
EL SASTRE DE LA LUCHA LIBRE
Fabián Anzola se ha dedicado por más de 15 años a confeccionar los atuendos de luchadores de Colombia y otras partes del mundo. Fabián se sabe de memoria las máscaras y disfraces de los personajes más famosos de la lucha libre tradicional, aunque no tiene ningún problema en llevar a las telas cualquier diseño inédito de sus clientes.
En un apartamento del barrio la Hortúa de Bogotá, un sector estratégico para conseguir telas de distintas prendas, Fabián tiene su taller. Una vieja máquina de coser Singer y un escritorio son suficientes para elaborar la vestimenta de luchadores y aficionados, pues la demanda de clientes en la ciudad no es que sea muy grande como para tener una fábrica con varios empleados.
El negocio familiar Equipos de Lucha Libre, con más de 30 años de experiencia, se ha posicionado como el sitio ideal para conseguir todas las prendas que usa un luchador de espectáculo. Si bien han existido otras empresas similares, ninguna ha podido arrebatarle el trono a la familia Anzola. No por nada Fabián exporta máscaras y disfraces a distintos luchadores de Suramérica, o incluso a distribuidores europeos de Italia, España y Francia.

Fabián heredó de su padre, Humberto Anzola, el oficio de sastre de la lucha libre. El señor Anzola se fascinó con los espectáculos que brindaban luchadores colombianos y extranjeros en La Plaza de Toros la Santa María, la Feria de Exposiciones y coliseos que incluso llegaban a tener veladas en simultáneo. Eran los años sesenta y setenta, épocas cuando la lucha libre tenía un auge parecido al fútbol.
Humberto se dio cuenta que el gremio de luchadores necesitaba de alguien que se encargara de confeccionar sus trajes y accesorios que, además de ser escasos, en esos tiempos no tenían las mejores condiciones para luchar cómodamente. Cuarenta años atrás, los luchadores usaban máscaras de cuero que hacían que la cara se quemara con los golpes, además de que el sudor se hacía incontrolable por las características del material. Entonces, Humberto empezó a fabricar máscaras hechas en telas más suaves, teniendo como guía las ediciones de la revista mexicana Lucha Libre, que fielmente coleccionaba.
Poco a poco Humberto fue perfeccionando su técnica para elaborar máscaras, pantalonetas, mallas, trusas, capas y botas de los luchadores colombianos más famosos, como ‘Rayo de Plata’, ‘El Tigre Colombiano’, ‘Fuyikawa’ y ‘El Dragón Chino’. Todo lo aprendió empíricamente y su fábrica no era más que un espacio de su casa en el barrio Puente Aranda. Luego, cuando la familia se agrandó, su hijo Fabián aprendió las habilidades con la aguja, al punto que tomó las riendas del negocio desde que tenía 17 años.

Pero a decir verdad, el negocio se mueve más con la gente del común que con los propios luchadores. Octubre es toda una bonanza para Fabián Anzola, quien recibe los pedidos de muchas personas que participan de las habituales fiestas de disfraces. Los aficionados a la lucha libre son otros buenos clientes, pues fuera de Bogotá existen varios coleccionistas de máscaras que frecuentemente solicitan nuevos diseños. Y cada vez que hay un show de lucha, Fabián lleva a vender sus máscaras más sencillas, las de 15 mil pesos, que no tienen pierde y se venden muy bien.
La experiencia de Fabián le permite elaborar una máscara en menos de cinco horas. No importa el diseño, si es de un viejo luchador o si es inédito, Fabián se conoce todos los trucos para que la máscara quede tal y como se la pensó en el papel. El proceso se inicia con el corte de la tela, según los moldes que tienen las medidas perfectas para que las máscaras se adapten bien a la forma de la cabeza. Luego se cosen los bordes y se hacen los refuerzos, para finalmente coser los apliques en cuero de cabra o cordobán.
No todas las máscaras son iguales. Las más simples son hechas en lycra nailon y no cuentan con la horma que hace que se ajusten a la forma de la cabeza; son algo así como las máscaras genéricas que no superan los 20 mil pesos. El precio aumenta cuando se utiliza la tela lamé, de colores brillantes, con hologramas, de un material consistente, importada desde Canadá y que únicamente se la consigue en un recóndito local de San Andresito. Con esta tela se hacen las máscaras de caché, las que cuestan entre 60 y 90 mil pesos, en especial porque se adaptan a cualquier tipo de cabeza y cuentan con los cordones en la parte posterior para amarrarse fuertemente la máscara y no perderla en plena batalla.

Además de elaborar máscaras y trajes, la empresa Equipos de Lucha Libre también cuenta con un servicio de organización de eventos de este tipo. Si usted quiere montar todo un espectáculo de lucha libre, Fabián Anzola cuenta con el ring, las luces, el sonido, los luchadores y hasta los locutores que narran las peleas. El cuadrilátero, diseñado exclusivamente para contiendas de lucha libre, también es muy solicitado en producciones de cine y televisión.
La familia Anzola ya está en su segunda generación de fabricantes de prendas de lucha libre. El señor Humberto Anzola falleció hace cuatro años, pero su hijo Fabián de 35 años continúa confeccionando el vestuario de profesionales y aficionados. Julián Anzola, el sobrino de Fabián, es un niño que solo se queda quieto si lo ponen a ver videos de luchadores. Al parecer, todavía queda mucha tela por cortar en esta familia de sastres de la lucha libre.
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