Ud se encuentra aquí INICIO Node 17428
Cartel Urbano
M

MÉTASELO POR EL ORTO

Cínica Better
Por John Better
@turbajackson

 

“Métetelo por el orto”, frase coloquial que a más de uno de nosotros nos han escupido en algunos, o repetidos momentos, de nuestras vidas.

Por lo general, quien lanza la expresión es a quien le negamos el préstamo de algún objeto apreciado, ya sea un libro, ese cd de Bowie que no soltamos, ropa, zapatos, y en raros y extremos casos, nuestra secreta colección de dildos. Ante la inesperada negativa de préstamo, al atacante no le queda de otra que mandarnos a que nos metamos aquello que tanto amamos por un sitio tan infame como el ‘orto’.

La primera vez que me mandaron a meterme algo por el trasero fue en tercero de primaria. Tendría unos 7 años de edad, el objeto en cuestión era una jirafa articulada que fue el bien más preciado durante mi niñez. Tirso, el brabucón del curso, ante mi evidente malestar de entregarle mi adorable juguete ‘made in Taiwán’, y después de darme un golpe que me tiró al piso, articuló su ofensa más certera: “melelo por el OLTO, pelao juaputa”.

Afortunadamente por aquellos años mi mente era demasiado estrecha para imaginar cómo podría meter mi juguete favorito en aquel, hasta ese momento, desconocido y aún más estrecho lugar del que hablaba Tirso.

A los días de ese suceso, en un recreo en el que hablaba animadamente con mis mejores amigas de curso, las gemelas Prada, sorpresivamente sentí el toque de una mano en mis nalgas, no fue solo un roce, fue casi un mensaje dactilar bochornoso. Después de eso y durante los días que siguieron solía llevarme la mano atrás sin motivo, como el que teme haberse cagado en público. No alcancé a entender lo que había sucedido, hasta que un corrillo de niños cantaron otro día en coro: “le agarraron el orto, le agarraron el orto”.

Al fondo del patio vi la cara de Tirso, quién me miraba burlonamente al tiempo que con una de sus manos recreaba un movimiento parecido al latido de un corazón. No hay nada peor que te agarren el orto en público, es la situación más bochornosa de todas. Quedas como marcado, sientes la palma de la mano del abusivo tatuada en el culo durante días. Y el fastidio solo desaparece hasta que tu mismo agarres un orto. No es nada sencillo, lo intenté disimuladamente en las filas antes de entrar a clase o en las jornadas de educación física donde el contacto corporal me permitía camuflar mis deditos infantiles en ortitos de todo tipo.

Era presa del miedo, así que aproveché la confianza y el cariño de Iveth, nuestra profesora de artes manuales en el San Pedro Claver, para cumplir mi objetivo.

Luego de terminar de primero un caballito al que debíamos rellenar con lentejas, le mostré desde mi pupitre el dibujo, ella se levantó y me abrió los brazos invitándome a uno de sus cálidos abrazos. Corrí al frente y, sin pensarlo, con ambas manitas agarré sus grandes nalgas, fueron un par de segundos gloriosos, luego ella se separó de mí y como obsequio por mi trabajo me dio una rica manzana que Tirso quería para él. Como era de esperarse, pocos minutos después, en la hora de recreo, esa misma fruta sería otro elemento que el niño me mandaría a meter por el orto.


Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Cartel Media S.A.S.

 

Comentar con facebook