
DIARREA VISUAL
Blasfémina
Por María Ximena Pineda
@anacaonax
No es una novedad que hoy más que nunca estamos bombardeados por fotos en las redes sociales. Parece que nuestros contactos sufren de una necesidad constante de mostrarnos evidencias de su vida. Es como si la realidad no fuera suficiente y tuviéramos que dejar una prueba fehaciente de que la vivimos.
Hay compulsivos fotógrafos retratando todo: lo que se comen, lo que compran, lo que les gusta, lo que hacen… para subirlo casi en tiempo real a la web. ¿Narcisismo? ¿Consumismo? Creo que algo de ambos vicios se refleja en este infinito catálogo fotográfico virtual tan extenso como irrelevante.
Ahora bien, para cada uno de nuestros contactos en Facebook y Twitter somos una imagen. Nada más. Somos esa foto sonriente de playa, ese retrato de familia, esa camioneta nueva, esa celebración con amigos, ese viaje al fin del mundo… y siempre felices. Es muy raro encontrar fotos en Facebook que documenten el fracaso o la tristeza, es que nuestro narcicismo en las redes es demasiado conservador, optimista e histriónico.
Según afirma Susan Sontag en su libro “Sobre la fotografía” la cámara es el arma ideal de la conciencia en su talante codicioso. Basta ver los álbumes de nuestros contactos en las redes sociales para saber que codiciamos los catálogos publicitarios, los lujos, lo inmaculado, lo bonito. Un gran porcentaje de los testimonios fotográficos en la red son poses, maquillajes de la realidad. Para eso existen los efectos, los filtros, photoshop, instagram; todas herramientas que usamos para producir esa imagen que añoramos y que queremos vender a nuestra audiencia.
Las compañías de dispositivos móviles y de cámaras digitales cada vez desarrollan mejor tecnología para que podamos volvernos los jefes de mercadeo de esa vida perfecta de catálogo que se convierte en un hecho sólo si está retratada en Facebook.
En medio de este mercado persa de imágenes que publicitan la vida ideal de los consumidores de internet, no está mal recordar que la fotografía debe encontrar el instante perfecto y único como afirmaba el semiólogo francés Roland Barthes. ¿Cuántas de esas fotos que se nos exhiben pretensiosamente son realmente momentos perfectos y únicos? Un pequeño porcentaje, ese mismo que nos hace detener un segundo el cursor y observar, esas que nos mueven adentro porque hay algo verdadero consignado allí. Un pedazo de vida que se inmortaliza.
Les recomiendo fotografiar esos momentos intensos y verdaderos y dejar la diarrea visual. Son esos instantes profundos, lejos de sonrisas de catálogo, locaciones paradisíacas y efectos artísticos, los que vale la pena retener, impedir que se vuelvan efímeros. Lo demás, la vida misma, el diario, el menudo, es mejor vivirlo que fotografiarlo y exhibirlo alimentando esa diarrea visual de la que nos hemos vuelto esclavos en las redes sociales.
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