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Cartel Urbano
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NO MATAR AL INTERMEDIARIO

Dígale que siga
Columna de María Antonia León
 
Dígale que siga
Columna de María Antonia León
 
Mientras en Corferias degustábamos el costoso banquete de la cultura colombiana, con los invitados de siempre y las figuras que nos aguantamos todo el año, a mi Facebook llegó el video de una conferencia del escritor y periodista argentino Hernán Casciari, llamada "Cómo matar al intermediario".
 
La charla, desbordante de espontaneidad, humor, ironía y talento, habla de la quijotada de un tipo que logró consolidar un proyecto cultural independiente al tiempo que despotricaba de las editoriales tradicionales, que le ofrecen al autor únicamente el 8% de las ganancias sobre la venta de sus libros, y aparentemente le hacen firmar contratos con los derechos de un número de ejemplares mucho menor a la cantidad de libros que llegan a las librerías. Para Casciari, que había consolidado una nutrida audiencia de lectores con su blog Orsai, lo peor del esquema tradicional es que los intermediarios sacan mayor ventaja. "Cuando me fui a trabajar con la industria me parece que cometí un error bastante grave: suspendí la comunicación directa con mis lectores y me dejé poner intermediarios. Un representante, una editorial, un administrador, un editor de contenidos, un gestor. Toda esa gente se fue poniendo en fila india entre mis lectores y yo", asegura el escritor argentino.
 
No me cabe duda de que la suya es una apuesta inteligente. Sin embargo, hay una cosa con la que no estoy de acuerdo. Yo no me imagino un mundo sin intermediarios. Y aunque me desaniman las circunstancias capitalistas de la industria editorial, gracias a esa industria la literatura no es sólo escribir, sino editar, pulir, diseñar, transportar.
 
Como toda empresa, una editorial cuida sus intereses, no se arriesga con nuevos autores si puede seguir manteniendo en sus librerías a los que más venden. Estamos de acuerdo en que el modelo tiene unas reglas mezquinas, al fin y al cabo es un negocio. Pero lo que Casciari olvida es que los intermediarios no siempre están ahí para aprovecharse del artista. También existen para convertir un carbón en un diamante.
 
Hoy cualquiera puede tener un blog. Eso es bueno cuando hablamos de globalización, acceso a la información y libertad de expresión. Pero es malo porque es un ejercicio usualmente descuidado, que ha llenado las alacenas de Internet con más basura que autenticidad. Todos esos intrusos que se paran en fila india entre los escritores y los lectores son los que hacen que la literatura sea mágica. Si no fuera por las editoriales, los editores, las librerías, los diseñadores, los gestores de contenido, los correctores de estilo, los representantes, las revistas literarias, etc., quizá nunca habríamos tenido en nuestras manos la literatura que tenemos, y de la calidad en que la tenemos. De hecho, el propio Casciari es intermediario con su revista, su blog, sus bares. Y para todos esos proyectos pide plata a sus lectores, hace preventas, y se queda con un no despreciable porcentaje del 50% sobre las ganancias de los libros que edita. ¿Qué lo hace merecedor de todos esos dividendos? El trabajo de un intermediario que hace bien su trabajo, y que así a muchos les duela, es un mal necesario.
 
En su texto "Versión original", Alberto Fuguet aplaude el trabajo de Gordon Lish con los cuentos de Carver, y asegura que ese trabajo hizo del autor un escritor más auténtico. "No se puede redecorar una casa si la casa no existe. Tampoco podar un árbol que no tiene ramas. Es atractiva la idea del autor-como-mártir, el autor como ser autónomo y, en estos días, nada es más atractivo que la moral del making-off". Los proyectos independientes, esos que están por fuera de la rosca, son ejecutados con inteligencia y pasión, pero tarde o temprano necesitan un intermediario que les enseñe cómo remar mejor el barco.
 
Hoy todos parecemos autodidactas, creemos que podemos aprender casi cualquier cosa, y no hay nada más falso que eso. Parientes, amigos, compañeros de trabajo, jefes, conocidos del Facebook han sido mis intermediarios para alimentar mi biblioteca, ejecutar proyectos, conseguir empleos, contactar clientes, ser feliz, ganar plata, cambiar de opinión, ayudarme a hacer bien las cosas que hago mal. Estoy convencida de que la auto-publicación es un confort maravilloso, pero sólo sirve para alimentar el ego. Cuando ponemos nuestra obra en manos de un profesional es cuando confrontamos nuestros puntos débiles. Sin ese reto vamos a permanecer en la oscuridad. Si es difícil, qué importa, porque como dicen en mi tierra, "entre más bravo el toro mejor la corrida".
 
 
 

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