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Cartel Urbano
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MI ÚLTIMO ENCUENTRO CON UN DEALER

 Hace algún tiempo, el autor de este texto quiso hacerle un perfil a uno de los tantos dealers que abundan en Bogotá. Por cosas del destino conoció a este tipo, George, que le permitió fotografiar todas las drogas de su “catálogo” para un reportaje. Meses después empezaron a tener varios encuentros como este.

La mancha en tu camisa
Por Daniel Vivas Barandica
@
dani_matamoros

Mientras George golpea la pera de boxeo que reposa en el pequeño cuarto de su apartaestudio, en la sala, dos de sus mejores amigos de infancia -y ahora empleados suyos- raspan una roca de “cocaína”.

- ¿Cómo va esa vuelta?–grita George.

Uno de ellos le responde que se relaje. George continúa hundiendo sus puños de forma vertiginosa sobre el pesado saco mientras varias gotas de sudor chocan contra las baldosas blancas. Por sus fosas nasales corre un poco de polvo blanco. George lleva una vida tranquila. Se levanta todos los días a las diez de la mañana, se prepara un batido de leche y le da al pesado saco durante casi una hora. Lleva diez años con la misma rutina. No tiene horarios que cumplir, no tiene un jefe que lo joda todos los días, no usa saco y corbata. No tiene que ir a encerrarse en una maldita oficina. A sus 30 años, este hombre de casi dos metros de altura, pelo negro, piel muy blanca, ojos verdes y cuerpo atlético, decidió un día que lo suyo no era el estudio universitario, ni la vida legal, y comenzó a vender drogas en uno de los sectores marginales de Bogotá: Ciudad Bolívar.

- Yo no quería seguir vendiendo arepas en una esquina como mi papá y mi mamá. Yo quería poder ir a una discoteca de la 82 y no sentirme menos que usted o sus amigos.

Desde el apartaestudio de Chapinero donde vive en arriendo, George maneja una gran red microtráfico que le ha dado para mantener a su esposa y a su pequeña hija. Ha podido comprarle una casa a su mamá, tiene un apartamento del que no revela la ubicación y varios automóviles de lujo, de los que tiene varias fotografías con las que alardea.

- Mi apto es bonito, usted se sorprendería si le digo dónde lo tengo y cómo lo he decorado.
George nunca ha estado en la cárcel. Varias veces lo han detenido, pero el dinero ha sido su mejor herramienta a la hora de transar policías. Entre sus productos están el éxtasis, el MDMA, el opio, un buen número de variedades de marihuana, 2c-b de varios colores y la codiciada cocaína.

- Yo empecé con la marihuana, pero la plata está en los químicos. Me conseguí el flecho: un duro de la costa que maneja el bajo perfil y que todavía sigue activo. Es el único güevón al que le rindo cuentas. Ese marica es muy bravo.

George le da el último golpe al saco. Permanece por unos segundos quieto mientras se recupera y toma aire. Se lleva las manos a la nariz y se la sacude. Luego mira hacia la ventana y sonríe. Se ha metido en la película de que es invencible. Luego camina hacia la sala, mira a sus amigos y les dice que prendan los celulares porque ya deben estar empezando a llamar los clientes.

- Los más viciosos empiezan a joder desde las nueve de la mañana. Pero yo no les corro, antes hay que hacerlos esperar - dice y se echa a reír.

Yo tan solo lo miro. Me pregunto qué pensarán los papás de George, su familia y amigos acerca de su actividad. Luego me pregunto qué dirían los míos si supieran dónde estoy metido. Me paro y le digo que me tengo que ir, pero él me pone la mano en el pecho y me dice que no me puedo ir hasta que me meta un pase de perico o tire unos buenos golpes. Escojo la segunda opción. Tomo unos guantes que están en el suelo y comienzo a estrellar mis puños contra el pesado saco como si en el mundo no hubiera mañana. Como si allá afuera no estuvieran matando gente, como si realmente ambos fuéramos invencibles.

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