de Buenos Aires. 

La camioneta, de nuevo a las carreras, se sacude con los huecos de una ruta olvidada. Aquí viajan los miembros de la tribu turra. Los mismos que invierten buena parte de sus ingresos en los jeans y los tenis que utilizan en sus shows. Los mismos a los que los presentadores de televisión les preguntan si ya compraron casa o si están ahorrando. Después de nueve meses de trabajar trece horas al día, Leonel apenas ha podido comprar un ciclomotor. El resto de lo que ha ganado, menos de lo que la gente se imagina, se lo da a su madre para que lo ahorre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

DJ Memo Guidone acomoda su notebook sobre el escenario de una bailanta de José Carlos Paz, una ciudad que sólo aparece en los medios por casos de violencia. Tira la primera pista y comienzan los alaridos. 

Leonel salta al escenario. Empieza a bailar y dos adolescentes intentan trepar una pared de unos dos metros para llegar a él. En el último momento, cuando ya casi lo logran, dos hombres de seguridad las hacen bajar.

–Kaká, racataca, toma toma –grita Emanuel Guidone.

Y aparece Lucas. Uno a uno, Emanuel los presenta:

–Brian, bien slow, bien slow.

–Mati, tírate un paso, tírate un paso.

–Gonza, Gonza, Gonzalito.

Y Gonza entra cantando: “Esta noche los cumbieros levanten los brazos, los wachiturros tiren pasos”, esa canción pegajosa que se popularizó con un videoclip de bajos recursos grabado entre el Obelisco y la Reserva Ecológica de Puerto Madero. El mismo éxito bailable de su debut en la televisión argentina, con 16 millones de reproducciones en YouTube.

–Si eso es cumbia, yo soy Alfredo Gutiérrez –me escribió Pablo Lescano, el creador de la cumbia villera argentina, en un e-mail ácido.

Las adolescentes gritan. Saltan para tratar de alcanzarlos. Algunas se quedan en brasier y jeans durante todo el concierto. La mayoría de ellas tienen un piercing negro sobre los labios, a modo de lunar. Al igual que Los Wachiturros, los chicos del público llevan el pelo corto con cresta, camisetas grandes, tenis de colores y piercings en cejas, mentón y nariz.

 

–Es una moda –me dirá Estigarribia días después. 

Son más de las cuatro de la mañana. Junto a mujeres con faldas diminutas y blusas escotadas, cuatro madres bailan con sus hijos que apenas pueden caminar. 

Los Menudo tuvieron su propio escándalo cuando al creador y mánager del grupo lo denunciaron por abusar sexualmente de jovencitos que querían formar parte de la banda. Los Wachiturros también han tenido sus contratiempos: Simón Samuel Gaete, el primer cantante del grupo, renunció por una disputa económica con el representante. Hoy lidera la banda Simón y los Wachiturros, y acusa de plagio a sus excompañeros. El músico puertorriqueño Rey Pirín, autor de Tírate un paso, reclama pagos por los derechos de la canción. Emanuel Guidone dice que Lacoste les ofreció dinero para que dejaran de usar sus prendas, porque no quiere que la marca se asocie fuera del circuito exclusivo. La empresa lo niega, pero la noticia ha llegado incluso a la televisión española. Todos hablan de discriminación. 

En la bailanta de José Carlos Paz, las mujeres continúan gritando. Los Wachiturros van por la quinta presentación de la noche. Por momentos, Leonel se toca, dolorido, las piernas. En estos instantes quizás recuerde la mañana en que volvió a su casa y casi no podía caminar. Pero ahora eso no importa. Por ahora, él sigue bailando, como aquella noche.

Comentar con facebook