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Cartel Urbano
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YO, CUMBIO

 

Agustina Vivero, argentina de 18 años, lesbiana que adora la comida basura, alias Cumbio por su amor a la cumbia, ha logrado conquistar el planeta con su flog (blog de fotos). En poco más de un año ha recibido 38 millones de visitas y hasta ha sido imagen de Nike.
 


La mecedora se balancea –cric, crac– en el comedor de esta casa humilde de San Cristóbal, un barrio popular de Buenos Aires. Allí, en la mecedora, una de las personas que se balancean es Agustina Vivero, alias Cumbio, 18 años recién cumplidos, adolescente que  mereció un perfil en el New York Times con el título “En la Argentina, una cámara y un blog hacen una estrella”; que tenía 17 cuando escribió un libro llamado Yo, Cumbio, éxito de ventas; que tenía apenas 16 cuando se transformó en la flogger más popular de la Argentina y en el rostro de la campaña publicitaria de Nike.

La otra persona que se balancea –sobre el cuerpo contundente y macizo de Agustina Vivero– es rubia, los ojos claros, la boca llena, delgada, las piernas largas, los brazos finos, las uñas cortas: Maru, 16 años, su novia.

Un flogger es alguien que forma parte de un movimiento que consiste, digamos, en el arte de publicar fotos –propias, de familiares, de amigos– en un fotolog. Agustina le debe a eso (a su fotolog: fotolog.com/cumbio) 38 millones de visitas y una popularidad basada en ninguna aptitud particular.

“Soy una celebridad ‘queni’: que ni baila, que ni canta, que ni actúa. (...) Yo no veo esto que me pasa como si fuera fama. Creo que tengo popularidad gracias a una página de internet, no mucho más que eso”, escribe en Yo, Cumbio. Pero si todo empezó en internet, el fenómeno se desató sólo después de pasar por la vida real.

El 30 de diciembre de 2007 Agustina Vivero tenía un fotolog con modesta cantidad de visitas cuando decidió reunir a sus amigos virtuales y hacer una fiesta. Invitó a 24 y llegaron 300. En enero de 2008 los convocó, otra vez, ahora en las puertas de un mall llamado Abasto: fueron 20, pero para el quinto encuentro ya eran tres mil. Esa multitud adolescente, fanatizada por una líder espontánea, llamó la atención de los adultos.

La noticia saltó a los diarios, las revistas, la televisión, y ella se paseó, parca y prudente, burlándose del término “tribus urbanas”, hablando con naturalidad de su vida, de sus padres, de su novia, por todos esos sitios: los diarios, las revistas, la televisión. Poco después recibió una oferta de Nike para hacer una campaña publicitaria y allá fue a parar su rostro, en gigantografías urbanas, junto a los de músicos de rock y deportistas internacionales.

Hoy, las discotecas de todo el país le ofrecen dinero –500 euros por noche– a cambio de su presencia, tiene una línea de perfumes y de esmaltes, escribió un libro, prepara un programa de televisión para adolescentes producido por Endemol, estudia periodismo y sigue viviendo en la casa modesta de siempre. 

Es mediodía y la calle atruena: bocinas, autos, gritos. El dormitorio de Agustina es una habitación al frente: colchones, sofá, computador. Viste bermudas, camiseta negra, piercing. No es una vida muy larga, pero ha tenido sus disgustos: en febrero de 2009, alguien quiso atacarla a golpes en las puertas del Abasto; en internet hay sitios donde se le odia foto a foto y circula un juego interactivo que propone
diversas maneras de “eliminarla”.

– Hasta los que me odian me benefician,  porque hablan de mí y me dan más visitas. Años atrás existían los hippies, y la gente decía “melenudos, sucios”. Ahora dicen “floggers putos”. Lo que queremos es conocer gente. Usamos la página como un club. Pero no hay una filosofía de vida flogger, así como no hay una filosofía de vida de los periodistas o los cocineros.

No entiende el Facebook, ni sofisticaciones de la navegación por web, y se conecta sólo dos horas por día. “Podría vivir sin internet –escribe–. Internet es mi conexión más amplia, pero hay muchas otras formas para conectarse con la gente. Nunca es lo mismo que el contacto cara a cara”. Con el primer dinero que ganó, por grabar unos ringtones, le regaló a Maru un oso panda de peluche.
 
– Maru es la mujer perfecta. Me cocina, me prepara la ropa. Es como una madre, esposa, novia. Yo le quería dedicar el libro, pero todos me decían que no. Que quién sabe qué puede pasar después. Pero si nadie sabe. 

Varón sibilino, 15 años, cejas depiladas, apodado Lore, se asoma a la habitación y pregunta:


– Agus, tengo hambre. ¿Cocino?
– ¿Y qué hay?
– Bifes.
– Aj.

Agustina Vivero está sentada ante su computador, pasando fotos de su fotolog: fotos de ella, o de ella y Maru, o de ella y amigos.


– Lore vive más acá que en su casa. Se hace pasar por hermano de Maru. Vestido de mujer son iguales. Le estamos buscando una novia.

La puerta vuelve a abrirse y es Lore, que pregunta:
– ¿Primero hay que calentar la sartén y después echar el bife? 
– No sé, Lore. Yo nunca hice un bife. Pero ¿vamos a comer bife solo?
– Con ensalada de eso verde... ¿cómo se llama?
– Lechuga. Aj.


Entonces Agustina toma el teléfono, marca un número.
– Hola, amor. Tenemos hambre y no tenemos comida. ¿Tenés algo para traer? ¿Chop suai? ¿Qué es eso? Lo que quieras. Te amo. Chau.

Diez minutos después, y con comida, llega Maru: rubia, los ojos claros, la boca llena. Delgada, las piernas largas, los brazos finos, las uñas cortas. Y se abalanzan, se comen como dos cachorros. “Me gustan las personas tiernas, y es muy difícil encontrar chicos tiernos”, escribe en Yo, Cumbio, para explicar por qué le gustan las nenas.

Rubén, el padre de Agustina, es fontanero. Ahora, mientras su hija y Maru se acurrucan en la mecedora, dice que ya quisiera él trabajar de flogger.


– Mis cinco hermanos y yo vivíamos de trabajar en la construcción, de vender ajos, a diario. Yo no quería eso para nuestros hijos. Agustina gana muchísimo más que yo, pero ese dinero es de ella. Y yo pretendo que gane más. Porque así va a poder elegir, decir “Hoy no quiero hacer tal cosa”.

En la mecedora, Agustina y Maru se revuelven, se hacen cosquillas.
Después, Agustina dirá que no sabe qué será de ella en el futuro, ni cuánto durará lo que sucede.


– Soy alguien que tiene un par de visitas, nada más. Si cada uno empieza a sentirse lo máximo por cualquier boludez, el mundo sería una mierda.
Sería, dice.

Este perfil, cedido a Cartel Urbano por su autora, lo publicó originalmente en junio pasado el diario El País de España. 

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