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Cartel Urbano
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LO QUE SE APRENDE A LOS 30

Blasfémina
Por María Ximena Pineda
@anacaonax

Inspirada en la columna de Pamela Druckerman sobre lo que se aprende a los 40, publicada en The New York Times el viernes pasado, me puse a pensar en lo que se aprende a los 30. A los 30 dejamos de creernos súper héroes y aceptamos que somos ignorantes mortales. El primer choque es tener que reaprender todo lo que habíamos tallado en piedra durante nuestros 20.

Al reconocer que sabemos tan poco en la treintañez, nos entra un alivio de no tener que demostrar sabiduría a diestra y siniestra y dejamos de levantar la mano o de subir la voz para que nos dejen hablar; más bien escuchamos serenamente.
A los 30 entendemos que no hay mejores polvos sino que cada catre es un nuevo universo para la aventura. A los 30 nos crece la raíz de la sensatez e intentamos dejar de hablar de más volviéndonos editores de cada intervención, especialmente cuando estamos ebrios. Y, a pesar de lo anterior, en caso de haber cometido una imprudencia, ya no nos importa. En los 30 ya nos dan pocos “osos”.

A los 30 nos entra una angustia existencial porque sabemos que es la década donde debemos construir una fortuna, una familia, una reputación. Nos ponemos sesudos en cuanto a temas económicos: préstamos, hipotecas, pensiones, cesantías. Cada día que pasa es un paso más hacia la menopausia, un día más de desperdiciar nuestros óvulos.
A los 30 ya no nos importa el qué dirán y si nos importa lo tomamos como crítica constructiva y no como un ataque. Vivimos los placeres del poder adquisitivo, dejamos de tomar vino de caja y preferimos ir a comer a un buen restaurante que irnos de rumba. Le encontramos el gusto a emborracharnos de día para irnos en brazos de Morfeo temprano y amanecer sin rastros de guayabo, o con un pequeño dolor de cabeza si mucho.
A los treinta un divorcio deja de ser un fracaso para convertirse en la génesis de una vida nueva y emocionante. A los 30 dejamos de ser tan tontas como a los 20, pero seguimos estando buenorras. A los 30 adoptamos con facilidad hábitos deportivos por miedo al avance de los estragos fisiológicos que nos dejó el tren de rumba de los 20.

A los 30 nuestro mayor tesoro es saber que tenemos limitaciones así que empezamos a vivir la vida más a corto plazo. Se nos derrumban los absolutos, los todos, los siempres, los buenos, los malos. Y aunque somos todo lo opuesto a nuestra mamá o nuestro papá, cada vez nos parecemos más; es inevitable.
A los 30 nos ponemos políticos, pragmáticos, matemáticos, carismáticos. A los 30 se nos hace imposible lograr el paso del reggaetón sin arrastrar el ala o la pierna como tías. A los 30 nos dejan por las de 20 y viceversa. A los 30 alguna vez hemos tenido la tentación de ir a quejarnos personalmente a la Superitendencia de Servicios Públicos y hemos tenido largas y extenuantes discusiones con los operadores de algún call center contratado por nuestra compañía de telefonía móvil o de televisión.
A los 30 todavía apreciamos una llamada al fijo, incluso nos parece romántica. A los 30 nos deja de gustar jugar a las escondidas en el amor y preferimos irnos de frente, pues sabemos que es mejor un totazo rápido que una muerte lenta y dolorosa. Además ya no tenemos tanto tiempo para perder.
A los 30 quizás no seamos tan sabios como a los 40 ni tan ágiles o lozanos como a los 20, pero todavía conservamos algo de ingenuidad y la valoramos más que nada.

Queridos treintañeros, aunque voy a medio camino de la década creo firmemente que esto se pone bueno. Los 30 tienen su encanto, si a los 20 somos supermanes y batichicas y a los 40 el Dalai Lama en potencia, a los 30 empezamos a ser nosotros mismos y eso, como en un comercial de tarjetas de crédito, no tiene precio.

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